Hecho por: Maria Paula Landázuri Portilla / @mapi_blue
Las falencias de la cobertura en salud mental en un país dónde más de la mitad de la población lo requiere.
Imagine por un momento que es una niña de 12 años, vive en un barrio periférico de la ciudad de Bogotá y es la tercera de cinco hermanos. Hay muchas cosas que hacer, el dinero escasea, y más seguido de lo que le gustaría, va al colegio sin desayunar.
Un día la psicóloga del colegio habla en el salón de salud mental. Probablemente es la primera vez que escucha palabras como ansiedad o depresión. Algunos de esos síntomas los reconoce en sí misma y siente miedo, sabe que hace meses que no está bien, pero ahora por fin le puede poner nombre.
Mientras cenan les cuenta a sus padres de la charla, está emocionada, sin embargo sus esperanzas se rompen al ver la cara de su papá “eso es para gente con plata mija”, dice mientras toma el jugo. “Es una bobada hija, seguro se te pasa pronto” dice su mamá mientras retira los platos de la mesa.
Pese a que es ficción este relato, puede acercarse demasiado a las historias de muchas niñas, niños, jóvenes y adultos a lo largo y ancho de Colombia, pues como bien sabemos nuestro sistema de salud tiene muchas fallas: las citas y autorizaciones que demoran meses en estar listas, el poquísimo tiempo de consulta y el escaso seguimiento a los casos.
Teniendo en cuenta que hablamos de salud mental, un campo tan estigmatizado, es aún más complejo conseguir atención de calidad dentro del sistema público, y la atención privada es demasiado costosa para gran parte de la población. Lo más grave es que muchos no se atreven a ir porque creen que eso es “para locos”.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS): “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social”, y sin embargo en Colombia por lo menos el 61% de la población mayor de edad no tiene acceso a atención en salud mental, pese a ser propensa a sufrir de estos trastornos.
Carlos A. Palacio en el artículo Salud mental en Colombia. Un análisis crítico, nos hace un recuento de las leyes promulgadas en los últimos 30 años relacionadas con el manejo institucional de estos pacientes, resaltando una deficiencia sistemática donde los pacientes tienen que recurrir a tutelas para hacer valer sus derechos.
Aunque la legislación en el tema es amplia, el servicio sigue siendo insuficiente. Estas falencias se deben muchas veces a “variables actitudinales, sociales y estructurales propias del sistema de salud”, provocando así una brecha entre lo que dice la norma y la realidad.
“Los trastornos mentales tienen un fuerte impacto social, en la productividad y en la calidad de vida de las personas, siendo con frecuencia víctimas de estigmatización” según el artículo Análisis de las necesidades y uso de servicios de atención en salud mental en Colombia, de los autores Diana C. Zamora-Rondón, Daniel Suárez-Acevedo y Oscar Bernal-Acevedo.
Los autores muestran además que hay una “relación entre la alta sintomatología en salud mental y características sociodemográficas como desempleo, bajo nivel educativo, estado civil de separación o divorcio”, lo que puede profundizar las desigualdades.
“Las cifras, son escandalosas, el 60% de las personas que acuden a un servicios de atención básica en salud, tienen síntomas ansiosos y depresivos, solo el 30% de ellos se les indaga y diagnostican estas alteraciones, pero un porcentaje menor recibe el tratamiento adecuado” según Situación de salud mental en Colombia.
Los autores Luz Ángela Rojas-Bernal, Guillermo Alonso Castaño-Pérez y Diana Patricia Restrepo-Bernal, continúan enumerando las posibles consecuencias de la falta de atención adecuada en salud mental, y el panorama no es alentador. Esto lo comprueba con datos como que en el mundo se presenta un suicidio por minuto, cifra claramente alarmante.
Todas estas cifras nos hablan de un problema latente en nuestras sociedades, y pese a que hay una clara preocupación de algunas entidades, sigue siendo un servicio que se considera un privilegio, algo a lo que muy pocas personas pueden acceder y que sin embargo es vital para la vida en comunidad y el desarrollo normal.
Hablar del tema es la principal acción a la que podemos recurrir, porque parte de la falta de atención se debe al estigma. Es tiempo de normalizar la asistencia a la atención psicológica, y dejar de lado la culpabilización y la minimización del problema, para así darle paso a diálogos claros que nos permitan mejorar nuestra calidad de vida.