Eran las 7:00, el sol ya estaba oculto y una pequeña neblina acompañó la llegada de la noche. Se acercaba la hora de la fiesta, Luis se preparó, vistió un jean negro con algunos rotos, una camisa blanca con negro a cuadros y unos tenis grises que le había regalado su padre unos meses antes por su cumpleaños.
Se encontraba nervioso, dio unos pasos hacia la habitación de su madre, diciéndole que saldría y que en un momento volvería, ella recostada en su cama con una cobija azul que cubría la mitad de su cuerpo, frunció su ceño y molesta le respondió “no tienes el permiso para ir a esa fiesta”.
Pese a esto, Luis tomó su chaqueta y sin importar cómo, en cuestión de minutos logró llegar al lugar dónde se llevaría a cabo el evento, era un salón grande, con sillas blancas por todo su alrededor, en la entrada recibió una pulsera color azul neón, encontrándose con todos sus amigos a punto de iniciar una noche que jamás podría olvidar.
Durante el transcurso de la madrugada y a punto de finalizar la fiesta, llegaron al lugar tres chicos altos y un poco mayores a la edad de los que participaban en el evento. Vestían de negro y por su actitud se podía asumir que se encontraban en estado de alicoramiento, Luis y sus amigos se percataron de la situación y se alertaron.