Por: Javier Correa Correa
Dicen que nada se da de forma casual, sino que todo está entrelazado. Pues bien, la profesora Martha Lucía Mejía Suárez empieza una nueva etapa en su vida, en el preciso momento en el que Colombia también lo hace. El cambio es en todo sentido, en lo personal y también en el caso de este país inmarcesible, como se dice en el himno nacional, algo que pocos entienden, porque esa palabra no forma parte del lenguaje cotidiano.
Y como son tantos los vacíos que tenemos, algunas personas decidimos asumir la docencia. Como lo hizo Martha Lucía, quien empezó su carrera profesional como periodista en Vanguardia Liberal, donde adquirió la experiencia para, además de informar, formar. Complicadito el asunto.
Pero como santandereana que se reivindica, les ha puesto berraquera a las vainas, porque de lo contrario estaría yendo en contravía del ejemplo de Manuela Beltrán y José Antonio Galán, y ese es un reto muy grande.
Por sí misma o por las circunstancias, decidió después combinar la docencia y es así como llegó hace varios años a la Universidad Central, primero como profesora y después como directora de la carrera de comunicación social y periodismo.
Sería por su condición de santandereana, pero algunos estudiantes decían que le tenían miedo, y supongo que también unos cuantos docentes, pero después reconocían que no había razones para tenerlo.
Aunque escribo en primera persona, pues al fin y al cabo esta es una columna de opinión, espero recoger el espíritu de otras personas que recorrimos con ella las oficinas, las aulas y los pasillos de la sede norte y ahora de la sede única de la Universidad Central, y hace una semana la invitamos dizque a un almuerzo de trabajo, convencidísimos de que no se había dado cuenta de nada, pero después desbarató la mentira piadosa al reconocer que sabía de qué se trataba el encuentro, matizado con vino, como debe ser.
En mi caso, repito, no había tenido mayor contacto personal con Martha, en su calidad de docente y luego de directora. Una relación cordial, pero no más. Me empecé a acercar a ella desde hace poco menos de tres años, cuando mi hija enfermó y ella, Martha, me mostró su perfil humano y se ubicó a mi lado con toda la solidaridad y calidez.
Eso es más importante que hacer noticias, sílabos, programas de materias, informes académicos y un montón de vainas más que la mayor parte del tiempo nos embolatan y nos distraen de lo esencial.
Nos ha dado por compartir fotos de amaneceres, siempre con la alegría de recibir cada nuevo día, con sol radiante o con nubes protectoras. Y eso nos ha permitido tejer afectos.
Y el mundo tiene que ser sembrado de afectos.
De la misma forma como recibimos con certeza el nuevo amanecer en Colombia, no desde la tribuna sino en el terreno, con la participación activa en la toma de decisiones, Martha, que ahora dispone de más tiempo, se metió a aterrizar eso que se llama democracia participativa, en el momento en el que empieza el cambio en Colombia.
No le metamos chovinismo a estos párrafos: de lo que se trata, simplemente, es de darle un breve y sincero y fuerte saludo de gratitud a Martha Lucía Mejía Suárez, a quien le deseo –le deseamos– buen viento y buena mar.