Quijotadas. 70 años de mala señal

Por Javier Correa Correa

jcorreac@ucentral.edu.co

Rojas Pinilla, Inaguración de la tv

Para celebrar el primer aniversario de su dictadura militar, el autodenominado teniente general Gustavo Rojas Pinilla hizo realidad su sueño de copiar lo que hacía Hitler en las Olimpíadas de Alemania: disponer de un medio de comunicación novedoso que se metiera a las casas de las personas. 

El 13 de junio de 1954, hace setenta años, con bombos y platillos, Rojas inauguró la televisión en Colombia, en un evento al que invitó incluso a su amigo personal León María Lozano, el jefe paramilitar de la época conocido como El cóndor. 

Con la excusa –siempre usan excusas– de que se trataba de un medio cultural, la misma dictadura importó 300 equipos para recibir la señal, y puso antenas retransmisoras en varias partes del país, pues en esa época no se contaba con la gestión de ninguna Abudinen para garantizar la señal satelital.

En blanco y negro, la televisión estuvo así muchos años, con noticieros que cumplían cabalmente su misión, los cuales eran adjudicados de manera democrática entre representantes de los partidos Liberal y Conservador, que compartían el poder bajo la figura del Frente Nacional. 

El sistema a color llegó después, durante la que fue señalada como dictadura civil que no usaba charreteras sino corbatines. Las charreteras eran de sus generales, a quienes se les hacían tomas cuidadosas para que no destacaran las prominentes barrigas. Tampoco hablaban de las torturas y asesinatos y desapariciones en cuarteles militares, al fin y al cabo los noticieros de televisión no fueron concebidos para eso, ni más faltaba. Ni el procurador de la época, de apellido González, investigaba ni denunciaba. Su papel era hacer lo que hacen los gatos en sus cajitas de arena.

Julio César Turbay

Cesó la horrible noche –dice el himno–, o se creyó que cesaba cuando un gobierno fue elegido con la promesa de la paz. Pero no cumplió y la televisión, que seguía repartida entre rojos y azules, guardaba silencio. Como lo hizo en noviembre de 1985, cuando se le pretendió hacer un juicio armado al gobierno por incumplir esa promesa, y las pantallas presentaron un partido de fútbol. No era un evento cultural, pero sí distraía.

La Constitución de 1991, en su artículo 20, estableció que la información debe ser transmitida de manera veraz y oportuna. Eso dice, hablo en serio. Pero los noticieros siguieron siendo repartidos con un sesgo político, e incluso fueron creados canales privados de televisión que se han encargado de cumplir su papel al pie de la letra. No el papel que la Constitución ordena, pero sí el papel de defensores de intereses de los dueños de los avisos: una fábrica de cervezas, una fábrica de gaseosas y una fábrica de puentes que se caen.

Cubrieron a su amaño los procesos de paz, las elecciones locales, regionales y nacionales, ocultaron hechos de corrupción como los de Odebrecht y la vía al Llano, y otros etcéteras que no cabrían en pantallas de 24 pulgadas, por lo que fueron ampliando los equipos y ahora hay televisores de 75, 85 y hasta 115 pulgadas, en los que sí se verían los prominentes abdómenes de los subalternos de Rojas Pinilla.

La tecnología avanza, ahora la señal es en HD –High Definition– y los equipos son Smart –inteligentes, traducen los políglotas–. Televisores inteligentes, hágame el favor. Sería una obviedad decir que la palabra que haría rima con políglotas se podría aplicar a los televidentes, pero sería un irrespeto con ellos. Con nosotros, porque hemos creado una dependencia tal que en cada casa hay mínimo un televisor, y en algunas, uno en cada alcoba.

Hitler en Alemania y Rojas Pinilla en Colombia estarían felices. Sus herederos sí que lo están.

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