Las elecciones regionales, son una oportunidad para escuchar las voces diversas de la Colombia profunda de las regiones y las grandes capitales. Este es un recorrido histórico entre los privilegios, las luchas sociales y la violencia con la que conviven los ciudadanos de la nación.
Por: Sergio David Ramírez Ortiz
Iniciar una conversación entre la invitación a votar en estas elecciones regionales y lo que implica hacerlo en el primer gobierno de izquierda de nuestra historia republicana no es precisamente sencillo porque la conversación sobre el poder es heterogénea y la única oportunidad reflexiva que queda está en los eventos históricos; cosa que ya es un gran problema porque los fenómenos sociales propios se perfuman de pasiones que acompañan al autor.
Lo que sí es claro es que tenemos el deber de salir a votar porque los ciudadanos de Colombia tenemos que decidir sobre el Estado – Nación, y para eso contamos con mecanismos de participación como el voto, que es una invención de las democracias liberales para que sus ciudadanos tengan una voz propia con poder decisorio sobre los proyectos gubernamentales que planifican los políticos elegidos; su única gran dificultad es que para un ejercicio de escucha efectivo no se puede dejar todo a la representación de candidatos porque estos son seres humanos con intereses colectivos y propios que intentan flexibilizar sus compromisos electorales en función de sus intereses, lo que podría ser un reflejo de la identidad nacional frente a la corrupción estatal.
Aun con ello, debemos celebrar la posibilidad que tenemos de reflexionar sobre las necesidades de nuestro país desde lo local a lo nacional con la participación en las urnas. Este ejercicio tan común no fue una posibilidad concreta para muchas comunidades; como las mujeres que en Colombia pueden votar desde hace 60 años (esto equivale a decir que varias madres y abuelas actuales fueron pioneras en quitarse otra mordaza impuesta por la sociedad patriarcal) igualmente con comunidades indígenas, raizales, etc que sólo tuvieron oportunidades formales después de luchas sociales en los años 80 y la escritura de la Constitución Política de Colombia de 1991, lo que significa hace menos de 32 años.
Debatir sobre las necesidades del país es un ejercicio de las ciencias sociales que inicia con la casa. Los compromisos por tenerla limpia, con servicios públicos, que sus integrantes tengan las tres comidas y finalmente la proyección de una prosperidad económica que se construye en común con todos los integrantes de la casa; quizá este sea la proyección de toda familia.
Es entonces donde el ejercicio del hogar se replica en el barrio, la localidad, la ciudad o el departamento, en cuyos territorios hay problemas tales como la movilidad, el desarrollo urbano, la seguridad, el empleo, la educación, la diversidad o la pobreza, entre otros. Esto implica que el ejercicio colectivo ya no es del círculo familiar. En este punto, como sociedad surge un desinterés por el otro en la medida que ponerse de acuerdo es una tarea que en todas las sociedades es compleja y más para el caso colombiano en donde las personas intentan sobrevivir porque los días y la vida nunca alcanzan, y no hay tiempo para pensar en el otro.
Es preciso recordar que gracias a la democracia muchos procesos revolucionarios violentos quedaron en los anaqueles de la historia como manchas de sangre que aún florecen en la primavera de las pasiones y los debates políticos que hacen de este momento una oportunidad para reflexionar sobre el pasado bipartidista y violento, así como frente al riesgo de repetirlo.
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