Por:Tatiana Torres González.
Soy Tatiana, y también, Manuela.
Soy una jaula minúscula y al mismo tiempo, la voz de un país entero. Soy quien resiste entre lo cotidiano, por quien no lo hace o quien ya no puede. Soy la capitana de un barco, pero también hago el rol de marinera; no sé dónde va a parar, sin embargo, lo conduzco con ganas y con fuerza. La única dirección que encuentro entre esta embarcación es la de mi origen, las coordinadas de la casa que me vio crecer, y posiblemente, donde cultivé los sueños más grandes que me retumban cuando estoy sola. No me importa ir a la deriva, porque el control lo tengo al mismo tiempo que se desvanece, me siento sabia en la primera estrofa y una completa inútil en el punto final. Hago poesía, porque no sé qué sería sin ella. Y es que esa soy yo sin pretenderlo, no me imagino una vida lejos de unos versos tristes y melancólicos, pero tampoco me interesa el reconocimiento de ser una poeta brillante y resaltada entre los demás, me basta con liberarme y liberar al otro, con hacerlo sentir y estremecer lo más profundo, con humanizar y transformar su construcción, no pido más que la libertad y la sensibilidad de quien me lea, porque le entrego la mía a flor de piel mientras escribo.
La poesía me ha salvado, como a un pintor el óleo y el lienzo. La vida me ha dado el don de escribirla y recitarla, y es precisamente esa, la forma de construir y destruir una persona al mismo tiempo. A veces creo que puedo salvarme de todo, menos de la poesía porque esta me ha salvado a mí. Y es que me ha rescatado, me ha hecho resurgir del infierno, de los escombros, de las cenizas, me la levantado de un combate y juntas hemos ganado mi guerra interna. La escritura me ha hecho dar saltos abismales, como si tuviera pies de gigante. Me ha alzado la voz tan fuerte que siento defender la humanidad del resto, entre los umbrales y el fuego. Soy América Latina en una resistencia que hemos emprendido en todos en este barco pequeño. Me siento capaz de serlo todo, siendo nada, porque me elijo antes que nadie, pero no antes que todo.
Toda mi vida he navegado entre líneas, mi amor incomprensible por la literatura lo desarrolle entre alfajores y matiz, y no porque sea argentina, no, sino porque las palabras mágicas de Borges me hacían sentir allí estando en casa, los libros me han traído pasadizos oscuros, laberintos nefastos y decadentes, a los que me acojo y no les busco salida, sino estrategias. Los libros han hecho que empiece amar la grieta, me han hecho entender que la tristeza es necesaria para sentir, porque no hay nada más absurdo que querer estar bien todo el tiempo, como si el dolor no fuera la mayor prueba de que estamos vivos. Los libros me han hecho saber que estoy enamorada. Estoy enamorada como todos, como cualquiera, como ninguno. Estoy enamorada de alguien que creo conocer perfectamente, pero me resulta ser un desconocido particular.
No hay nada ame con tanto fervor, con tanta intensidad, que las letras, las palabras precisas en el momento correcto, el olor a los libros, las margaritas y las carcajadas que retumban en la casa familiar. Puedo navegar mil días, pero siempre volveré a mi hogar. A las arrugas de mi vieja, a la sonrisa de mi madre, a los chistes malos de mi padre, a los buenos ratos con mis tías, a mis sobrinos, al calor que siento con ellos incluso si es invierno, porque desde siempre supe que serían la chimenea que me calentaría las manos si la soledad llegara abrazarme con fuerza.
No hay nada que me emocione más que un libro nuevo y un papel en blanco, porque nunca se planea un buen verso, esos son los que llegan de repente. La poesía me hace viajar estando en casa y sentirte en casa estando fuera. Así es, o por lo menos, así es conmigo y eso ha hecho de mí, porque cada que confronta mi tristeza, me vuelvo más humana que nunca.
La poesía es mi revolución insaciable, el destino de una embarcación que nunca tuvo rumbo fijo, la melancolía de un ser como cualquier otro, la idea precoz que hizo de mi vida una liberación hecha en tinta. La poesía me ha hecho entender, que es absurdo pensar que por respirar una persona está viva, como si no se sintiera muerta entre la gente.