Por: Valentina Gómez Salazar
En todo el mundo, una de cada tres mujeres experimenta alguna forma de violencia física o sexual en el transcurso de su vida.
La violencia contra mujeres y niñas provoca traumas devastadores e incluso el temor de denunciar o narrar lo sucedido.
Sin embargo, el problema radica en naturalizar el acoso callejero y considerar que el término violencia solo se atribuye al accionar que implica la agresión física frente a otra persona.
Pese a que es una de las formas de violencia de género más extendidas, el acoso callejero está tan normalizado que muchas mujeres de todas las edades y ciudades de todo el mundo lo viven “resignadas”.
Es por esto, que resulta importante reclamar medidas para acabar con esta violencia de género que provoca miedo e inseguridad a niñas, jóvenes y mujeres; y afecta directamente a sus derechos, limitando su movilidad, libertad y seguridad.
El acoso callejero se presenta como un tipo de violencia que, según la organización Stop Street Harassment, aparece en forma de «comentarios, gestos y acciones no deseadas, realizadas por la fuerza a una persona desconocida en un lugar público y sin su consentimiento».
Más allá de las cifras, se encuentran las historias de todas las mujeres y niñas que sienten (o han sentido) inseguridad en su hogar o en las calles. Es precisamente en el espacio público donde más normalizada y extendida está la violencia, sobre todo, aquella que se presenta en forma de acoso.
Por consiguiente, la violencia simbólica se practica de manera inconsciente, traduciéndose en que también los dominados contribuyen a su propia dominación, a veces sin saberlo y otras a pesar suyo, al aceptar implícitamente los límites impuestos por los patrones de género.
Un ejemplo, en relación al acoso sexual callejero, la vergüenza, humillación, timidez, ansiedad, culpabilidad que puede experimentar una víctima de acoso callejero, constituye una forma de sometimiento, a pesar de sus convicciones internas y sus deseos de resistencia a la opinión dominante.
Lo anterior invita a cuestionar cómo se conjuga la violencia simbólica con el acoso sexual callejero.
Es importante aclarar que la VBG (Violencia basada en género) no solo se vive en el ámbito privado, sino también en el público.
En 2012, un estudio realizado en Nueva Delhi por ONU Mujeres arrojó que el 92% de las mujeres comunicó haber sufrido algún tipo de violencia sexual en espacios públicos y un 88% notificó haber sufrido algún tipo de acoso sexual verbal, incluidos comentarios no deseados de carácter sexual, silbidos, miradas o gestos obscenos, a lo largo de su vida (ONU Mujeres, 2012).
Para hacernos una idea de la dimensión del problema, la Secretaría Distrital de la Mujer en el año 2019 realizó un plan piloto para contrarrestar el índice de acoso callejero en la Capital.
Solo en Bogotá, tres de cada cuatro mujeres participantes en el informe (que recoge el testimonio de 951 mujeres jóvenes entre 16 y 30 años de Bogotá) experimentaron acoso callejero verbal, sin contacto físico, una forma más normalizada de acoso que crea sensación de inseguridad, porque conlleva el miedo a una escalada a formas más graves de violencia.
Como se indicó, la mayor parte de estas experiencias desagradables tuvieron lugar, según las encuestadas, en transporte público o en parques.
Echemos una mirada en rededor, en América Latina, un documento publicado en 2015 por el Observatorio de Igualdad de Género de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) indicó que en Lima 9 de cada 10 mujeres entre 18 y 29 años manifestaron haber sufrido algún tipo de acoso callejero en el último año.
En Bogotá y Ciudad de México, 6 de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de acoso sexual en el transporte público; y en Santiago de Chile, 6 de cada 10 han sufrido acoso sexual en espacios públicos y no han sido denunciados.
Así, una cultura de piropos es propia de una cultura machista, ya que esta trata los cuerpos de las mujeres como propiedad pública, sobre la cual todo hombre tiene derecho de opinar.
De esta forma, se puede decir que el acoso callejero es una de las expresiones de machismo que da puerta de entrada a otras violencias como: agresiones, abuso, violaciones o feminicidios.
Mónica Echeverria, Comunicadora social y Periodista con Magister en estudios de género en el ámbito público y privado, asegura, que el acoso callejero es una forma de acoso sexual, e identificarlo es muy fácil pero se ha naturalizado esta práctica en el espacio público por hombres y mujeres.
Además, añade que la lectura del acoso callejero debe dejar de hacerse desde el sistema patriarcal tradicional que da pie para que se presente este tipo de violencia y discriminación en mujeres y en otras identidades de género.
