Por: Valentina Gómez Salazar
El acoso sexual callejero es una de las formas de violencia contra las mujeres más común en América Latina, denominado como una de las formas más comunes de violencia contra las mujeres.
Sin embargo, solapado tras supuestos elementos culturales tiende a ser una conducta naturalizada, lo cual permite cierto rango de permisividad y aceptación social.
El acoso sexual en lugares públicos constituye una práctica cotidiana en ciudades de diversas partes del mundo (New York, Sevilla, La Habana, Bogotá, Lima, México, etc.) y las formas que adopta son muy variadas (ofensas verbales, acoso físico, exhibicionismo, etc.), así como los interlocutores a los que se dirige: mujeres, niños, homosexuales, entre otros.
“Nunca fui una persona miedosa, pero hoy tengo miedo”.
Eso fue lo que pensé cuando iba camino a la casa de un amigo a devolver el celular mientras que en la otra acerca un grupo de hombres morboseaba a una mujer, después de que me piropearon de vuelta de mi casa.
Como mujer, me enfrento todos los días al espacio público, que se supone debe ser un entorno seguro para todos, pero en cambio, termina siendo uno de los lugares más inseguros.
En un reportaje de CityTv compartido por El Tiempo en 2018, el 64% de las mujeres en Bogotá manifiestan ser víctima de acoso callejero. Por otro lado, un promedio de seis mujeres al día denuncian ser víctimas de este tipo de conducta en la calle, que deja entrever, que es un tema que está afectando a todas las mujeres.
En nuestro país, la presencia del acoso sexual en lugares públicos no se concentra solo en la capital, en las principales ciudades, sino en zonas más alejadas se presentan también esta clase de interacciones.
Una frase ofensiva, una mirada lasciva o un coqueteo sexual, son experiencias de todos los días cuando se trata de trasladarse a la escuela o al trabajo. Sin embargo, el acoso sexual en lugares públicos es un componente invisible de las interacciones cotidianas, que afecta las vidas de muchas personas, pero del que se habla muy poco.
La brevedad de su duración, así como la forma velada en la que muchas veces se presenta, disfrazándose de halagos, susurrándose al oído o confundiéndose en la multitud, lo hacen aparentemente intangible.
Pese a que es una de las formas de violencia de género más extendidas, el acoso callejero está tan normalizado que muchas mujeres de todas las edades y ciudades de todo el mundo lo viven “resignadas”.
Es por esto, que resulta importante reclamar medidas para acabar con esta violencia de género que provoca miedo e inseguridad a niñas, jóvenes y mujeres; y afecta directamente a sus derechos, limitando su movilidad, libertad y seguridad.
Mónica Echeverría, Comunicadora social y Periodista con Magíster en estudios de género en el ámbito público y privado, asegura, que el acoso callejero es una forma de acoso sexual, e identificarlo es muy fácil, pero se ha naturalizado esta práctica en el espacio público por hombres y mujeres.
Además, añade que la lectura del acoso callejero debe dejar de hacerse desde el sistema patriarcal tradicional que da pie para que se presente este tipo de violencia y discriminación en mujeres y en otras identidades de género.
En ocasiones caminaba por una avenida. En algún momento de mi crianza me dijeron que era mejor optar por avenidas, porque hay más gente. Sin embargo, caminando me di cuenta de que, con suerte, 1 de cada 10 personas en la calle era una mujer.
En un trayecto de menos de 1 km, en un barrio “seguro” de Bogotá, dos hombres repartidores en bicicleta me acosaron verbalmente. Luego, desde un patrullero, dos policías me miraron fijamente, y no precisamente para pedirme mi identificación.
Cambié de estrategia, opté por calles solitarias internas, allí al menos no había ojos depredadores, ni silbidos, ni un hombre obstaculizando mi paso, estaba sola, pero me sentía más segura.
Entonces yo me pregunto, el acoso sexual callejero ¿No es para tanto o es para mucho?…
Una gran cantidad de justificaciones acerca del acoso sexual en lugares públicos, ha propiciado que la gente no esté del todo consciente de que este es un problema muy generalizado y que las explicaciones que repiten porque socialmente son las válidas no necesariamente coinciden con la lógica de las situaciones.
Por ejemplo:
1. Se piensa que las formas en las que se manifiesta el acoso sexual son formas en las que se realiza el cortejo. Sin embargo, al hablar de las ofensas que lo constituyen esto muestra que no son sinónimos.
2. El acoso sexual no es un tributo a la belleza, a la apariencia ni a la edad. Tampoco depende de la forma de vestir que eligen las mujeres. Contrario a lo que piensa la mayoría, basta con ser mujer para estar expuesta a recibir acoso en lugares públicos.
