Por Javier Correa Correa.

Cuando Juan Gabriel Vásquez leyó en un periódico que la escultora colombiana Feliza Bursztyn había muerto de tristeza, se dijo “aquí hay una novela”. El problema fue cuando debió aprender a deletrear el apellido, y entonces se dijo “así se llamará la novela: Los nombres de Feliza”.
Juicioso como ha sido en lo que tiene que ver con la historia, Juan Gabriel Vásquez viajó a París y recorrió las calles que, supuso, había recorrido la artista que fue perseguida durante el régimen dictatorial de Turbay, lo que la obligó a marchar al exilio.
Entrevistó a cuantas personas pudo, incluido el viudo de Feliza, Pablo Leyva, quien orgulloso estuvo en el lanzamiento del libro hace pocas semanas en Bogotá. Todavía no he leído la novela, que compré esa noche.
La que sí leí fue Volver la vista atrás (2020), a la que le antecedieron otras que no menciono pero que me han confirmado que es uno de los más destacados escritores colombianos del momento, como José Zuleta y Lina María Pérez, por mencionar apenas a dos.

Volver la vista atrás es la historia de Fausto Cabrera y su hijo Sergio, español y dramaturgo el primero, y colombiano y cineasta el segundo. Ambos, soñadores que querían un mundo mejor y se metieron a la guerrilla, pero que se desilusionaron de la lucha armada y siguieron dando la pelea con la cultura, justo después de la Revolución cultural china, que dio muchos pasos atrás con la peregrina tesis de que hasta Beethoven era burgués.
Fue también un hecho fortuito el que le dio la idea a Juan Gabriel Vásquez de escribir esta novela, su penúltima –hasta ahora–: Sergio Cabrera presentó en Barcelona, España, una retrospectiva de sus películas, el mismo día en que su padre Fausto falleció en Bogotá. Hubo quienes le sugirieron que postergara la presentación o que esta se hiciera sin su presencia, pero él prefirió participar en la muestra cinematográfica, con la mente allá y aquí.
La novela narra el camino recorrido por Fausto desde la época de la guerra civil española a raíz de la traición al pueblo ibérico por parte de un fascista apoyado nada más y nada menos que por Hitler y Mussolini, en esa época en la que la gente del mundo entero se hacía la de la vista gorda frente a la oscura perspectiva de la historia por venir. Igual a como sucede hoy.
Fausto migró a Colombia, para salvar la vida. Comunista convencido, se unió a los lineamientos de la revolución liderada por Mao en China, y a China fueron a parar él, su esposa Luz Helena y sus hijos Sergio y Marianella, quienes decidieron apoyar la posibilidad de que se reprodujera en nuestro país el experimento de Pekín.
Sergio prestó servicio militar en China y adquirió los conocimientos para unirse después a la guerrilla en Colombia, pero en la práctica encontró una realidad que distaba mucho de los sueños de un joven que quiere cambiar su país para después cambiar el mundo. “Proletarios del mundo, uníos”.
Juan Gabriel Vásquez necesitó 471 páginas para contar esta historia, sobre la que advierte que es “una obra de ficción, pero no hay en ella episodios imaginarios”.
En el lanzamiento de Los nombres de Feliza, el autor también dejó claro que se trata de una novela, y hasta podría repetir lo dicho con respecto a Volver la vista atrás: “una obra de ficción, pero no hay en ella episodios imaginarios”.
A leerla, entonces. En una semana publicaré la reseña.