Por: natalia gonzález moriano
Siendo las 8:30 de la mañana, con el representativo y caprichoso frío de Bogotá, me encuentro a la espera de la ruta J23 que se dirige hacia universidades. Al abordar el Transmilenio, reviso las noticias en mi celular, y una en particular capta mi atención, “Ministerio de Salud brinda nuevos lineamientos para el uso del tapabocas”.
¿Acaso ya no es obligatorio? Es lo primero que pienso, pero al parecer no soy la única con dicha pregunta en la cabeza. Dos jóvenes situados al lado mío comienzan a dialogar sobre el tema, y conmocionados por tal noticia, expresan su aprobación frente al retiro de tan incómoda mascarilla.
Cómo ágora de Atenas la conversación comienza a trascender, y las personas que se hallan escuchando con atención, sueltan comentarios ilustres a las actuales medidas de salubridad, creando así un ambiente de interés y reflexión, y a su vez formándose un espacio con corrientes de aire contradictorias. Cada uno hablando desde su propia perspectiva.
En cuestión de segundos, una señora, junto con su esposo, aproximadamente de unos 55 años, interrumpen la charla, y descontentos argumentan lo siguiente: “Nosotros jamás nos quitaremos el tapabocas, y ustedes jovencitos tampoco deberían hacerlo, nos van a perjudicar a los más ancianos”.
La mirada cómplice entre los dos universitarios revela desconcierto. “No mi señora, nosotros no vamos a dañarlos a ustedes, ya es tiempo de quitarnos esto, no podemos seguir viviendo toda un vida atados a un tapabocas, además, ¿ya cuánto tiempo ha pasado?”, comenta uno de los jóvenes.
En ese momento, no me contuve de hablar y expresé: “En espacios cerrados, la mascarilla seguirá, sin embargo, para espacios públicos, como el salir a tomar aire fresco en un parque, ya no será necesario. Y es bueno, porque podemos tener una recuperación en ámbitos sociales y culturales, sin dejar de lado que los índices de contagios bajaron”.
“Si, además que ahorita la mayoría de la población ya está vacunada”, agrega uno de los chicos. Con expresiones de persuasión, el señor que se halla sujeto a su esposa, argumenta: “Bueno, puede que sí, pero de igual forma, yo lo seguiré usando hasta donde pueda, porque ya es parte de mí, uno nunca sabe lo que pueda suceder”.
La señora con una postura firme comienza a sermonear a los jóvenes, y de paso a mí, diciéndonos que somos unos indolentes e irresponsables. Llegando a la última estación que hace el Transmilenio, una nube de cuestionamientos comienza a invadir mi cabeza.
¿Y si las personas ya están tan acostumbradas a usarlo, que ya nadie se lo quiere quitar?, ¿viviremos acaso siempre con esto?, ¿y si la señora tenía razón y si vamos a perjudicarlos? Aquella tarde, no dejé de pensar en las opiniones y la percepción tan diversificada entre jóvenes y adultos, ¿qué nos depara el futuro?
Sin duda alguna, aquellos desacuerdos en cuanto a juicios, surgen por diferencias de percepción. La única verdad, es que todos tenemos razón sobre nuestra propia realidad, y en esa linealidad, somos nosotros quienes decidimos qué medidas tomar.
Ahora tú, ¿qué opinas sobre esta nueva medida del Ministerio de Salud?
Por si te interesa saber más sobre el tema: