Todas sus fuerzas y convicciones llegaron voluntariamente al grupo armado denominado “Autodefensas campesinas de Meta y Vichada” o conocido también como “Los Carranceros” porque prestaban sus servicios al famoso zar de las esmeraldas, Víctor Carranza.
Ernesto convencido de “hacer país” se encuentra con otros como él, ex – policías y ex – militares. Dice él, que más se demoró en entrar, que en enfrentarse a los conflictos y a sus principios. Al ver menores de edad, muchos de ellos reclutados y otros con las razones equivocadas, estaban allí de forma voluntaria.
Solo pudo pensar que el grupo armado que atacaba era igual al grupo al que pertenecía, la guerra nunca distingue de civiles o enemigos, a la hora de obtener recursos todos entraban en la misma categoría. “Me volvían las dudas, pero ya no eran solo dudas también era remordimiento y culpa porque ahora ya no podría volver atrás”.
Estando en esas filas y por sus conocimientos del municipio, Ernesto pertenecía a la guardia urbana en Puerto Carreño. Siempre quiso sentirse útil y servir a quienes más lo necesitaban aun en los bandos equivocados. Finalmente, su vocación de servicio pudo más que la guerra y escapó luego de ver a un amigo morir fusilado por equivocarse.
Ernesto pudo vincularse a un programa de reincorporación. Aquí también libraría una batalla, aunque parece menor, puede resultar casi tan dura como la del monte. Afirma que “me desmovilice buscando una oportunidad de mejorar mi vida, pero entré a una sociedad que señala, estigmatiza, rechaza y aísla”.