3. Los piropos ofensivos, y por lo tanto el acoso sexual en lugares públicos, no es un fenómeno nuevo. Con base en los datos tomados del Centro Nacional de Memoria Histórica, se calcula que el acoso hacia la mujer tiene al menos cuatro siglos de existencia en el mundo.
Y seguramente, al mismo tiempo en la región geográfica que conforma nuestra ciudad, pues para entonces ya éramos colonia de España y compartimos los rasgos culturales y las costumbres de interacción entre los géneros entre esas el patriarcado sistematizado.
Johanna Quintero, Socióloga, Magíster en Comunicación y Medios y estudiante de Doctorado en conocimiento y cultura en América Latina, nos narra desde su rol de mujer y de académica, lo que es lidiar con el acoso callejero.
“Creo que desde la sociología hemos tenido unas discusiones supremamente fuertes frente a las grandes estructuras, a las relaciones con el estado, con el poder y con las luchas; pero hasta hace muy poco, le dimos el valor de hablar del tema de las violencias en todas sus facetas y lo que implica denunciar el acoso”.
Y enfatiza, que de alguna manera, culpabilizamos a las mujeres de acoso cuando escuchamos piropos, palabras grotescas, adjetivos calificativos sobre nuestro cuerpo.
Añade, que todo se queda en la culpa y en la individualidad cuando estas cuestiones son profundamente colectivas.
“Dicha problemática hace parte de los contextos, en esta medida han sido naturalizados y muchas veces validados por otros que quizás no están comprendiendo los alcances de las violencias”.
Como señala Johanna Quintero, mientras nosotros no problematizamos ese pequeño detalle imperceptible de la cotidianidad, como lo es el acoso callejero, básicamente no vamos a poder movilizar los grandes aspectos de la violencia sexual.
Aqui, la voz experta de Mónica Echeverria, quien nos invita a pensarnos la violencia sexual como una problematica latente:
El acoso sexual callejero es un problema en aumento en Colombia.
Según cifras de La Fiscalía General de la Nación, de cuatro denuncias que se presentaban en 2008, la cifra ha aumentado a 1.956 en 2019. Por otro lado, esta misma entidad manifiesta que a enero de 2018, la cifra de casos por acoso es de 11098, de los cuales 6.000 se encuentran inactivos por falta de pruebas.
Todo lo anterior, son números que soportan la necesidad de hablar sobre este tipo de acoso y así abrir paso a la socialización de historias que permitan ver porque es tan peligroso este tipo de delito.
En mi posición y mi manera de enfrentar los piropos, las miradas, los acercamientos en la calle siempre es la misma, me coloco mis audífonos y ya, muchos me dirán “cobarde” y otras que soy “ignorante”, pero en un mundo plagado de acoso, fingir que lo ignoras es La única manera de sobrevivir.
Más allá de las cifras, se encuentran las historias de todas las mujeres y niñas que sienten (o han sentido) inseguridad en su hogar o en las calles. Es precisamente en el espacio público donde más normalizada y extendida está la violencia, sobre todo, a aquella que se presenta en forma de acoso.
Es por esto, y en esta revisión, tan somera como inevitablemente personal, queda claro que el acoso callejero es un tipo de violencia que aqueja a miles de mujeres de cualquier edad, y que los espacios públicos se convierten en escenarios de incomodidad e inseguridad para hombres y mujeres.
Finalmente, dentro de este marco, ha de considerarse la necesidad de evitar naturalizar prácticas de acoso callejero, e incentivar la denuncia de la violencia sistemática que por décadas ha aquejado a la población más vulnerable en términos de género en diversidad de espacios cotidianos.
Solo a través de este tipo de dialógos y discursos es posible comprender que el acoso sexual no depende de una apreciación individual y subjetiva,sino de la existencia de parámetros socialmente construidos y compartidos acerca de lo que es ofensivo, irritante, intimidatorio, e incómodo que resulta el acoso.
Mediante dicha argumentación pretendí objetivar lo subjetivo, lo inasible, lo efímero, para cuestionarnos: si la sociedad no es un agregado de individuos, sino el conjunto de acciones recíprocas que se generan entre ellos.
Con esto en mente:
¿Qué ocurre en el ámbito de la cotidianidad frente al acoso de hombres y mujeres a diario?
¿Qué papel ocupa el acoso sexual en lugares públicos en la producción de la sociedad?
¿En qué medida nos permite entender las relaciones de género como un equilibrio inestable de relaciones de poder?…
Solo seremos realmente iguales cuando podamos participar en la esfera pública de la misma forma que los hombres, cuando las mujeres podamos caminar con libertad por las calles, sin el constante miedo de ser objetivadas, acosadas o violadas.
Y a usted… ¿también le pasó?.
Aqui, la voz experta de Johanna Quintero, quien nos invita a pensarnos la violencia sexual como una problematica latente:
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