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De la Plaza de Varela al Alma de Cali: La Salsa como Lenguaje de Identidad

Por Sara Juliana Rivera Cely. sriverac2@ucentral.edu.co

Entre los cultivos de caña de azúcar y la brisa cálida que golpea sutilmente el rostro de cualquier viajero, se asoma una bienvenida característica. Esas que, conforme das un paso, se convierten en el ritmo particular que se esconde en cada calle, en cada bar y en una que otra risa que se escapa por las puertas abiertas de los hogares caleños. Así es como una “rola” sabe un viernes en la tarde que ha llegado a su destino: la sucursal del cielo o, como muchos la llaman, “la capital mundial de la salsa”, nombrada así por primera vez por Johnny Pacheco, según El Tiempo.

Desde la década de 1960, la salsa ha dejado una huella imborrable en Colombia, provocando el surgimiento de grupos y orquestas afines a dicho género. Sin embargo, más que una simple escena musical, ha sido considerada el elemento central de la capital, destacándose no solo como un vehículo de comunicación entre los individuos, sino también como una forma de cohesión social. A través de cada letra y cada instrumento en la composición de este ritmo, se construye una unión capaz de trascender clases, edades y orígenes, influyendo en dinámicas de integración y poniendo en alto que la música es, en efecto, un lenguaje para todos.

Si algo caracteriza a la salsa en Cali es su capacidad para contar historias. Y no me refiero únicamente a las que se encuentran en las canciones que suenan de forma predominante en cada rincón de la Plaza de Varela, sino a aquellas que están arraigadas en los mismos bailarines, músicos y espectadores. En este sentido, este estilo musical se convierte en un medio de comunicación no verbal comprendido a través de sus diferentes significaciones visuales, corporales y actitudinales, que permiten la generación de mensajes directos entre ellos mismos y hacia los públicos (Navia, 2013).

Iglesia la Ermita (Cali) por Sara Juliana Rivera Cely

¿Y cómo no hacerlo, cuando hablamos de plazas públicas llenas de multitudes compartiendo con el grupo que toca desde el balcón de una casa, el amigo que toca su cencerro sentado en un andén o el bailarín que no se pierde un solo viernes en la calle del sabor?

Cada uno de estos momentos y encuentros, lleva consigo un relato, construido al compás de tambores, trompetas y calles convertidas en pistas de baile. Cali se convierte así en un escenario donde cada ser, al son de la salsa, logra enlazar sus raíces, a veces sin la necesidad de una sola palabra. Además, todos se convierten en parte de una misma historia: la de un pueblo que decidió adaptar un género musical como un estilo de vida, una forma de ser.

A raíz de esto, Simon Frith expone que la música además de proyectar algo, logra reforzar la identidad, afirmando que: “la mejor manera de entender nuestra experiencia de la música –de la composición musical y de la escucha musical– es verla como una experiencia de este yo en construcción. La música, como la identidad, es a la vez una interpretación y una historia, describe lo social en lo individual y lo individual en lo social, la mente en el cuerpo y el cuerpo en la mente” (2003, p. 184).

Entender este concepto como un código social que supera las palabras, permite un acercamiento más profundo a la distinción de culturas entre ciudades, así como a la apropiación representativa de la ciudad de los siete colores, una apropiación que no logran todas las poblaciones, sino que se construye a partir de una narrativa cultural formulada durante años.

Plaza de Varela (Cali) por Sara Juliana Rivera Cely

En términos de cohesión social, la salsa se ha manifestado como una plataforma inclusiva para todos los ciudadanos, incluidos aquellos turistas que, aunque lleguen con altas expectativas (como yo), no logran dimensionar la magnitud de influencias, sabores y colores con los que es posible encontrarse en esta bella tierra. Un recorrido por el centro histórico, donde se encuentran puntos emblemáticos como la Plaza de Cayzedo, la iglesia La Ermita y la Calle de la Feria, es suficiente para denotar el reflejo de una historia que ha fusionado culturas y ritmos afrocaribeños.

Estos lugares tienen el poder de reunir a personas de diferentes orígenes, quienes terminan desembocando en fiestas populares y salsotecas, como la Topa Tolondra, aquel sitio tradicional ubicado en la Calle Quinta, caracterizado por su enorme cuadro de La Última Cena Salsera, con personajes como Celia Cruz, Joe Arroyo y Rubén Blades, además de su movimiento constante y los pies inquietos de los presentes, que no dejan de hacer regates y llevarse las baldosas consigo.

De baile en baile, y con alguna que otra bebida de por medio para sobrevivir al calor que arropaba mi piel, mi viaje llegaba a su fin, pero no sin antes entender que Cali no es solo la capital de la salsa por la cantidad de grupos musicales que se han formado en su seno, ni por las fiestas memorables de los fines de semana. Esta ciudad es nombrada así por la narrativa cultural colectiva que se ha incorporado en cada línea melódica, encuentro y bebida ancestral compartida entre vecinos, como la crema de biche.

En Cali, la salsa no es solo música, tal como lo explica Alejandro Ulloa Sanmiguel (2016), profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación de la Universidad del Valle: es la realidad de un objeto perfilado progresivamente como constitutivo de un proyecto cultural germinado en la ciudad adolescente de los últimos tiempos. Es la médula espinal que conecta lo individual con lo colectivo, lo personal con lo social, trascendiendo barreras sociales y culturales, y creando un escenario donde todos, sin importar de dónde vengan, son parte de una misma historia.

Es necesario recalcar que, aunque yo, como “rola” que llegó con expectativas altas de lo que le esperaba en su aventura, no entendía completamente la magnitud de lo que estaba por vivir, poco a poco, mediante preguntas, saludos y sonrisas intercambiadas con habitantes del lugar, fui comprendiendo que me encontraba ante una identidad compartida que no solo se baila, sino que se siente en cada rincón de la capital, y por supuesto, del alma.

Artículo producto de ejercicios académicos. No es oficial de la Universidad y las afirmaciones u opiniones emitidas a través de ellos no representan necesariamente a la Institución.

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