En cuestión de segundos, una señora, junto con su esposo, aproximadamente de unos 55 años, interrumpen la charla, y descontentos argumentan lo siguiente: “Nosotros jamás nos quitaremos el tapabocas, y ustedes jovencitos tampoco deberían hacerlo, nos van a perjudicar a los más ancianos”.
La mirada cómplice entre los dos universitarios revela desconcierto. “No mi señora, nosotros no vamos a dañarlos a ustedes, ya es tiempo de quitarnos esto, no podemos seguir viviendo toda un vida atados a un tapabocas, además, ¿ya cuánto tiempo ha pasado?”, comenta uno de los jóvenes.
En ese momento, no me contuve de hablar y expresé: “En espacios cerrados, la mascarilla seguirá, sin embargo, para espacios públicos, como el salir a tomar aire fresco en un parque, ya no será necesario. Y es bueno, porque podemos tener una recuperación en ámbitos sociales y culturales, sin dejar de lado que los índices de contagios bajaron”.
“Si, además que ahorita la mayoría de la población ya está vacunada”, agrega uno de los chicos. Con expresiones de persuasión, el señor que se halla sujeto a su esposa, argumenta: “Bueno, puede que sí, pero de igual forma, yo lo seguiré usando hasta donde pueda, porque ya es parte de mí, uno nunca sabe lo que pueda suceder”.
La señora con una postura firme comienza a sermonear a los jóvenes, y de paso a mí, diciéndonos que somos unos indolentes e irresponsables. Llegando a la última estación que hace el Transmilenio, una nube de cuestionamientos comienza a invadir mi cabeza.