Por: Javier Correa Correa
De la misma manera como Rusia sigue asesinando civiles en Ucrania, Israel continúa masacrando población palestina en Gaza y en Cisjordania. Y el mundo mira para otro lado, como si los muertos fueran buenos o malos, como dijo alguien de ingrata recordación en Colombia.
Con la excusa de siempre de perseguir a integrantes del movimiento de resistencia Yihad Islámico, las fuerzas de ocupación bombardearon la Franja de Gaza, produciendo la muerte 15 personas, “entre ellos una niña de cinco años, una mujer de 23 años y un comandante de un grupo armado palestino”, según información divulgada por la agencia de noticias TeleSur, citando al Ministerio de Salud en Gaza.
Agregó la agencia periodística que “Ciento veinticinco palestinos resultaron heridos”, y que entre los bombardeos israelíes fueron destruidos “varios edificios residenciales en toda la Franja de Gaza, enviando enormes nubes de humo y escombros al aire”.
Uno de dichos edificios, de cinco pisos, “perteneciente a la familia Khalifa cerca del hotel al-Amal al oeste de la ciudad de Gaza fue arrasado”.
En respuesta a los ataques, integrantes de Yihad islámico atacaron varios sitios de la Israel que desde 1948 ha ido usurpando tierras a Palestina, no solo violando los derechos humanos sino los mismos mandatos de las Naciones Unidas.
Una semana antes, ocupantes israelíes habían asesinado a un adolescente palestino y herido a otros tres en la ciudad de Hebrón, al sur de Cisjordania.
Es incierto el número de palestinos asesinados, torturados, encarcelados y desplazados por parte del ejército de ocupación en estos años, frente a lo cual la comunidad internacional sigue creyendo la excusa de que seis millones de judíos fueron asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Eso es cierto y doloroso, pero también lo es que el sionismo –no el judaísmo– se ha revictimizado y ha aprovechado su propio dolor para cometer en Palestina ocupada los mismos actos espantosos que cometieron los nazis.
Mohamed Shtaye, primer ministro de Palestina, ha calificado estos hechos como “de limpieza étnica”.
Con el agravante de que Israel ha perfeccionado los métodos implementados por Hitler y sus secuaces. Y perfeccionar significa que la fábrica de muerte rinde más y mejores resultados. Si es que mejores quiere decir la eliminación de personas.
Pues así van en Cisjordania y en Gaza. Durante la Semana Santa, soldados israelíes allanaron la segunda más importante mezquita del mundo, luego de la Kaaba, y el segundo más importante templo cristiano, luego de El Vaticano.
Pero como no es Ucrania, los ojos de las Naciones Unidas, de la Otan, de la Unión Europea, de todos los organismos que deberían vigilar que no sean violados los derechos humanos, se han hecho los de la vista gorda.
Y a quienes denuncian las masacres, los acusan de antisemitas. En el caso de Colombia, el tipo de poca monta que salió el pasado domingo de la Casa de Nariño, en uno de sus últimos actos –además de gastarse la plata que quedaba en las arcas de la Nación–, volvió a apoyar a Israel.
Admiro, respeto y aprecio al pueblo judío. Lo que personalmente no puedo aceptar es que Israel, con el cuentico de que un libro religioso los señaló como el pueblo elegido de Dios y les dijo que regresarían a la supuesta tierra prometida, siga asesinando palestinos.
Porque Palestina ya existía cuando ellos llegaron, y como hicieron los españoles y los ingleses y los portugueses en América, en África y en Oceanía, los sionistas siguen robando territorio con la excusa de la religión.
Y no solo arrasan, sino que masacran población civil, en la Palestina digna que han dividido en el mapa pero que conserva intacta las llaves de sus casas para regresar. Las casas que desde 1948 les han robado a punta de balas y bombas, como las de estas dos semanas en Cisjordania y Gaza.