La procrastinación en una sociedad agotada

Por Lina Sofía Yaya Yara

lyayay@ucentral.edu.co
En la sociedad contemporánea, marcada por un ritmo de vida vertiginoso y una constante demanda de productividad, la procrastinación se erige como un problema cada vez más prevalente. Sin embargo, se suele interpretar erróneamente como una mera debilidad personal que conduce a la frustración y el agotamiento.

Esta fatiga acumulada, lejos de ser solo un síntoma individual, refleja un sistema que promueve la hiperproductividad, la autoexplotación y la falta de equilibrio entre el deber y la vida personal. Por tanto, es necesario cuestionar la visión simplista que culpabiliza en su totalidad a los individuos por este fenómeno profundamente arraigado en las estructuras sociales y económicas.

Según Piers Steel, catedrático e investigador de la Universidad de Calgary, la aplicación de técnicas productivas ha convertido la procrastinación en un fenómeno con un matiz negativo. De esta manera, la hiperproductividad y la positividad tóxica, dos conceptos desarrollados por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, son respuestas a una sociedad del rendimiento que se ha instaurado como norma social, donde el valor de las personas se mide por su cantidad de logros en el ámbito académico, laboral y personal.

Bajo esta perspectiva, postergar las tareas se contempla como la antítesis de la productividad, elemento fundamental para el desarrollo económico y financiero actual. Por esta razón, muchas personas se ven arrastradas a una mentalidad de “emprendedores de sí mismos”, y la presión por alcanzar sus metas se convierte en una carga insoportable.

La creencia propagandística de que “sí se puede” a toda costa, las impulsa a sacrificar su salud y bienestar en aras del éxito. Por lo que el “no poder” se transforma en un duro reproche personal, contribuyendo a una espiral de autoexigencia y castigos cuando no se cumplen las expectativas sociales.

Este temor al fracaso, alimentado por las comparaciones constantes y la presión por alcanzar estándares inalcanzables, genera una profunda ansiedad. Ante este panorama, la procrastinación surge como un mecanismo de defensa, en un intento de evitar el dolor del fracaso, el rechazo o las consecuencias negativas de una labor que se percibe como demasiado exigente.

Así como puede ser una forma de escape y resistencia a las demandas personales, familiares y sociales.De igual forma, la era digital ha intensificado la presión sobre las personas, bombardeándolas con un exceso de estímulos, información e impulsos que fragmentan y dispersan su percepción.

En las redes sociales, en particular, prolifera la positividad tóxica en la que se promueven historias de éxito y vidas perfectas que presentan la felicidad y el éxito como los únicos estados deseables. Esta exposición constante a una realidad idealizada genera sentimientos de insuficiencia y frustración, ya que conduce a la comparación de la calidad de vida y el éxito propio con el de las demás personas, ignorando las dificultades y negando las “emociones negativas”.

Ante la presión por “estar bien” en todo momento, en diversos ámbitos, como el educativo, laboral y social, las personas se ven obligadas a cumplir con sus deberes, incluso en detrimento de su propio bienestar, para evitar críticas desfavorables.

Después de todo, el tiempo, un recurso escaso e irrecuperable para la productividad, se convierte en una fuente constante de estrés y ansiedad. Puesto que la constante necesidad de cumplir con plazos ajustados y responder demandas inmediatas lleva a tomar decisiones precipitadas y priorizar tareas urgentes sobre aquellas que requieren mayor planeación y dedicación.

Trabajar bajo presión

En esta búsqueda por la eficiencia y la productividad, surge la narrativa de “trabajar mejor bajo presión”, una acción que se replica en la procrastinación como mecanismo inconsciente para evadir la complejidad e incertidumbre, abogando por la comodidad inmediata.

Así, el tiempo de ocio y reflexión se reduce ante el estrés producido por actividades que nunca finalizan, sin un espacio adecuado para el pensamiento profundo, filosófico y artístico, además de acciones necesarias de autocuidado.

En resumen, la procrastinación señala la necesidad de reformar la sociedad de manera integral con un enfoque sistémico que aborde las condiciones subyacentes de este fenómeno, promoviendo medidas sostenibles que fomenten un equilibrio entre las laborales y la vida personal.

No obstante, la transformación no debe limitarse a cambios a nivel individual; es necesaria una rebelión colectiva contra el sistema dominante que oprime a las personas, esto al cuestionar las normas sociales que glorifican la hiperproductividad y promueven la positividad tóxica, exigiendo así cambios en los estándares sociales, la distribución del tiempo y las responsabilidades.

Por ende, la procrastinación puede ser el punto de partida para esta insurgencia, al rechazar su origen sistémico y cuestionar la constante búsqueda del éxito, abriendo espacios para la reflexión y la acción colectiva.

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Artículo producto de ejercicios académicos. No es oficial de la Universidad y las afirmaciones u opiniones emitidas a través de ellos no representan necesariamente a la Institución.

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