POR: Sergio Andres Murillo smurillof@ucentral.edu.co, Alejandra Cantor kcantora@ucentral.edu.co y Lina Neira lneirag1@ucentral.edu.co
En este artículo, analizaremos brevemente la música como un lenguaje universal que nos conecta creativa y emocionalmente tanto en la adolescencia como en la etapa productiva (estudio, trabajo y conformación de comunidad).
En primera instancia, se hace necesario examinar la música desde su punto de partida, desde su creación. Y es que para esto, claramente hay un proceso creativo detrás del telón; desde la música clásica surgida en el siglo XVIII, hasta el reguetón del año 2000 que “perreamos” hoy en día (si, para ese también).
Y es que en contraposición a las diferentes ciencias o incluso a la religión, la música como expresión del arte muestra una gran laxitud en cuanto normas se refiere. A pesar de que existen sistemas ya definidos (por supuesto), lo que hace especial una melodía es precisamente su capacidad de salir de dicho sistema y romper con las barreras establecidas: gramática, tempos, géneros, que se yo.
Una de las grandes capacidades que se le ha adjudicado a la música, es su capacidad de evocación. Esa misma que es capaz de transportarnos a diferentes lugares, recuerdos y momentos placenteros, como también otros que probablemente no lo son. Todo esto, tomando fragmentos de diferentes artes como la escultura (estructura), escritura (contenido) y la pintura (su color).
No hay música sin alguien que sea capaz de producirla, sin alguien que se arriesgue a interpretarla, pero tampoco sin alguien que esté dispuesto a escucharla.
En la “Importancia de la música en el proceso identitario adolescente” 1, Carlos Kachinovsky y Aurora Sopeña hacen referencia a cómo “en ocasiones la música permite observar los cambios por los que transita un joven a lo largo de la búsqueda identitaria. Búsqueda que es posible acercarla a la creación de un personaje” (Kachinovsky, C., Sopeña, A. 2005).
A lo largo de la vida y en especial de la adolescencia, no será necesario conformar una banda de rock o baladas para crear una identidad, hacer parte de un grupo o de una comunidad. Los diferentes géneros y gustos musicales que adquirimos con el paso de los años, nos proporcionan parámetros que muchas veces determinan nuestras características dentro de una sociedad. Si hacemos un pequeño retroceso dentro de nuestros recuerdos, muchas veces estos gustos musicales nos han permitido conocer nuevas personas, crear grupos y afianzar relaciones; es tal su trascendencia y su poder que la mayoría de las relaciones amorosas, de pareja, probablemente tengan su propia “canción especial”, y si no la tienen de seguro empezarán a buscarla después de terminado este artículo.
H. Garbarino entiende que es la fragilidad narcisista del yo característica de la adolescencia “la que determina la propensión del adolescente a formar grupos de pares, como un medio de lograr una mayor cohesión narcisistica, al sentirse parte de la identidad grupal. La unidad grupal contribuye a fortalecer la débil unidad individual” (Garbarino, H. 1990).
Siguiendo con nuestro tema de análisis. La música también, tiene la cualidad de aislarnos de esa constante sensación de soledad y por el contrario convertirse en una gran compañía en la mayoría delas ocasiones (No en todas).
Y es que por ejemplo, así como tiene la capacidad de hacernos beber una copa de alcohol cada vez que escuchamos una canción que nos recuerda a él/ella/elle, también tiene la capacidad de motivarnos, generar momentos placenteros, de concentración e incluso reavivar la chispa de nuestra creatividad.
Las melodías están ligadas a nuestras emociones, son estas quienes muchas veces nos mueven y nos animan a seguir, nos dan ese empujón que necesitamos para estar alegres, tranquilos y asumir diferentes situaciones en nuestras vidas que en ocasiones nos hacen olvidar eso que hemos aprendido y que tanto esfuerzo nos ha costado.
La música nos une, la música comunica, la música es capaz de potenciar nuestra creatividad junto a la emoción que transmite sin importar el tiempo, momento y lugar.
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