Dicen por ahí que la soberbia, gula, pereza, lujuria, avaricia, ira y envidia son los pecados más severos que existen, pues basta cometer uno para ser condenado a una eternidad en el infierno. Bueno, esta creencia según la tradición cristiana que establece la existencia de un cielo y un infierno; y en gran parte a Dante Alighieri, quien en su obra La Divina Comedia así lo plasma. Sin embargo, quien quiera que haya estructurado tales pecados capitales olvidó agregar uno que solo afecta a las mujeres, el aborto; aunque las mujeres que abortan no necesitan esperar a morir para ser condenadas a una eternidad de sufrimiento, dado que son condenadas en vida.
Sí. Aquellas mujeres que deciden poner fin a su embarazo por alguna u otra razón, muchas veces son señaladas por una sociedad un tanto hipócrita que dice ser laica en su Constitución, pero se declara católica apostólica y romana cuando de juzgar a las mujeres que abortan se trata; incluso cuando es un aborto amparado por la ley; es decir, cuando la vida o salud física y/o mental de la mujer está en riesgo, cuando el embarazo es producto de una violación y/o cuando el feto presenta malformaciones y su vida fuera del útero es inviable.
Vale la pena mencionar que además de la doble moral de esta sociedad, las mujeres también deben enfrentar obstáculos y peros de un Estado que no es capaz de garantizar sus derechos. De igual manera, a esto se le suma el sector salud, el cual escudándose bajo la objeción de conciencia se niega a brindar un servicio.
Ante este panorama, donde el aborto es rechazado y considerado como un pecado mortal, las mujeres que desean poner fin a su embarazo son obligadas a recurrir a medidas extremas, a lugares clandestinos, pues por temor a enfrentarse a tales señalamientos, miradas inquisidoras, juicios morales y sermones religiosos, prefieren arriesgar sus vidas practicándose un aborto inseguro, sin pensar por un momento en las consecuencias que este puede traer consigo.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), un aborto inseguro es aquel procedimiento realizado por personas con poco o cero conocimiento en el tema, y en condiciones que carecen de total salubridad. Así mismo, en una de sus publicaciones, Aborto seguro: una guía técnica y de políticas para sistemas de salud, la OMS ha indicado que tras un aborto inseguro, las mujeres pueden estar expuestas a desarrollar diversas complicaciones, entre ellas: hemorragias, infecciones, abortos incompletos, perforaciones uterinas y hasta la misma muerte.
Las hemorragias ocurren cuando la persona que realiza el procedimiento emplea de forma errónea los implementos, generando una ruptura uterina; es decir, las curetas, instrumentos utilizados para retirar el feto, son introducidas sin ser medidas, provocando una perforación en el útero y con ello un vasto sangrado. Cabe resaltar que esa perforación debe ser saturada de forma inmediata. No obstante, en esos lugres con tan pocas medidas de sanidad, tal saturación podría ser aún más letal.
Por su parte, las infecciones son producto de la no esterilización de los utensilios quirúrgicos o de la mala condición higiénica del lugar donde se practica el aborto y de quien lo realiza. De igual manera, las infecciones, muchas veces, se deben a la presencia de restos placentarios o fetales en el útero, pues quien realiza el procedimiento no revisa si extrajo todo, lo que conlleva a un aborto incompleto.
Un aborto incompleto es aquel en donde residuos del feto o la placenta permanecen en el útero de la mujer, ocasionando sepsis; en otras palabras, una infección que pone en grave peligro la vida de la mujer.
Sin duda alguna, cualquiera de estas complicaciones de no ser tratada a tiempo y de manera eficaz puede generar la muerte de la mujer. Es más, según cifras de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, cerca de 47 mil mujeres mueren al año por abortos peligrosos. Además, en su más reciente estudio, la OMS junto al Instituto Guttmacher establecen que anualmente se llegan a realizar entre 22 y 25 millones de abortos inseguros en todo el mundo, especialmente en países de América Latina, Asia y África, donde curiosamente sus leyes restringen el aborto.
De modo que tildar el aborto como un pecado o crimen a lo único que conlleva es que las mujeres busquen alternativas que ponen en riesgo su vida. Quizá, hay quienes piensen que tales afecciones podrían ser su castigo por cometer semejante atrocidad. Se equivocan. De hecho, pensar algo así sí es un pecado. Nunca, ni en el más remoto de los escenarios será justificable que una mujer deba recurrir a un aborto inseguro cuando este debe ser reconocido como un derecho.
En este orden de ideas, la OMS ha declarado en reiteradas ocasiones que el aborto inseguro puede ser evitado a través de la educación. Es necesario capacitar a niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos en educación sexual. Igualmente, es importante comprender que el aborto no es un crimen; por lo tanto, es indispensable dejar a un lado el estigma que existe en relación al aborto y no pensarlo como un pecado más, sino como un derecho de las mujeres.
Por último, solo me resta decir que el aborto no es un pecado. Pecado es prohibirles a las mujeres decidir sobre su cuerpo. Pecado es satanizar el aborto. Pecado es que los Códigos Penales de algunos países contemplen penas para aquellas mujeres que deciden interrumpir su embarazo. Pecado es señalar a una mujer que quiera abortar o que haya abortado. Pecado es que las mujeres sufran una hemorragia, una perforación uterina o que mueran porque no tuvieron de otra más que practicarse un aborto inseguro. Un aborto inseguro sí es un pecado.
Por: Shadday Triana Ángel.