Por: Paula Cortès
Desde niñas se nos enseña que entre nosotras no existen amistades leales, todo no lo venden a modo de competencia y terminan creando rivalidades entre mujeres, nos incitan al odio donde la comparación y el menosprecio de unas a otras se vuelve el pan de cada día, primando sobre todo la aceptación masculina que nos lleva por una vía equivocada.
No sé cómo crecieron ustedes o de qué manera se desarrollaron dentro de su entorno, pero por mi parte recuerdo bien que el comparar cuerpos, querer ser la más bonita, criticar la forma en que se ve, viste, habla, maquilla o vive la otra creaba una gran discordia y un entorno de envidia en el que ya no se quería ser amigas entre nosotras, sino enemigas.
Y claro, aquí prima el “divide y vencerás” pues una herramienta útil del patriarcado es que la enemistad entre mujeres se mantenga para así seguir en el juego que llevan a lo largo de la historia que los mantiene arriba y en privilegio, dado que la opinión negativa que creamos sobre otra no termina siendo lo que ellas son sino la imagen deformada que creamos.
Ahora, pensemoslo bien, no estamos compitiendo contra otras mujeres, sino, en alguna medida, contra nosotras mismas y la concepción que creamos. Pues al mirar a nuestro alrededor, muchas de nosotras no vemos más que una versión mejorada, más bonita, más inteligente de lo que nos gustaría ser, más no vemos a la otra mujer en absoluto.
Es así como surgen dos teorías acerca de la competitividad de las mujeres que es de manera pasivo agresiva y se explica desde la psicología evolutiva que la expone desde la selección natural y nuestro comportamiento y por otro lado, desde la psicología feminista que atribuye la agresión indirecta al metodo de interiorización del patriarcado.
Según Joyce Benenson, una psicóloga evolutiva explicó para Psychology Today que la competencia entre mujeres desde la selección natural se explica desde la protección de sus cuerpos del daño físico, recurren a la agresión verbal pues es una agresión indirecta que mantiene a salvo la reducción de número de mujeres disponibles.
Por otro lado, Noam Shpancer explicó también para Psychology Today que cuando las mujeres sienten ser valoradas por los hombres lo consideran como su máxima fuente de fortaleza o valor por lo que se sienten obligadas a luchar contra otras mujeres, pues vinculan su valor a los hombres y cuando se obtiene se dan la espalda entre ellas.
Entonces, como lo venía diciendo las mujeres hemos crecido bajo la concepción de que el mayor enemigo de una mujer es otra mujer, lo vemos en lo que consumimos, los cuentos de hadas, en las películas, en las novelas y el resultado es casi siempre el mismo: mujeres villanas que atacan y sabotean a otras mujeres.
Y como si no fuera suficiente, hemos llevado esta idea a nuestra vida cotidiana, la hemos puesto en práctica desde pequeñas nos criticamos, nos juzgamos y nos atacamos, pues ni nuestras madres, abuelas o maestras nos enseñaron lo contrario y no se les culpa ya que a ellas tampoco les hablaron sobre la posibilidad de ser compañeras y no enemigas.
Así que lo mejor para nosotras mismas es convertirnos en aliadas, en amigas, en compañeras y borremos la idea de que nacimos para ser enemigas, somos diversas, con experiencias, conocimientos e historias diferentes, no nos señalemos y apoyémonos para crecer, recordemos que vinimos al mundo no para ser ¡históricas!.