Hoy no me tengo que despedir

Por Juan Felipe Barrero Orjuela

Esta experiencia poco agradable y compleja no es fácil de explicar porque significa mucho, tanto que después de varios años sigo pensando en todo lo que tuve que experimentar o vivir en tan poco tiempo y de forma drástica. 

En el año 2017 tenía 14 años y a esa edad solo pensaba en salir de clase para que mi abuelita me recogiera del colegio y poder llegar a mi casa a jugar con mi Play, era algo que hacía cotidianamente, mientras esperaba a mi mamá. Aunque poco a poco en mi casa algunas cosas empezaron a ponerse raras, cambiaron muchas cosas en poco tiempo, ni mi abuelita, ni mi mamá podían recogerme del colegio porque mi abuelita tenía citas médicas muy seguido y mi mamá era la persona que la acompañaba siempre al médico.

Estos cambios me parecían raros porque, cuando les preguntaba a ellas si tenían que ir al médico porque algo malo estaba pasando, me decían que no me preocupara, que todo estaba bien y que era algo normal. 

Yo vivía con mi mamá y abuelita y no era tan común que mi tía fuera a nuestra casa, pero cuando lo hacía, llevaba a mis primos para que jugáramos mientras ella hablaba con mi abuelita y mi mamá. Pero mi tía empezó a ir a mi casa más frecuentemente y ahora, cuando lo hacía, se reunía con mi mamá y mi abuelita en otro cuarto mientras nosotros jugábamos y fue así por varios meses. Mis primos y yo no entendimos por qué hacían estas reuniones tan misteriosas, pero sabíamos que al ser para solo adultos era porque hablaban de temas serios.

Una noche me desperté asustado porque había escuchado a mi abuelita llorar, así que fui al cuarto de ella, cuando llegué al cuarto, mi mamá estaba con ella y me pidió que le trajera agua mientras que llamaba una ambulancia, porque mi abuelita se sentía muy mal. Cuando la ambulancia llegó, mi mamá me dijo que tenía que quedarme solo en la casa, que tratara de dormir, que ellas no se demoraban, cosa que nunca hice porque estaba muy asustado y preocupado, llamaba cada media hora a mi mamá para preguntar qué les decía el médico y en una de esas llamadas mi mamá me contestó llorando, me contó que mi abuelita tenía un pre infarto y que los doctores tenían que dejarla hospitalizada para que se regularan sus signos vitales, aunque yo no entendía mucho, sabía que era algo malo y lloraba.

Ese día no fui a estudiar, tuve que irme a la casa de mi abuelita paterna para no quedarme solo, pero seguía muy pendiente de llamar a mi mamá para preguntar más información, sin saber que esto no se podía solucionar en 1 o 2 días. Pasaron cuatro días y los doctores decían que mi abuelita ya estaba más estable y le dieron salida del hospital.

Pero el mismo día que mi abuelita salió del hospital, en la noche empezó a sentirse mal nuevamente y tuvimos que llamar otra ambulancia, mi mamá volvió a acompañar a mi abuelita al hospital.  Esa noche me quedé dormido, esperando la llamada de mi mamá, pero me desperté en la mañana y la llamé, me contestó llorando y me dijo que a mi abuelita la tenían que operar, la operación era muy riesgosa porque tenían que cambiar una válvula del corazón, los médicos le habían dicho que tenían que operarla lo más rápido posible y le sugirieron que llevara a algunas personas al hospital para que vieran a mi abuelita antes de la operación y pudieran despedirse si algo se complicaba o salía mal. 

Después de hablar por llamada con mi mamá, sabía que lo que estaba a punto de vivir era algo que no tenía explicación, pensaba que todo había cambiado en 5 días y ahora tenía que ir hasta el hospital a ver a mi abuelita y despedirme de ella. Mis primos, mi tía y yo llegamos al hospital, yo no resistí mucho, luego de ver a mi mamá, la abracé y lloré mucho, porque no quería estar ahí con mi familia teniendo que vivir esta situación. Solo quería que mi abuelita estuviera bien, para que luego de que se acabaran las clases me recogiera del colegio, pero las cosas no eran así.

Los doctores nos autorizaron poder entrar al cuarto donde estaba mi abuelita, pero tenía que entrar una persona muy rápido, verla, saludarla, despedirse y salir para que entrara otra. En este momento pensé que lo más complicado de toda esta situación sería entrar a saludar a mi abuelita, tratar de que no se preocupara y darle ánimo, pero lo más difícil fue verla y coger su mano mientras ella decía, “cuídense mucho, que les vaya bien en el colegio, yo estaré pendiente de todos, los amo, mis muchachos”. La sensación de saber que te estás despidiendo de alguien que presiente que se va a morir es algo que nunca voy a poder olvidar.

Luego de mucho tiempo de tristeza, incertidumbre y rabia, los doctores dijeron que la operación había salido bien, mi abuelita reaccionó muy bien a la recuperación. Después de 8 años de la cirugía, mi abuelita está muy bien de su salud y, aunque ahora tiene que usar una bala de oxígeno permanentemente, tiene que cuidarse más y hacer menos cosas complejas, sigue alegrándonos con su rica comida y haciéndonos reír con sus historias.

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Artículo producto de ejercicios académicos. No es oficial de la Universidad y las afirmaciones u opiniones emitidas a través de ellos no representan necesariamente a la Institución.


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