Hablar de la vergüenza podría ser fácil, pero a mi mente, con algo de déficit de atención aún, le gusta complicarse y darle un sinfín de vueltas a un mismo tema por varios días.
Y es que no puedo dejar de pensar en la cercanía y la identificación que siento al leer una novela, un relato, cualquier cosa que tenga que ver con literatura. La literatura sin duda, es la forma más especial que el ser humano ha encontrado para poderse describir y descubrir así mismo.
La vergüenza es el sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos. Es, también, el sentimiento de incomodidad producido por el temor a hacer el ridículo ante alguien o que alguien lo haga. ¿Quién no ha sentido vergüenza alguna vez en su vida?
Seguramente todos en algún momento hemos pasado por espacios de confusión donde guardamos una escena lejana, de varios años atrás en nuestra cabeza, pero no recordamos si la vivimos o la soñamos. Seguramente todos hemos presenciado una o varias escenas de violencia intrafamiliar y ha quedado lejos, en el rincón más escondido de nuestros recuerdos. Esa escena ha quedado como en un recuerdo lejano e incierto. Seguramente todos hemos presenciado el maltrato de nuestros padres hacia nuestras madres y hemos entrado en un limbo, en una confusión sin saber qué pensar, cómo reaccionar. De esto va La vergüenza, de Annie Ernaux.
En 1952, Annie Ernaux era aún una niña próxima a entrar a la adolescencia; tenía 12 años. Un domingo de junio de aquel año, su padre quiso matar a su madre, a primera hora de la tarde. Años después esta escena vuelve a la mente de la autora de una forma extraña y borrosa. De este cruel recuerdo parte una historia que se empieza a reconstruir pieza por pieza a partir del trabajo melancólico del recuerdo infantil.
Su recuerdo es el de una niña, ella misma, una niña sola que tiene que presenciar el odio que se tienen sus padres entre sí, aunque comparten y tienen algo en común: la adoración que sienten por su hija. Aunque el recuerdo de ese día se va desvaneciendo con el tiempo hasta parecer un mal sueño, esta escena logra cambiar para siempre la vida de la autora. Aquella niña y su familia habían dejado de ser “gente decente”, y todo había pasado a ser vergonzoso. Esta es la reconstrucción de sucesos raros y extraños que parece que no van a terminar bien, pues vidas difíciles padecieron nuestras madres y abuelas con el machismo arraigado en las sociedades de antaño.
Annie Ernaux recorre desde los códigos de conducta y las normas sociales, que imperaban en su entorno, hasta las noticias del momento, las expresiones más usadas o el temor que infundían las grandes ciudades, para calibrar con exactitud hasta qué punto lo ocurrido la hizo sentirse indigna.
Se relata allí la venganza, no sólo el recordar de su infancia que aún vive en ella en recuerdos confusos. También se narra allí el sentido de pertenencia por “la tierrita”, el lugar de origen, el del nacimiento. Ernaux intenta explicar cómo se reconstruye una historia, una autobiografía desde el recuerdo de lugares de antaño. Los recuerdos más profundos de nuestra infancia, existen aún en nuestra memoria, por los lugares marcados en nuestro imaginario. De allí la importancia del sentido de pertenencia por el lugar del nacimiento.
“El respeto a las prácticas religiosas parece ser mayor que el respeto al saber”. Con esta frase en uno de sus capítulos, la autora lanza una crítica al poder y la influencia que tienen, o tenían en su tiempo de infancia, la religión sobre la educación: el control extremo.
La culpa es también protagonista, pues narra cómo desde tan pequeña, 12 años, se sentía ya culpable de su condición humana y su naturalidad por la cultura católica en que creció. No había más opciones, no se contemplaba la posibilidad de que hubiera más que creer en Dios y en aquella religión de su madre, repleta de prohibiciones y ritos o costumbres extrañas y repetitivas. En aquella sociedad expuesta allí, todo lo que no es católico, es malo. Lo laico es todo lo que está mal. ¿Cómo comprende esto una niña de 12 años?
El conocimiento es satanizado, es visto como lo impuro, lo rebelde, lo que está mal. La adquisición de conocimiento es visto como pecado por la Iglesia, pues sus representantes son los únicos dueños y señores del conocimiento y sólo ellos se creen con el derecho divino de administrarlo y difundirlo a su medida. Se hace también presente en este adoctrinamiento la vigilancia y el control permanente. Los líderes, padres y monjas o profesoras, señoritas, como se hacían llamar así sean ya señoras de edad avanzada, están al pendiente, al asecho de todo cuanto comentan los feligreses (jóvenes en este caso).
Las clases sociales no se quedan por fuera de esta crítica. Ernaux expone desde su recuerdo de infancia, cómo la marcaron las clases sociales. Qué significaba ser la hija del campesino, el agricultor o el obrero. Todo lo contrario a ser la hija del representante, diputado o comerciante. Ser la hija de una persona importante, reconocida, sobresaliente, te hacía sobresaliente también a ti; te clasificaba entre las niñas creídas. En cambio las no creídas, las que no tenía qué alardear, eran las hijas del proletariado, del campesino, del obrero, el pobre. El motivo de vergüenza.
Definitivamente a Annie Ernaux no se le escapa ni un sólo detalle en su magistral relato. Habrá que seguirla leyendo.
Nota: la Real Academia Sueca de ciencias; instituto Karolinska; Academia sueca; Comité Noruego del Nobel otorgó en 2022 el Premio Nobel de literatura a Annie Ernaux por “el coraje y la agudeza clínica con que la escritora desvela las raíces, los extrañamientos y los frenos colectivos de la memoria.” (Jurado del Premio Nobel).
Escrito por: Leonardo Sierra. Estudiante de Comunicación Social y Periodismo.