Por: Michelle Celis Gómez
Sucedió eso que nunca me esperé, pero que para ese momento sí necesitaba: Covid-19 y cuarentena obligatoria. Digo que lo necesitaba porque me encontraba en una época álgida de mi vida, que pedía a gritos un descanso, que no soportaba más la rutina que vivía día a día.
Cuando llegó el Covid a Colombia, definido desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una enfermedad causada por el coronavirus de nombre SARS-CoV-2; la preocupación en mí se desbordó y en mi contexto social, luego llegó una profunda transformación cultural, política y económica. Un hecho bastante drástico para ser sinceros.
Y ahí me encontraba yo. En medio de una crisis mundial -entendida por Economipedia, como un período en el cual una nación afronta dificultades durante un tiempo prolongado-, y, a mitad de un incesante miedo al contagio, en una cuarentena que no solo a mí, sino también a mi familia, nos daba susto.
Ustedes se preguntarán por qué susto: no sabíamos cómo sostenernos si no podíamos salir, y si todo estaba prohibido, nadie más iba a responder por nosotros. El Estado colombiano desde un principio no se responsabilizó por las medidas adoptadas; solo después de ciertos meses hubo ayudas, pero a sectores desfavorecidos.
Como resultado, nos propusimos sobrevivir y así fue, salimos adelante, como muchas familias colombianas lo hicieron con esfuerzo y a pulso. Sin embargo, detrás de lo que vivíamos, yo sentía un sinsabor y me sentía muy sola; cada acontecimiento que me pasaba fuera bueno o malo, me hacía ahogar en palabras que no tenía a quién decir.
Durante la cuarentena, me encariñé de una persona que muy a fondo no conocí. Tal vez solo me hice una idea de la que posteriormente me enamoré y me fue difícil soltar. Difícil por el trauma psicológico que es no controlar el manejo de una situación difícil, pero también por no contar con una compañía que me aconsejara y sobre todo me escuchara.
La definición de relación social se entiende por la Enciclopedia Concepto como: las interacciones existentes entre dos o más personas; esta definición fue diferente en mi caso. Lo digo porque después de que pasé por la ruptura amorosa -teniendo en cuenta el factor de pandemia-, me sentí diferente, era otra yo.
Sé que Anabel González describe que la emoción de la tristeza solo se salda desde un abrazo sincero. Pero no fue mi caso, aunque era lo debido. Y tiene respuesta en mi falta de habilidad para sostener relaciones de amistad que me den fuerza y apoyo. Aunque los consejos de ella son muy acertados, para mí fueron más complicados de lo normal.
Y recordé al gran Foucault quien decía que nos definimos como sujetos a partir de nuestra relación con otros y los matrices culturales que fijamos socialmente. Como resultado, es evidente mi desconfianza hacia las personas: no solo hay un desapego por las relaciones sociales sino, además, un malestar por el contacto físico.
No sé si es normal o no; pero si antes no era una persona de muchos amigos, ahora lo soy menos. No quiero pensar en el contagio del Covid-19 y por ser latente la necesidad de limpieza, cada vez que estoy en contacto con alguien busco protección.
La protección que se trata de un cuidado preventivo ante un riesgo o un problema; me ha permitido sentir una advertencia ante la nueva realidad pandémica; porque este virus no dejó de existir, solo pasó a un segundo plano. Y si uno cree que el Covid se desvaneció, está muy equivocado.
No obstante, creo que en algún momento esta postura puede volverse contraproducente; pero puedo decir que hay un antes y un después muy significativo en mis experiencias como ser humano.