Por: Esthefani Becerra
¿No les ha pasado que muchas veces sienten un deseo incontrolable de hacer muchas cosas a la vez y se frustran cuando no lo logran? ¡A mí sí!
Y creí que se trataba de algo normal por el encierro de la pandemia, sin embargo, cuando todo estaba bien en mis días cotidianos, sentía unas ganas excesivas de explorar contra el mundo entero, quería culpar de todas las desgracias mías a quiénes me hablaran, o tan siquiera a quién suspirara a mi lado.
Al verme sumida en la soledad que yo misma había buscado, en el encierro de las cuatro paredes blancas de mi habitación donde solo sentía tristeza y asfixia, descubrí que el problema no era de la sociedad era mío.
Todas las mañana había acostumbrado a levantarme muy temprano a limpiar los pisos de la casa, a tal punto, que parecieran un espejo tan resplandeciente que incluso en él me pudiera ver, mis días se habían convertido en excesiva limpieza, pero cuando terminaba no quedaba más que encerrarme en el mismo lugar a protestar por mi vida.
Las lágrimas corrían por mis mejillas como la corriente de un río, un vacío profundo aparecía en mi estómago, como cuando sientes mucha hambre y aun comiendo no sacian las ganas ¿lo han sentido?
Una depresión absurda se había sumado a mi vida, y mucho tiempo después pude ir haciéndome su compañera, mi estado de ánimo tenía curvaturas, buscaba gente para no sentirme tan sola, pero aún así me sentía vacía, lloraba por todo, mi enojo era incontrolable.
Ni se diga de lo descontenta que me sentía con los kilos de más que se veían en mi cuerpo.
Definitivamente aunque intentaba sonreír y quería pretender que no pasaba nada y que todo estaba bien, me di cuenta de mi problema un día que entre lágrimas la idea de acabar con mi vida llegó a mi cabeza.
Es ahí donde las manos no tiemblan más, donde los sentimientos de culpa de todo lo que has hecho se sienten tan pesadas, sientes que deseas acabar con tu vida hasta porque has matado a ese molesto zancudo que en las noches no te dejaba dormir.
Sí, es cierto, es una enfermedad silenciosa que llegó a ponernos una vez más a prueba a nosotros los mortales, un padecimiento que se sufre en silencio y con un sudor incontrolable que sale de cada pensamiento, de cada intento por sobresalir, de cada intento de aceptar y creer que sí se puede superar.
Te invito a escuchar un fragmento de esta historia.
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