En el cuento “Silla”, José Saramago, el entrañable amigo –sí, sigue siendo mi amigo– relata la paciente labor que de generación en generación realiza el Anobium, que desde un árbol canadiense empieza a carcomer la madera con la que han de fabricar un cómodo asiento en el que posará sus nalgas un dictador portugués. Ese cuento hay que leerlo.
Por Javier Correa Correa
jcorreac@ucentral.edu.co
La mención del cuento de Saramago constituye para mí una puerta de entrada a la novela Carcoma, de la joven española Layla Martínez, quien en 118 páginas narra la historia de tres mujeres –madre/abuela, hija/madre, hija/nieta–, que comparten una casa donde cohabitan con sombras de suspenso.
La abuela y la nieta –más fácil referirse así a ellas, pues no sabemos sus nombres– se turnan para contar la historia con sus ópticas y sus voces que se reconocen, además de por la distinta sicología generacional, por la cercana pulcritud del lenguaje de la primera y la desentendida de la menor, que se da el lujo de incurrir en errores gramaticales sin que le importe un bledo. Errores que detectamos en este nuestro continente, pero que en España pasan desapercibidos. Sus preocupaciones son de otra índole.
Coinciden la abuela y la nieta, además de en la sangre que corre por sus venas, en un resentimiento social que no es gratuito pero que en la contraportada del libro se define como “feminismo espectral”, algo de lo que han de saber las brujas peninsulares y de todas las latitudes.
Razones tienen de sobra para pensar y sentir como piensan y sienten, porque ambas han sido atrapadas y cercadas y acorraladas y oprimidas por las paredes vivas de la casa de madera, de las que nunca nadie podrá salir, pues allí se ingresa, pero nada más: “Muchas madres odian en secreto a sus hijos y por eso aquí en esta casa nos hemos envenenado tanto unas como otras, porque odiamos lo que nos recuerda a nosotras”.
Los hombres que osaron entrar a la casa y a las vidas de las tres mujeres no sabían si eran protagonistas o testigos, a lo mejor creían lo primero.
Pero Layla Martínez los baja del curubito en un santiamén: “El hombre cogió un foto y la miró confuso. En ella aparecía mi madre junto a otros chicos del pueblo.
Él también estaba, los años le habían puesto papada pero no le habían quitado la cara de idiota”.
Como dicen por ahí, de esas nadie se salva. Ni las sombras, ni las paredes, ni las almas, ni los mechones de pelo, ni la carcoma misma.
Ah, mencioné a tres mujeres, pero en estas líneas me he referido únicamente a dos de ellas. Habrá que leer el libro para encontrar la supuesta omisión. O habrá que releerlo.
Layla Martínez
Nació en Madrid, España, en 1987.
Cito la página de la Editorial Txalaparta.eus:
“Es licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense y máster en Sexología por el Instituto de Ciencias Sexológicas de Madrid. Colabora habitualmente con El Salto, coordina el fanzine musical Dolly Records y codirige la editorial Antipersona. Ha publicado relatos en varias antologías de narrativa: Alucinadas (Palabristas, 2017), Estío (Episkaia, 2018), No son molinos (Cerbero, 2018); y de ensayo, como Infiltradas (Palabristas, 2018), sobre el papel de la mujer en la ciencia ficción”.
En 2021 publicó la novela Carcoma, que en dos años ha sido traducida a doce idiomas. Se consigue una edición colombiana, de Ediciones Vestigio S.A.S.