En las entrañas del centro de la ciudad yace un lugar que se rehúsa a morir ante las nuevas formas del consumo de porno en Bogotá. El refugio y espacio de algunos solitarios o de aquellos, que sin saberlo, llevan una doble vida, encuentran en el teatro Esmeralda PussyCat la guarida de la gata sensual de color rosa terciopelo que los atrapa y los lleva a desfogar sus más profundos menesteres.
Por Felipe Arévalo
La famosa carrera Séptima siempre invita a imaginar un espacio de ocio y entretenimiento al aire libre en una amurallada y caótica ciudad. El gran catálogo de diversidad cultural siempre está a la orden del día a lo largo y ancho de esta emblemática avenida. Pero, ¿qué pensaría usted si le digo que allí mismo se encuentra el único y último teatro de cine XXX de Bogotá?
Pues sí, el lugar ubicado a la altura de la calle 23 que siente ya el pasar de los años y el deterioro arquitectónico, estructural y moral contrasta a su vez con edificaciones vecinas que cada vez lo ven estar más relegado y aferrado a no morir. La Cinemateca Distrital, la famosa y alta Torre Colpatria y el emblemático teatro Jorge Eliécer Gaitán son algunos, por no nombrar más.
Gris, disminuido, resquebrajado pero con ímpetu y orgullo de ser el último cinema de pantalla gigante que ofrece el servicio de proyección de películas porno en la ciudad, así podría ser descrito el último viejo verde bogotano el cual se enfrenta a una amenaza latente: la web.
El ocaso de los teatros porno
Si bien el negocio del cine porno disminuyó considerablemente hace ya algunos años con la implementación de discos digitales, el más alarmante peligro es ahora la era del internet. “Lo primero que nos quitó la clientela hace ya algunos años fueron las cintas para aparatos como el DVD y VHS. Desde ese momento la gente prefirió en su privacidad ver las cintas”, me cuenta Carlos Sánchez, administrador del lugar desde hace ya más de 32 años.
Esmeralda PussyCat debe, sin lugar a dudas, su subsistencia y mantenimiento en el tiempo a aquellos clientes cuya fidelidad, principios sexuales y cinéfilos rompen las barreras de la época, transformándolos en fieles devotos de aquel lugar oculto a la vista de un Dios todopoderoso y la moral de la gente más conservadora de la ciudad. Un espacio en donde no existe el qué dirán, donde la imaginación, el deseo, el placer y el clímax se entremezclan con las más profundas y extrañas fantasías y fetiches de sus asistentes, porque sí, a fin de cuentas, todos son una bestia con ganas de satisfacer su pretensiones, caprichos, afanes y ansias de carne y sexo.
En mi papel como investigador de viejos verdes, me entrevisté con Cristian Cipriani, reconocido director y productor de cine para adultos en Colombia, quien junto con su esposa Andrea García, se han atrevido a llevar el porno de nuestro país a otro nivel, uno más estético y producido. Cipriani, un venezolano radicado en Bogotá hace más de catorce años, justamente fecha en la que se dedicó de lleno al mundo del XXX, ha visto y vivido de primera mano cómo han ido mutando los contenidos de esta índole.
Sin contar las cintas eróticas que se produjeron bajo la mafia del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria en los años 80 y 90, oficialmente a principios de milenio se abrieron espacios 100% legales en algunos canales de televisión abierta para la transmisión de los primeros contenidos sexuales en Colombia. Tras un par de años en donde se potenció este sector, el primer inconveniente llegó de la mano de la productora TELMEX, quien privatizó en gran parte diversos canales locales, los cuales fueron cerrados y, posteriormente, reemplazados por las grandes cadenas internacionales como Venus y Playboy.
“Para ese entonces despidieron a Andrea que ejercía como directora del canal Kamasutra, y a mí, que hacía las veces de productor, también. En total más de 200 personas quedamos sin empleo. Fue entonces cuando unimos esfuerzos e iniciamos algunos proyectos juntos”, afirmó Cipriani. De allí parte como, por supervivencia, los contenidos porno en nuestro país, mutaron a plataformas virtuales y digitales hace ya más de una década.
Estas son algunas de las razones por las que PussyCat fue en decadencia. Pasó de ser un teatro que albergaba aproximadamente a más de 1.000 asistentes semanalmente a manejar públicos, en pleno 2018, que no superan los 150. Aún así, no deja de ser un buen número si se tienen como referencia los antecedentes históricos e inmediatos.
En la intimidad del PussyCat
Ahora bien, asistir a una función en dicho teatro está fuera de lo normal para alguien que no tiene como pasatiempo ir a ver porno con algunos camaradas. Para seguir luchando en la búsqueda de recursos que financien y mantengan el lugar, PussyCat ofrece varios servicios para sus clientes. En primer lugar se encuentra la función plena que incluye pasar adentro todo el tiempo que sea posible viendo los diversos largometrajes en la pantalla grande por $9.000. La segunda planta está estrictamente diseñada para dos funciones: la primera, que las parejas asistentes al lugar no sean hostigadas por los espectadores hombres de la primera planta que ven la proyección, y en segundo lugar, para el uso de las cabinas personalizadas.
