Por: Jose Escobar Romero – jescobarr3@ucentral.edu.co
Educar es mucho más que transferir información: es establecer relaciones humanas que permiten la construcción del conocimiento, el desarrollo de valores y la formación de ciudadanos críticos, y en este proceso la comunicación se vuelve una herramienta fundamental y transversal, pues la forma en que hablamos, escuchamos y nos relacionamos con los demás tiene un impacto profundo en cómo se produce el aprendizaje, por lo que comunicar de manera adecuada y consciente es esencial para lograr una educación inclusiva, significativa y transformadora.
Es así como, cada etapa del ciclo vital nos plantea desafíos y necesidades distintas frente a la forma de comunicar, por ejemplo, no es igual el diálogo con un niño de tres años que con un adulto mayor, y así como los adolescentes requieren espacios para expresarse libremente, las personas adultas buscan sentido práctico y reconocimiento de su experiencia en sus diálogos.
Comprensión del lenguaje en la etapa inicial
Durante la primera infancia los seres humanos atravesamos por un periodo de aprendizaje acelerado, especialmente en lo relacionado con el lenguaje, la afectividad y el reconocimiento del entorno, por lo que se constituye como una etapa de exploración sensorial y emocional, en la que el vínculo con los adultos es clave para el desarrollo cognitivo y social, en el que comunicar va más allá de sólo hablarle al niño o a la niña, sino que también hay comunicación al mirarle, escucharle, responderle y acompañarle.
La comunicación efectiva con los más pequeños debe construirse desde la ternura, la repetición, el juego y la presencia constante, en un mundo en el que los adultos se presentan como modelos lingüísticos, afectivos y sociales, por lo que deben desarrollar habilidades para expresarse adecuadamente, pero sobre todo, para leer las señales del niño y poder responder oportunamente.
La Comunicación construye autonomía
La niñez, época en la que se inicia la vida escolar, es una etapa clave para el desarrollo de la personalidad, la adquisición de conocimientos académicos y la interiorización de normas sociales, que les permiten a niños y niñas empezar a tener un mayor dominio del lenguaje, de su pensamiento lógico y de sus emociones, por lo que también aumentan sus interacciones con pares, docentes y otras figuras adultas, de manera tal que la comunicación educativa cobra una dimensión aún más compleja y estructurada.
Esta edad es el momento adecuado para fomentar la autonomía, la autorregulación y el discernimiento, y para lograrlo la comunicación debe ser clara, comprensiva y respetuosa, promoviendo las preguntas abiertas, la validación de emociones y la explicación de normas con sentido lógico mediante lecturas fluidas, recursos visuales e interacciones sencillas, tal como lo presenta el escritor Canizales, quien recientemente ha lanzado, junto a Editorial Panamericana, una serie de cuentos ilustrados titulada “Selváticos”, pensada para que los más pequeños aprendan sobre la fauna y la flora de nuestro país.



La complejidad de comunicar en tiempos de cambios
Avanzando en el curso vital, llegamos a la adolescencia, que nos representa una etapa de grandes transformaciones físicas, psicológicas y sociales, ya que en este tiempo se consolida la identidad, se experimentan nuevas emociones y se cuestionan normas previamente aceptadas, lo que se refleja en la necesidad de independencia que convive con la búsqueda de aceptación y orientación, lo cual hace que la comunicación con adolescentes sea, a menudo, un territorio desafiante para padres, docentes y orientadores.
Educar en esta etapa requiere una comunicación basada en el respeto mutuo, el diálogo abierto y la capacidad de contener sin invadir, por lo que es adecuado el uso de un lenguaje horizontal, empático y adaptado al ritmo adolescente, ya que no se trata solo de enseñar contenidos, sino también de generar espacios seguros para conversar, dudar y expresarse sin miedo al juicio.
Frente a estos aspectos, el escritor especializado en literatura infantil y juvenil, Celso Román, quien acaba de presentar su más reciente libro, El Árbol que Contaba Historias, en el marco de la FILBo 2025, asegura que en este contexto contemporáneo en el que estamos inmersos en la comunicación digital, es importante acercar a los lectores más jóvenes al mundo natural, “a que, a través de los sentidos, redescubran su cotidianidad”.
Comunicación como acompañamiento en la toma de decisiones
Durante la juventud nos encontramos en una fase de consolidación de la autonomía personal, profesional y emocional, y aunque ya no somos adolescentes, aún estamos en proceso de definir factores como la identidad, la vocación y los proyectos de vida, contextos en los que la educación se vuelve un espacio de encuentro con el pensamiento crítico, la acción social y el compromiso con el entorno.
Por esto, la comunicación con jóvenes debe centrarse en el acompañamiento respetuoso, la apertura al diálogo y la construcción de confianza. Ya no basta con enseñar desde la autoridad: hay que invitar al análisis, a la participación activa y a la toma de decisiones conscientes, dado que los jóvenes requieren interlocutores que los escuchen, los desafíen intelectualmente y reconozcan su capacidad de transformar su realidad.
Y precisamente, Canizales reconoce los cambios y las adaptaciones que surgen en la juventud frente a las formas de aprendizaje que se hacen cada vez más diversas y destaca la importancia de la formación académica articulada con los intereses personales, los talentos y las habilidades, lo que permite tener cada vez más y mejores accesos a la educación desde diferentes perspectivas.
Aprender en la vida adulta: retos y oportunidades
Cuando llegamos a la adultez la educación suele estar relacionada con el desarrollo profesional, la mejora de competencias laborales, el cuidado de la familia o el crecimiento personal, y esto tiene que ver con que las personas adultas aprendemos a partir de objetivos específicos y valoramos especialmente la utilidad práctica de los contenidos, por lo que la comunicación educativa, en este caso, debe ser clara, funcional, y respetuosa de la experiencia acumulada.
Al tratar con adultos, es fundamental entonces reconocer que cada persona trae consigo saberes previos, trayectorias diversas y responsabilidades que influyen en su disponibilidad para aprender, por lo que la forma de comunicar no puede ser paternalista ni rígida, sino que debe estar centrada en el diálogo, el respeto mutuo y la construcción colectiva del conocimiento.
Comunicar para transformar, educar para humanizar
La educación y la comunicación son dos caras de una misma moneda y, en suma, educar no es posible sin comunicar, y comunicar con sentido es, en sí misma, una forma de educar, en una relación que se fortalece a lo largo de la vida, y es por ello que las personas necesitamos diferentes formas de interacción que nos permitan comprender el mundo, participar activamente en él y desarrollar todo nuestro potencial.
Comunicar para educar no es repetir mensajes, sino conectar con los otros desde la empatía, la claridad, la escucha y el respeto por las diferencias, factores clave que se profundizan al estudiar Comunicación Social, pues quienes se forman en esta disciplina no sólo aprenden a transmitir información, sino a crear puentes, construir significados, facilitar procesos colectivos y acompañar el desarrollo humano en todas sus etapas.
Es por esto que el profesional en comunicación comprende las dinámicas educativas y puede actuar como mediador entre saberes, entre generaciones, entre culturas, pero también puede diseñar campañas formativas, transformar realidades con narrativas inclusivas y contribuir a una ciudadanía más informada, crítica y participativa.
Frente a los retos actuales de desinformación, fragmentación social y desigualdad en el acceso al conocimiento, la formación en Comunicación Social se vuelve esencial para fortalecer una educación transformadora, porque comunicar bien no es un accesorio, sino que es el corazón de una sociedad que se piensa, se cuida y se educa a sí misma.
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