Por: Sebastián Ortíz
Tradicionalmente y no sin razones de peso, la soberanía de los Estados nacionales ha sido vista como un estorbo para la protección internacional de los derechos humanos. Eso vale, sin embargo, sólo para un viejo concepto de la soberanía. En particular, para la entendida como el “poder absoluto y perpetuo” de los gobernantes.
Esa concepción cerrada de la soberanía, efectivamente choca con la protección de los derechos humanos. Por mucho tiempo y todavía hoy, no faltan gobiernos que utilizan a la soberanía como escudo o parapeto para rechazar gestiones foráneas en favor de los derechos humanos.
De esa forma, bajo regímenes antidemocráticos, la protección de los derechos humanos prácticamente pasa a depender de lo que se haga, o deje de hacer, en el nivel internacional. Inevitablemente, se cae en la tradicional, y ahora del todo inaceptable disyuntiva: o salvaguarda de la soberanía, o salvaguarda de los derechos humanos.
No está de más saber que esa falsa disyuntiva incluso asoma en la propia Carta de la onu. Por un lado, varias de sus disposiciones apuntan a la promoción internacional de los derechos humanos. Pero, por otro lado, se establece que “ninguna disposición de esa Carta autorizará a las Naciones Unidas a intervenir en los asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de diferentes estados.
La verdad es que tampoco se ha hecho mucho para superar tan preocupante problema, Por el contrario, persisten tendencias a sepultar la soberanía de las naciones débiles.
Para ser exactos en nombre de los derechos humanos, En el mejor de los casos, la defensa de los derechos humanos todavía suele emprenderse como una cuestión al margen de la defensa de la soberanía, como si no existiera interacción alguna entre ambas luchas.
Un pensamiento nuevo, y no tradicional, es lo primero que se requiere para superar la crisis de la humanidad, crisis histórica, por cuanto se desvanece el paradigma socialista supuesto embrión de una época nueva, superior, al mismo tiempo, el viejo paradigma capitalista, hoy arropado de neoliberalismo, que ni termina de morir ni acaba de convencer.
Es preciso repensar el concepto mismo de soberanía, pero sin vaciarlo de su esencia, entre otras cosas para que, en lugar de estorbo, se convierte en catapulta que promueve los derechos humanos. A su vez, los derechos humanos también han de ser revisados, al menos para evitar que su defensa sirva como pretexto o excusa.
En nombre de la globalización todo lo que huela a soberanía en el mejor de los casos, logra que los derechos humanos continúen su evolución progresiva, aunque nunca lineal ni irreversible, evolución que ha transitado ya desde el reino de lo individual hacia lo social, desde lo parcelado hacia lo integral.