“Nuestras proyecciones generales son rotativas, eso llama mucho la atención de nuestros clientes. También se puede hacer uso de las cabinas individuales, allá se cobra por película”, cita Sánchez. La secretaria complaciente, Vecina ardiente o Follada bestial, son algunas de las cintas que se ofertan; 1 por $5000, o como una buena colombianada, se pueden consumir 3 por el precio de 2.
El más reciente estudio elaborado por Latamclick reveló que la industria del porno llega a mover más de 9 millones de dólares en todo el mundo, en moneda colombiana, más de 26.000 millones de pesos. Además, dejó ver que del total de páginas webs existentes en el mundo, al menos un 12% (4 millones) se dedica a contenidos para adultos.
En el top tres de las páginas más visitadas se encuentran Xvideos.com, Porn555.com y Pornhub.com. Más del 80% de los usuarios alrededor del mundo consumen porno desde sus smartphones, así que PussyCat, es aún de los teatros porno del mundo que tienen el privilegio de recibir a ese porcentaje restante de la población que acude a ver XXX en público, fenómeno que Cipriani describe como fetiche. “La gente que acude a este lugar lo hace por sentir la experiencia del teatro. Hay gente que vive con morbo, emoción, excitación y fetichismo ver porno en público. Es una forma de vivirlo y es por eso que estos escenarios representan mucho para ellos’’.
¿Y el toque femenino en PussyCat?
Es curioso ver la limitada cantidad de mujeres que acuden al teatro en comparación con el aforo masculino que se ve ingresando y saliendo por la carrera Séptima. En aquella visita solamente pude ver a tres mujeres. La primera, una señora cincuentona detrás del cristal que separa la taquilla de la entrada del lugar. Mientras cobraba el dinero de la boleta y revisaba la cédula para corroborar mi mayoría de edad, dejó escapar la pregunta ‘’¿este sí es usted?. Dígame el número de documento. Me lo dijo con una sonrisa pícara que le decoraba las comisuras de los labios. Fue tal vez ese el único instante en donde dejó ver algo más que amargura y resignación. Una vez recibí mi entrada, la mujer (que me dijo que se llamaba Martha) bajó la vista y prosiguió llenando un viejo crucigrama de periódico.
Con la segunda mujer tuve un leve contacto. Solamente recibió mi boleta y me indicó por dónde ingresar a una sala oscura que solo tenía como fuente de luz las imágenes que se proyectaban en un telón viejo, sucio y fragmentado por el paso del tiempo. Mientras mis ojos intentaban analizar el lugar y concebir dónde sentarme entre la oscuridad, no se dejaban de escuchar, por todo el teatro, los gemidos entrecortados de tal cual pícaro que se masturbaba mientras la cinta corría. Fue allí donde tuve contacto con la tercera mujer. Estaba siendo exhibida frente a mí y los visitantes del lugar mientras era fuertemente penetrada por un negro. Ella, muy obscena y llena de placer respondía con acento muy entusiasta, ¡joder, quiero que te corras!
Cae la noche en PussyCat
Otra desventaja claramente notoria son las cuestiones técnicas que presenta el teatro. Pese a que las películas son proyectadas en pantalla de cine, la calidad de estas no llegan a ser visualmente las mejores. Un video beam que se recalienta con facilidad hace que las películas se entrecorten y más de uno de los asistentes se vean en la forzosa tarea de suspender sus orgasmos.
Los diversos estilos de vida han hecho que ahora se pueda consumir porno desde la comodidad del hogar. Se tiene al alcance de la mano la accesibilidad de filtrar el contenido de mayor gusto para el usuario. La especificidad juega un rol importante porque ya no se consume lo que se ponga en la tele o en el teatro, sino que por el contrario, se puede tener una experiencia directa. Tal vez sea ese otro de los motivos que han hecho que los consumidores se alejen de los escenarios públicos.
Al teatro Esmeralda PussyCat ingresan en promedio 30 espectadores en un rango de 3 horas. Priman los señores mayores que son público de primera fila y que hacen juegos de miradas con otros asistentes en busca de cómplices para cumplir fantasías. Además, ingresa alguno que otro joven, tal vez de esos que buscan nuevas experiencias. Hubo un hombre que me llamó la atención ya que logré divisar que vestía traje de paño, corbata y maletín. Tal vez entre los 35 y 40 años; tipo de oficina saliendo del trabajo. Eso dejó claro que para ingresar al PussyCat solo se necesitan tres cosas: el dinero, la valentía de ingresar y una vez adentro, las ganas de disfrutar de un placer que posiblemente no encuentren en la luz del día.
Queda claro algo, que el teatro para adultos de la localidad Santa Fe ya nunca logrará estar a la altura de los grandes portales que muestran a las más sensuales y sexuales actrices. No logrará imitar sus contenidos de la mejor calidad HD acompañados del mejor sonido para el oído o de los mejores gemidos a la inglesa. No se verán las mejores folladas ni las mejores corridas, pero si hay que estar seguros de algo, mientras PussyCat se mantenga en pie, Bogotá mantendrá en sus venas erotismo y sexualidad.