Por: Paula Cortès Montoya
“Aceptamos el amor que creemos merecer”, esta es la frase de un famoso libro adolescente en el que en una corta línea responde al porqué la mayoría de personas podemos aceptar lo poco que nos brindan, aún cuando damos todo de nosotros.
Es así como Ana, una chica de 20 años, ve su historia y todo aquello por lo que ha pasado, dándose cuenta que no es fácil estar en una relación abusiva, donde los comportamientos se han normalizado lo suficiente como para reducir las faltas de respeto a un “ambiente tóxico” cuando es más que eso.
Era un sábado en la tarde cuando, el que era la pareja de Ana, decidió terminar algo de lo que ella no se atrevía a salir, pues consideraba que su amor podía dar más y más, pero, ¿Ustedes creen que realmente el amor es suficiente?, considero que no, pues, en una relación se necesita la disposición de dos y aquí era algo que ya no había.
En la historia de Ana no funcionó, ella tenía la esperanza en que él iba a cambiar, en que el amor era más que suficiente y que si daba todo de ella se podría superar cualquier obstáculo, no en vano, dirán que el que persevera alcanza, sin embargo, ella no contaba con algo tan mínimo como mirar curiosamente el teléfono de su amado, lo que dió el plot twist a su amor.
Antes de llegar al punto de inflexión, vamos a conocer su historia, cuando decidieron iniciar una relación llevaban un gran tiempo de conocerse, pues fue el colegio el lugar en el que surgió el amor, las bromas que hacía, su personalidad, la forma en que le hacía reír y lo sencillo y noble que llegaba a ser con su alrededor fue lo que la flechó.
Al pasar de los días, ella se comenzó a enamorar de él, fue sin darse cuenta como nos pasa a la mayoría, sino es que a todos; su interés se convirtió en gusto y por fortuna coincidió, fue mutuo y ahí todo “lo bonito” como ella lo menciona comenzó; salidas, besos apasionados, caricias, detalles y demás cosas surgieron de ello hasta pasado su primer aniversario.
Cuando cumplieron su primer año juntos comenzaron actitudes mutuas que poco a poco desgastaron la relación y ¡ojo!, una relación tóxica o abusiva no se constituye solo de uno; de esta dependen dos, uno que comete los actos y otro que permite que todo lo que su pareja le quiere causar, suceda.
La primera red flag que debió ver fue aquel comentario machista y ofensivo respecto a un falda negra y corta que compró, pues nadie tiene por qué ofender a otra solo por algo que no le parece, pero esta fue la primera mala señal, además de la justificación que dió al disculparse, pues los comentarios externos a la relación no deben influir en lo que pasa dentro.
El maltrato fue creciendo cada vez más, como una bola casi que interminable de problemas, una cosa tras otra. El control se volvió fundamental, con quién habla, con quién sale, si sale o no sale y a dónde, qué usa, cómo habla con su alrededor, prohibición tras prohibición fue parte del día a día, esto claro que solo estaba para Ana, para su pareja no.
La falta de diálogo, la falta de escucha y la manipulación de información a conveniencia llevó a dos cosas, miedo a hablar y miedo a ser uno mismo, Ana cambió por completo, al punto que debió ir a terapia, allí entendió un poco del entorno en el que ahora se desarrollaba, siendo su psicóloga de gran ayuda.
Por otro lado se encuentra la perspectiva de las personas de las que se alejó, en este caso su hermana nos comentó un poco del cambio de actitud y claro, en una relación de este tipo se ve afectado el entorno, de tal manera que sus papás y la relación con su hermana y amigas fue la que más afectada se vió.
El enojo se convirtió en una emoción constante, donde los gritos, la mala cara, una fea actitud y el aislamiento fueron el pan de cada día durante mucho tiempo, creando asì una dependencia en Ana que la llevó a que su mundo y su vida girara en torno a él, dejando de lado todos los seres amados que tenía a su alrededor.
Ahora sí, para la estocada final. Aquel sábado ellos habían salido al parque a dar una pequeña vuelta, estuvieron jugando con algunas personas cercanas a los dos y fue ahí cuando Ana se sintiò cansada, decidió sentarse un rato y por mera curiosidad miró el teléfono de su pareja, allí encontró algo comprometedor, un chat con una chica coqueteando.
Lo triste es que había sucedido en varias ocasiones, al intentar hacer el reclamo, no contento con sus acciones, él fue a la defensiva preguntando quién había dado autorización de tocar el teléfono, pero seamos sensatos, la falta de respeto, fidelidad y lealtad no se arreglan de esa manera, no haciendo menos las emociones de las otras personas.
El tormentoso momento sucedió cuando en toda la indignación del momento, este individuó elige terminar la relación, “Ana, estoy cansado de esta relación, no nos entendemos y tu a mi me haces sentir muy solo, necesite recurrir a otras personas porque no me es suficiente contigo y siendo honestos, en alguna medida te he dejado de amar”, fueron sus palabras.
Ana quedó destrozada, pues su ruptura era algo que no esperaba y que le hacía mucho daño en el momento, por fortuna, ahora reconoce que fue lo mejor que pudo sucederle y escribo esto porque conozco lo común que se ha convertido tener este tipo de relaciones y oigan, en serio, esto no es normal, recuerden que la violencia no es solo el golpe.
Si les sucede, por favor, pidan ayuda, no se queden callados, cuestionarse es importante, recuerden que una relación no es una cárcel y que en su entorno más cercano pueden encontrar un refugio seguro, por cierto, la universidad nos permite espacios confiables como psicología donde podemos ir a tratar todo este tipo de casos.