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El término de fast fashion se ha popularizado por llevar consigo el siguiente lema: comprar más, usar menos. Y aunque se hace evidente que aquella fórmula dio resultado desde que tomó fuerza, vale la pena preguntarse qué pasaría si se le hicieran algunas modificaciones.
El documental ‘The True Cost’ (Netflix), señala que de todo el personal que trabaja en el área textil (aproximadamente 40 millones de personas) el 85% corresponde a mujeres, muchas de ellas siendo menores de edad, ganando dos dólares al día y bajo condiciones de trabajo inhumanas.
Este dato probablemente no sería el inicio con el que la mayoría de personas espera encontrarse cuando se pregunta por el origen de la ropa que usa, pero es el panorama real. Y de hecho, es tan solo la punta del iceberg.
Las condiciones de trabajo inhumanas corresponden a 14 horas de jornada laboral diarias, a la incapacidad de comer, tomar agua, ir al baño y a la represión constante que los jefes ejercen hacia las trabajadoras.
En la mayoría de ocasiones, lo mejor es ver para creer, y tristemente, en este caso, hay muchoque ver. Un caso en específico puede ilustrarnos sobre las consecuencias que tiene un modelo como lo es el fast fashion: el colapso del Rana Plaza.
El edificio Rana Plaza ubicado en la capital de Bangladesh, era el punto de fábrica de varias marcas de ropa. Sin embargo, también fue el lugar de una tragedia.
El 24 de abril, aproximadamente a las 9 de la mañana el edificio colapsó, dejando 1135 muertos y 2500 heridos. La causa: negligencia, pues las víctimas, en su mayoría mujeres, que trabajaban allí advirtieron desde el día anterior la aparición de grandes grietas en las paredes. No obstante, los jefes ordenaron seguir con la jornada al día siguiente.
El secretario general de la Industriall Global Union, Jyrki Raina, resulta mucho más ilustrativo al decir en su portal de noticias: “esta terrible tragedia pone de manifiesto la urgencia de acabar con la competencia a la baja en el suministro de medios de producción baratos a las marcas internacionales, competencia en la que centenares de trabajadores han perdido la vida”.
Los testimonios e imágenes resultan impactantes, pero al final, es la consecuencia de la ambición por el dinero y la invisibilización de los otros. Por supuesto, pagamos un bajo costo por las prendas en nuestro centro comercial favorito, pero, y valga la redundancia de la pregunta, ¿a qué costo pagamos ese costo?
Y es que, la historia no acaba allí. Es momento de pasar al siguiente tema: el impacto ambiental.
Según el World Resources Institute -WRI-, para la producción de una camisa de algodón se consumen 2700 litros de agua y se emiten entre 2,1 y 5,5 Kg de CO2. La industria textil se convirtió en una de las mayores generadoras de contaminación en el mundo.
Para ser un poco más gráficos, y poder dimensionar mejor, 2700 litros de agua es la cantidad que un humano normal puede ingerir a lo largo de dos años y medio. Ese humano podría ser usted. Hay dos años y medio de consumo de agua en una camiseta, de la que probablemente usted se deshaga después de usarla un par de veces.
Y es que de hecho, no solo la fabricación de las prendas es contaminante, pues según Greenpeace México “lavar la ropa desemboca en un aproximado de 500 mil toneladas de microplásticos al año en los océanos”. Todo un ciclo tóxico, que sigue siéndolo incluso hasta el final.
Aún es nuevo el término de reciclaje textil, e incluso, es poca la cantidad de personas que pasan su ropa a personas que la necesiten, comparada con las que directamente lo desechan. Es importante recordar que si bien las prendas actualmente se fabrican con la intención de que tengan una vida útil menor, no sucede lo mismo con su proceso de descomposición.
Según la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP) se calcula que en Bogotá se botan diariamente entre 360 y 600 toneladas de ropa usada a la basura, mezclándose en las canecas y bolsas que guardan las 6.000 toneladas de residuos que terminan en el relleno sanitario Doña Juana.
Así pues, estamos haciendo parte de un ciclo contaminante con una acción tan simple como comprar ropa. Lo anteriormente expuesto, son solo algunas de sus implicaciones y consecuencias.
Con el tiempo, se normalizaron las conductas contaminantes debido al poco contacto que hay con ellas. Viviendo en occidente, no habría de importar mucho si las niñas orientales son esclavizadas, pues no las vemos.
Por ello mismo, apelé a comparaciones y situaciones específicas, pues dimensionar sobre la imaginación no es el mejor recurso para tomar conciencia sobre nuestros hábitos de consumo. De hecho, una infografía realizada por WWF explica brevemente los impactos de cada etapa que constituye el ciclo de producción textil. Podrá encontrarla a continuación.
No podría pretender que usted cambie inmediatamente sus hábitos de compra con esta información, pero tal vez, sí dejarle la duda para que busque algo más de información, o se pregunte qué hay detrás de lo que lleva puesto justo ahora.
Sin pretender cambios instantáneos, le dejo toda esta información, pretendo sembrar dudas y cuestionamientos, que son el inicio de las transformaciones.