Martes 5 de septiembre: un emotivo encuentro se llevó a cabo en las instalaciones de la Universidad Central, para celebrar los diez años de la Maestría en Creación literaria, de la que se han graduado más de 150 escritores que, siguiendo el rumbo trazado, siguen soñando con lo que viene, algo que podría considerarse una frase sacada de una caja tipográfica, pero que en realidad es una apuesta a futuros diálogos reales y ficticios.
Por Javier Correa Correa
Isaías Peña Gutiérrez, fundador del Taller de escritores, del Diplomado en Creación literaria, de la Especialización en Creación literaria, del pregrado de Creación literaria y de la Maestría en Creación literaria, fue el primer soñador del grupo en hablar.
Otro fue Óscar Godoy Barbosa, escritor y actual director de la Maestría, un hombre tímido que prefiere dejar que la palabra fluya con las letras impresas en sus cinco novelas.
La tercera soñadora era Juliana Muñoz Toro, periodista, ilustradora gráfica, columnista de El Espectador, profesora de la Maestría y autora de cuatro libros, uno de los cuales está en la categoría de literatura infantil, que es tal vez la más complicada. Que lo digan ella y quienes aprenden a leer.
Se dieron cita para recordar los cuarenta y dos años del Taller de escritores y los diez de la Maestría. Conocido por todos dentro y fuera de la universidad, Isaías, nervioso como si fuera su primera charla, leyó un mensaje que le escribió a un egresado de la Maestría, quien acaba de obtener un premio nacional de novela, en el que le decía: “no sé si usted me conozca”. La respuesta –que también leyó– fue un nítido “pues claro, usted estuvo en la sustentación de mi tesis de grado”.
Había explicado Isaías que “siempre me gustó conocer el nombre del estudiante y ser su amigo”, y es algo con lo que ha sido consecuente, pues aunque tiene una libreta –con muchas páginas– para registrar los premios obtenidos por los egresados, es en su mente donde guarda nombres de personas y personajes.
Esto, pese a que dijo también que había perdido algunos pasajes de la memoria, aunque explicó que “el Taller no es el que yo recuerdo sino el que los demás vivieron”.
Confesó que las directivas de la Universidad Central le han pedido que escriba la memoria de tantas letras leídas y escritas, y que ese “es el libro que quiero escribir, pero no esta noche”. Entre otras cosas, porque se detuvo a veces a confirmar en el reloj que el tiempo había pasado y debía ceder el turno, pero no le importaba mucho y seguía hablando.
Al final, sin embargo, y después de confesar que ha compartido “con muchas personas que tienen la misma locura de la literatura”, le ordenó cómplice a Óscar Godoy: “quíteme este micrófono”.
Así, quien tomó la palabra fue Juliana Muñoz Toro, a quien la sonrisa feliz la delataba cuando recibió el micrófono y dijo: “la Maestría tiene que ver mucho con el camino de quien escribe”, pues esta proclama la libertad, la autonomía, la soberanía.
“Es la libertad de conocer las reglas de la escritura para romperlas, es la búsqueda de posibilidades, es la obstinación, es desprenderse de las concepciones que se traen”, casi como una carga que limita.
En su calidad de escritora y docente, ve en los estudiantes la capacidad de ir más allá de las aulas, por lo que expresa “mucha curiosidad de ver que seguimos haciendo”. O “de ver qué seguimos haciendo”, esa tilde dice mucho.
La Maestría “es un programa que sigue dándole vía a la libertad creadora”, complementó Óscar Godoy, quien antes de empezar la celebración me había explicado que se combinan investigación y creación, pues la primera es necesaria para la escritura.
“El reto –dijo– es hacer compatibles la academia y la libertad creativa”.
Empecé diciendo que fue un emotivo encuentro. Pues retomo la idea para comentar que, de un momento a otro, y cuando se hablaba de los premios obtenidos por los estudiantes, Isaías dejó que se le quebrara la voz, se despojó de sus gafas, se frotó los ojos y todos pudimos observar maravillados que estaba llorando de alegría.