Quijotadas. Censura editorial



Por Javier Correa Correa

Utilizando un lenguaje algo lambón, pero más que necesario en ese momento, el escritor Miguel de Cervantes Saavedra le envió en 1605 una carta al duque de Béjar, para pedirle permiso de publicar una novela bajo el título de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Vale la pena transcribir una partecita, pues sabido es que sí recibió el permiso de quien había sido delegado por el rey de turno en España para aplicar o no la censura: “En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado sacar a luz al Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico agradablemente en su protección (…) fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio”.

Le tocaba al pobre Miguel de Cervantes, pues los mal llamados reyes católicos habían impuesto cien años antes la pena de muerte a la publicación de algunos libros, según una norma que también transcribo: “Mandamos y defendemos, que ningún librero, ni impresor de molde, ni mercaderes, ni factor de los susodichos, no sea osado de hacer imprimir de molde de aquí en adelante por vía directa ni indirecta ningún libro de ninguna facultad o lectura u obra, que sea pequeño o grande, en latín ni en romance, sin que primeramente tenga para ello nuestra licencia y especial mando”.

Yendo más lejos, en el imperio romano, dizque cuna de la civilización occidental, en el año 224 fue ejecutado el filósofo griego Hermógenes de Tarso, “un historiador que molestó al emperador Domiciano con ciertas alusiones contenidas en su obra. Para mayor escarmiento, sufrieron también pena de muerte los copistas y libreros que pusieron en circulación el volumen maldito (…). Desde entonces, incontables censores han aplicado el mismo método del emperador, castigando responsabilidades indirectas”. Eso dice Irene Vallejo en su maravilloso libro El infinito en un junco, publicado por Editorial Siruela en 2021.

Viajemos en el tiempo, al mes de julio de 2023, y oscilemos entre España (donde todavía hay anacrónicos reyes) y Colombia, que afortunadamente se soltó del dominio ibérico hace 204 años.

Resulta que la periodista Laura Ardila Arrieta realizó una investigación sobre el poder del clan Char en la costa Atlántica, cuyos tentáculos se expanden por todo el país, no solo con un supermercado de talante olímpico, sino con la participación en política, lo que ha sido denunciado en casos como los de la excongesista Aída Merlano y la precandidatura de uno de los Char a la Presidencia de la República. Bajo el título de La Costa Nostra, Editorial Planeta había avanzado en el proceso de edición, pero, como dicen por ahí, “en la puerta del horno se quema el pan”, y las directivas españolas de la editorial decidieron que ya no, que gracias. O tal vez ni dijeron gracias. Solo adujeron miedo frente a eventuales demandas. ¡Vea usted!

Laura Ardila Arrieta

En una columna en El Espectador, Ardila Arrieta escribió que “Como periodista convencida del valor superior de la libertad, me resisto a cualquier tipo de censura y a enterrar o domesticar las verdades”.

Debido a esta situación, Juan David Correa, director literario de Planeta en Colombia y Ecuador, escribió que “Ante la decisión corporativa de cancelar esta seria y sólida investigación periodística, mis posibilidades y legitimidad han sido diezmadas”, por lo que renunció al cargo que ocupó durante más de un lustro y durante el cual logró la publicación de medio millar de libros, que contaron con la plena libertad, como si esta le hubiera sido concedida por el duque de Béjar.

En su carta, Correa dice que su decisión “obedece a una línea de pensamiento que he intentado observar a lo largo de mi carrera profesional de veinticinco años en el sector periodístico, cultural y editorial del país” y agrega que dicha línea “tiene que ver con procurar que los valores plurales, incluyentes y democráticos por los que abogo en público estén acordes al ámbito personal, familiar y social. Como lo he escrito a lo largo de estos años, nada cambiará si solo pensamos en nuestro propio beneficio en desmedro de los más débiles o de los atropellos que se han cometido a lo largo de la historia colombiana”.

Escritor, editor y periodista cultural, Juan David Correa señala que “Entiendo si esto les produce asombro e incertidumbre”, no solo por la decisión de Planeta de no publicar el libro, sino porque puede sentar un precedente en ese sentido. Aunque precedentes hay, desde la censura y castigo a Antonio Nariño por la traducción y publicación de los Derechos de hombre y del ciudadano, hasta otros más tenaces, como dicen ahora, como la cárcel y el asesinato. Así, el asesinato haya sido amparado por una orden de un César romano, contra el filósofo Hermógenes de Tarso. No lleguemos tan lejos, y limitémonos a Colombia, donde muy seguramente alguna otra editorial decida hacer pública la investigación de la periodista Laura Ardila Arrieta, cuyos resultados ansiamos leer en el libro La Costa Nostra.

Amén, dirían los reyes católicos, pero estos ya son parte del pasado, afortunadamente. Como cosa del pasado debe ser toda forma de censura.

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