Quijotadas. Los devolvió la selva



“Los devoró la selva”, escribió José Eustasio Rivera para referirse a Alicia y Arturo Cova en su emblemática novela La vorágine, publicada en 1924, uno de cuyos objetivos era denunciar la explotación de los indígenas por parte de colonos descendientes, a su vez, de colonos españoles. 

Por Javier Correa Correa

Selva-niños-rescatados
Operación esperanza

Y ese fue el temor que asaltó al mundo entero durante larguísimos cuarenta días, desde cuando una avioneta monomotor se accidentó en la selva del Guaviare, lo que les costó la vida a tres personas y el éxodo de cuatro menores de edad que fueron declarados como desaparecidos. Temor fundado, pero que desconoce la esencia de la selva, porque los descendientes de colonos españoles -culturalmente– hemos adoptado la idea de que la ciudad es segura mientras la manigua es oscura, tenebrosa, traicionera, peligrosísima.

La mayor de los menores, de apenas trece años de edad, conoce la selva, pues allí nació y allí fue criada por sus padres, sus abuelos y por los espíritus protectores de sus bisabuelos, tatarabuelos, choznos y demás ancestros que ahí siguen.

Ella cuidó a su hermana de 9 años, a su hermano de 4 y al bebé que cumplió su primer año de vida.

El Gobierno de Gustavo Petro dio la orden de continuar sin descanso la búsqueda por parte de integrantes de las Fuerzas Armadas, guiados y acompañados por miembros de la comunidad uitoto a la que pertenecen los sobrevivientes del choque de la avioneta.

Más de dos mil kilómetros fueron recorridos por quienes no desfallecieron, y pudieron por fin dar la excelente noticia de que los habían encontrado. Con signos de cansancio, deshidratación y desnutrición, pero vivos fueron trasladados a un primer puesto de salud y después al Hospital Militar, en Bogotá, donde se recuperan físicamente y además reciben acompañamiento psicológico.

El país –casi todo– celebró la noticia e incluso periodistas del mundo entero cubrieron con alegría el suceso. Una noticia feliz es mucho más que un bálsamo en este convulsionado mundo: es la confirmación de que sí hay futuro.

Debo explicar, claro, eso de que casi todo el país celebró. Hubo quienes, en su miopía ideológica, cuestionaron –dizque con argumentos– que un grupo de indígenas hubiera tomado un vuelo chárter, que eso es de persona pudientes, lo cual es demostración de aporofobia y racismo. Omitieron intencionalmente que huían de la guerra, ensañada aún en este país, especialmente lejos de las ciudades donde están ubicadas las llamadas “bodegas” de desinformación.

Decían en redes sociales que en la zona hay actores armados ilegales y aunque eso es cierto, armaron una falacia para afirmar que el gobierno central había sacado de la manga la carta del canje de los cuatro menores para mostrar resultados en el proceso de Paz total propuesto y adelantado por Gustavo Petro desde la campaña que lo llevó al Palacio de Nariño.

Cobarde y estúpido argumento, perdón por los adjetivos utilizados, pero no dan para más. Fieles seguidores de goebbles, el ideólogo de Hitler, no dudan en repetir incansables algo que se inventan, convencidos de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Al menos en el imaginario colectivo.

Por fortuna la gente no come cuento, como antes, y la mentirosa pirámide de arena se deshizo solita.

Lo único que queda ahora es celebrar la vida, la terca vida. La mágica vida, que enseñoreada camina por entre los árboles y los pantanos, y navega por los ríos y riachuelos de la selva que de tenebrosa no tiene nada. Porque la selva es, por esencia, la vida misma.

Y, parodiando a José Eustasio Rivera, podemos con alegría decir hoy que a los cuatro menores de edad “los devolvió la selva”.

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