Por: Diego Eduardo Rodríguez Hernández
Recuerdo haber despertado un día lunes a las ocho de la mañana, no me encontraba en “la nevera” como comúnmente nombran a la ciudad de Bogotá. Me hallaba en un pequeño pueblo de Caldas llamado Marquetalia, ese es el pueblo de mis padres, hermanas, tíos, abuelos, e incluso sobrinos, menos el mío, pues tuve la “fortuna” de nacer en la ciudad de Bogotá.
Esa mañana me desperté, no porque tuviera que madrugar a hacer algo, sino que un pequeño pájaro estaba tocando la ventana de mi habitación. Al darme cuenta de esto lo único que hice fue espantarlo, pero no sin antes analizarlo, tenía un plumaje naranja degradado con negro, unos ojos oscuros como la noche y un pico largo, pero de alguna forma extraña elegante, al verlo partir empecé a escuchar ese típico ruido de una casa campesina a las horas de la mañana, las ollas sonando, las tías hablando en un tono muy alto, el sonido de los pájaros, el viento y los árboles, los niños jugando, y los carros pasando muy de vez en cuando, al verme rodeado de todos estos elemento que muchas veces pasé por alto, en la soledad de mi cuarto empecé a sentir una calidez que muy pocas veces siento en la ciudad y decidí en ese instante tan simple, que ese momento, esos sonidos, aromas y esa casa eran mi lugar correcto.
El lugar correcto es un espacio físico y metafórico donde nos une el aprendizaje de los riesgos y el que cada uno ha llegado por distintos y complicados rumbos. Para mí, es ese momento en el que miré hacia adentro y me dediqué a explorar mi presente, es estar en el aquí y el ahora y es el trabajo que más cuesta, el estar presente en la vida, porque muchas veces vivimos de recuerdos y mantenernos en él ahora es lo más difícil, y existe una información necesaria en los momentos del silencio, en los momentos simples y en aquellos espacios donde te encuentras con el ocio, pero el ocio real, el ocio profundo, como lo puede ser una pequeña habitación en medio del campo y personalmente cuando me instalo en estos espacios muy pocas veces me doy cuenta de que son lugares realmente placenteros, pero curiosamente, son esos lugares que en lo personal más trabajo me cuesta visitar.
Esa mañana al salir del cuarto no hice nada del otro mundo, solo desayuné y me puse a mirar con mi hermana cómo pasaban los carros mientras contábamos diferentes historias del pasado, entonces de un momento a otro le pregunté.
-Oiga, ¿Cuál considera que es su lugar correcto?
Me respondió que no tenía un lugar correcto, según su experiencia y sus vivencias, ella siempre ha sentido esa calidez que muchos envidiarían sentir todo el tiempo, y al obtener esa respuesta pude deducir que ese “lugar seguro” puede ser tu propio corazón y para llegar a ese instante de calidez el camino puede ser firme y pedregoso, pero si lo recorremos con amor y sabiduría, siempre podremos llegar a ese lugar correcto.
Ese día yo encontré mi lugar, mi momento, como dirían algunos y ahora escribiendo esto, teniendo en mi mente ese lindo recuerdo, ya volviendo a mi presente, puedo decir que el lugar correcto es ahora.