Por Javier Correa Correa
Un año se va a cumplir desde cuando un grupo de colonos israelíes fue atacado por el grupo Hamas, en retaliación por el despojo de viviendas a habitantes históricos del Estado de Palestina.
Israel aprovechó y su respuesta no se hizo esperar, y el mismo 7 de octubre empezó el segundo holocausto, en una sanguinaria ofensiva militar que degeneró en un genocidio como el que el mismo pueblo judío sufrió antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
El primer objetivo de la fuerza militar más fuerte del Oriente Medio fue la Franja de Gaza, un área de apenas 365 kilometros cuadrados, el mismo número de días del reciente genocidio sionista.
Como en ocasiones anteriores que me he referido al tema, aclaro que no soy antisemita sino antisionista, que no es lo mismo. Según la RAE, semitismo es el “Conjunto de las doctrinas morales, instituciones y costumbres de los pueblos semitas”, y uno de dichos pueblos es el judío. Incluso el Presidente colombiano Gustavo Petro ha sido acusado de antisemitismo, y también ha aclarado que su posición es humanitaria en defensa de las víctimas palestinas.
Sionismo es la posición política que, escudada en la religión, busca apropiarse de todo el territorio de Palestina, que existe desde hace miles de años, mientras que Israel lleva menos de un siglo de haber sido creado por una resolución de las Organización de las Naciones Unidas, la misma entidad que no ha podido –o no ha querido– hacer nada para detener la masacre.
El número de heridos supera los 100 mil y el de muertos, 60 mil, de los cuales más de la mitad son niñas y niños. Que se sepa, pues muchos cadáveres han quedado atrapados entre los escombros de lo que alguna vez fueron poblados alegres. Esto es en Gaza, y en Cisjordania van 716 asesinados (entre ellos 160 niños) y más de 6 mil heridos.
En Gaza, además de las bombas, el genocidio incluye el hambre, pues Israel bloquea las ayudas humanitarias provenientes de todo el mundo. Así, ha garantizado que 74 niños hayan muerto por desnutrición y deshidratación, y que otros 50 mil a duras penas sobrevivan con desnutrición aguda.
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Medida inocua
A principios de septiembre, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución mediante la cual se exige a Israel finalizar su presencia ilegal en todos los territorios palestinos ocupados, y le dio un plazo de un año.
La resolución se basa en el dictamen de la Corte Internacional de La Haya (CIJ) que en julio de este año declaró ilegal la ocupación israelí y pidió el retiro de los colonos.
Los territorios ocupados no son solo los que han destruido los bombardeos del último año en Gaza, sino también en Cisjordania, donde desde 1948 las autodenominadas fuerzas “de defensa” de Israel atacan poblados, destruyen barrios enteros, detienen –sin fórmula de juicio– a quienes se oponen, y han instalado en las casas expropiadas a más de 600 mil advenedizos que se declaran judíos para tener casa gratis, y a quienes se les dota con fusiles de asalto para “defenderse” de los palestinos.
En 1947, el mapa de Israel no existía. Israel no existía. En 1948, Palestina fue dividida y una gran parte de su territorio les fue entregada a los judíos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, con el peregrino argumento de que esa era “su” tierra prometida, como si Palestina tuviera la culpa de algo. O como si la Biblia fuera una Notaría.
Empezó la Nakba –catástrofe–, con la persecución y desplazamiento de palestinos hacia todo el mundo, en especial hacia los países vecinos, como El Líbano, a donde han ido a perseguirlos y asesinarlos, como en las masacres de Sabra y Chatila, en pleno corazón de la capital Beirut, donde en 1982 fueron asesinados centenares de palestinos refugiados, nunca se pudo establecer una cifra exacta.
El mundo, que antes se sorprendía, hoy se hace el de la vista gorda. Salvo millones de personas que marchan y entonan canciones de apoyo a Palestina, lo cual les importa un bledo a los gobiernos que están felices vendiendo armas y proyectando sus ganancias a futuro.
A principios de septiembre pasado, y para sorpresa de los mismos sionistas, el general del ejército israelí Yitzhak Brik publicó un artículo en el periódico Haaretz, en el que señaló que el genocidio está conduciendo a la derrota estratégica de su país. Recordó cómo el primer holocausto perpetrado por los nazis horadó las almas de los soldados alemanes y ese fue uno de los motivos de la caída del más fuerte ejército en Europa.
El mismo pueblo de Israel se ha rebelado contra su gobierno, pero tampoco ha servido de nada. La ofensiva militar continúa no solo contra Gaza sino contra Cisjordania –en la Palestina dividida–, y en las últimas semanas contra El Líbano, con bombardeos indiscriminados en la frontera y en la misma capital.
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En medio de su soberbia, Israel cree que puede seguir haciendo lo que le dé la gana sin que eso tenga consecuencias. Pero se ha ido aislando, como en el caso de Colombia, que rompió relaciones diplomáticas y prohibió la exportación de carbón mineral, que sería usado para la industria militar.
Pero cuenta con el apoyo de gran parte de la Unión Europea y de Estados Unidos, que han incluso boicoteado resoluciones de las Naciones Unidas que a gritos piden el fin de los bombardeos. Ellos saben qué intereses geoestratégicos buscan.
Así empezó el primer holocausto en Europa, que trascendió las fronteras alemanas. Y así se está adelantando el segundo holocausto en el Oriente Medio. Hace 95 años, el mundo se hizo el de la vista gorda y ya sabemos en qué derivó la soberbia nazi: más de 60 millones de muertos.
En el último año, la ONU ha solicitado tímidamente que cesen los bombardeos y la violación de los derechos humanos, pero no ha servido para nada. La última resolución es tan tímida que incluso da un año de plazo para el retiro del ejército de ocupación. Otro año de plazo, mientras hombres, mujeres, niños y niñas son asesinados.
Pero la resolución no dice nada de la reconstrucción de Gaza y Cisjordania, y ahora de Beirut, en el Líbano, que deberá ser asumida por el culpable de su destrucción, que no es solamente Israel, sino que están también sus aliados, que ya mencioné más arriba.
El mundo debe dejar de ser testigo pasivo y asumir acciones directas. Y así como la historia condena a Hitler, lo hará con los sionistas.
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