Por: Mariana Malagón Pabón
La historia de Lucas comenzó hace 25 años, nació en un ambiente no tan favorecedor, realmente desconozco el paradero de su madre y padre, tanto ella como él tomaron la decisión de no hacerse cargo de él desde una edad muy temprana (a los pocos meses de nacido para ser exacta), luego de darse cuenta de que padecía un trastorno cognitivo que le dificultaba comunicarse, aprender al mismo ritmo de las demás personas y entender ciertas cosas. Por lo que el cuidado de Lucas pasó a manos de sus abuelos maternos.
No recuerdo la fecha exacta en la que lo vi por primera vez, tampoco fui introducida a él formalmente en ninguna ocasión, pero fueron varias las veces que nos topamos, y no sería raro, vivíamos en el mismo conjunto a solo 5 interiores de diferencia. Desde que yo estaba en el colegio, recuerdo verlo muchas veces en la plazoleta que rodea el conjunto, sentado en su ventana de un primer piso mientras admiraba a los niños jugar, a las plantas que se pueden ver fuera de cada ventana y al cielo azul que normalmente iluminaba los días por aquel 2016. A veces, lo veía corriendo y divirtiéndose, buscaba formas de interactuar con las personas, sobre todo con los niños de su edad, e incluso un poco más pequeños. Lo más amargo era ver como ellos lo rechazaban y se burlaban de él, nunca pude entender cómo podían comportarse de esa manera, realmente podía ver en sus expresiones que lo hacían con maldad, ¿cómo podía ser posible que niños de diez u once años (la misma edad que yo tenía en ese entonces) fueran tan crueles con Lucas? No era justo que él recibiera ese trato, el hecho de que sus capacidades fueran distintas, no le daba el derecho a nadie de excluirlo y tratarlo cruelmente, aunque al parecer, esa no era la manera en la que todas las personas pensábamos.
Con el paso de los años, a medida que yo crecía, eran cada vez menos las veces que veía a Lucas. Seguía escuchando pedazos de algunas anécdotas que le ocurrían, se podría decir también que la ignorancia de las personas frente a su condición disminuía un poco más cada día, pero desafortunadamente, no desparecía por completo.
El pasado viernes 12 de mayo, una noticia alarmante llegó al conjunto sin previo aviso, Lucas había desaparecido, según cuentan algunos testigos del suceso, tuvo una discusión acalorada con su abuela, dicen que ella estaba realmente molesta con él, y su reacción inmediata fue salir corriendo sin tomar en cuenta dirección alguna. Horas después, para aumentar la preocupación de las personas que lo conocíamos, nadie sabía dónde estaba, si estaba solo, si estaba a salvo. Toda la situación me dejaba una sensación muy extraña, Lucas y yo no éramos íntimamente cercanos, pero conocía su historia, y eso de alguna u otra manera me dejaba un sin sabor, ¿dónde estaría?, ¿qué estaría pasando por su cabeza?, ¿no quería volver a su casa?, ¿por qué?
Es cierto que desconocía la mayor parte de la relación entre él y sus abuelos, pero siempre se repetía la misma parte en cada suceso, “sus abuelos no le tienen paciencia”, en eso tenían razón, muchas veces actuaban como si su condición fuera su culpa, como si él decidiera comportarse de la manera en que lo hacía; “a medida que crece, Lucas se vuelve más rebelde”, yo no creía en esas palabras, no era “rebelde” simplemente quería que lo entendieran, que se pusieran en sus zapatos, pero daba la impresión de que a la gente le molestaba todo lo que el hacía o dejaba de hacer. La falta de empatía de los vecinos era clara, nadie lograría nunca entenderlo y mucho menos apoyarlo.
Lunes 15 de mayo, tres días después de incertidumbre y perplejidad, llegaron por fin las buenas noticias, Lucas regresó al conjunto, el sol había sido tan insoportable en esos últimos días que su piel se había quemado bastante por la constante exposición a este, especialmente sus mejillas y frente. Se negaba a dirigirle la palabra a su abuela y cuando las personas que manifestaban su preocupación le preguntaban algo sobre su paradero en los últimos días, él no pronunciaba palabra alguna. Esto podía significar dos cosas: no quería hablar sobre lo que había ocurrido o había optado por el silencio, en lugar de enfrentarse a la indignidad que suponía el no ser comprendido.
Al día de hoy, Lucas se encuentra bien, en lo que cabe, nadie más ha vuelto a tocar el tema y seguimos sin tener conocimiento alguno de lo que le ocurrió con exactitud, mucho menos de cómo se sintió o si corrió peligro en los días en los que no estuvo bajo un techo. Lo que sí sé, es que no podré evitar nunca sentirme triste con su historia, es duro pensar que la vida permite que a ciertas personas les toque mucho más difícil que a otras, y a Lucas ciertamente le había tocado cargar con ese peso de más.
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Artículo producto de ejercicios académicos. No es oficial de la Universidad y las afirmaciones u opiniones emitidas a través de ellos no representan necesariamente a la Institución.