Y asegura, que claramente el acoso callejero es un tipo de violencia enmarcado en la violencia sexual que puede desencadenar a la persecución o en ocasiones en agresiones físicas en niñas, jóvenes y mujeres.
Ahora bien, aunque el acoso callejero puede suscitar emociones negativas, llama la atención que las reacciones ante él son, en su gran mayoría, respuestas pasivas, tales como ignorar la situación.
Como afirma Mónica Echeverria, para contrarrestar este tipo de violencias hay que dejar de naturalizarlas, sé ha considerado normal que personas extrañas nos esté hablando y opinando sobre nuestros cuerpos y con relación a nuestra sexualidad.
Y Añade:
“No es normal, las personas no tienen porque estar hablando de nosotras de esa manera y se debe entender que esto es un problema, y además, no es un problema menor, pues está vinculado con nuestros derechos de cuerpo e de intimidad y debemos denunciar”.
Tomando todo esto en cuenta, ¿cómo es que el acoso sexual callejero puede generar malestar?
Según cifras de la Secretaría de las Mujeres de la Alcaldía, las mujeres encuestadas manifestaron que son víctimas de acoso callejero varias veces al día; y el 60% de las mujeres dijeron sentir que Bogotá no es una ciudad segura para ellas debido a la cultura patriarcal.
Con esto en mente, resulta importante denunciar y acudir a mecanismos de defensa que muchas mujeres hemos usado, y aseguro que usted como lector también lo ha hecho.
Cambiarse de acera porque hay un grupo de hombres más adelante, elegir la ropa de acuerdo al tipo de transporte que vas a usar ese día, caminar con audífonos para no escuchar lo que te dicen en la calle.
Sentir un vacío en el estómago cada vez que te encuentras en una calle sola con un hombre. Acelerar el paso o entrar a un local cuando sientes que un hombre te está persiguiendo. Acércate a un grupo de desconocidos para que no se den cuenta de que vas sola.
Sentir miedo, sentir asco, sentir rabia y tragársela, son emociones que se quedan cortas frente al acoso callejero que viven hombres y mujeres en su cotidianidad.
¿Reconoces alguna de estas situaciones? La respuesta, muy probablemente, esté determinada por tu género y porque has sido víctima en algún momento de su vida.
Johanna Quintero, Socióloga, Magíster en Comunicación y Medios y estudiante de Doctorado en conocimiento y cultura en América Latina, nos narra desde su rol de mujer y de académica, lo que es lidiar con el acoso callejero.
“Creo que desde la sociología hemos tenido unas discusiones supremamente fuertes frente a las grandes estructuras, a las relaciones con el estado, con el poder y con las luchas; pero hasta hace muy poco, le dimos el valor de hablar del tema de las violencias en todas sus facetas y lo que implica denunciar el acoso”
Asegura que hay grandes avances, en relación con quitar el espectro privado o íntimo, cuestiones que son profundamente colectivas.
Y enfatiza, que de alguna manera, culpabilizamos a las mujeres de acoso cuando escuchamos piropos, palabras grotescas, adjetivos calificativos sobre nuestro cuerpo.
Añade, que todo se queda en la culpa y en la individualidad cuando estas cuestiones son profundamente colectivas.
“Dicha problemática hace parte de los contextos, en esta medida han sido naturalizados y muchas veces validados por otros que quizás no están comprendiendo los alcances de las violencias”.
Como señala Johanna Quintero, mientras nosotros no problematizamos ese pequeño detalle imperceptible de la cotidianidad, como lo es el acoso callejero, básicamente no vamos a poder movilizar los grandes aspectos de la violencia sexual.
Aqui, la voz experta de Mónica Echeverria quien nos invita a pensarnos la violencia sexual como una problematica latente:
En esta revisión, tan somera como inevitablemente personal, queda claro que el acoso callejero es un tipo de violencia que aqueja a miles de mujeres de cualquier edad, y que los espacios públicos se convierten en escenarios de incomodidad e inseguridad para hombres y mujeres.
Dentro de este marco, ha de considerarse la necesidad de evitar naturalizar prácticas de acoso callejero, e incentivar la denuncia de la violencia sistemática que por décadas aqueja a la población más vulnerable en términos de género en diversidad de espacios cotidianos.
Solo seremos realmente iguales cuando podamos participar en la esfera pública de la misma forma que los hombres, cuando las mujeres podamos caminar con libertad por las calles, sin el constante miedo de ser objetivadas, acosadas o violadas.
Llegado a este punto, el acoso callejero, como manifestación del sexismo, no es trivial, es una demostración más de la dominación masculina que perpetúa la subordinación de lo femenino, por eso, esta discusión resulta relevante.
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