Realizado por: Juan Camilo Alfonso Márquez
No se si a tí, pero a mí sí me molesta profundamente el lunar que descansa en su mejilla izquierda. Es un caballero, pero está perdido. Es Spassky, un nacionalista soviético que hace tan solo unos días, juraba en que se iba coronar campeón del mundo en ajedrez, pero que con esta sexta partida del match final, dudo que lo siga pensando.
También está el juez, que si no es porque me juego la vida, ya la hubiese golpeado. Y finalmente, Robert James Fisher, su servidor. Nunca me ha gustado el Robert, así que puedes decirme Bobby. Solo estamos los 3, haciendo las veces de la santísima trinidad, pero que de santos, no tenemos nada.
La mesa está debidamente pulida, según mis indicaciones. El tablero de ajedrez, con un blanco que no es tan blanco para no alumbrarme demasiado, pero con un negro muy negro, para que no me moleste la vista.
Sin periodistas, con las sillas que yo quería, en el sitio en donde yo quería y con el pago que yo quería. Cuando el soviético aceptó estas condiciones, ya estaba perdido.
Kissinger y Reagan, políticos medio conocidos en mi país, me van a amar cuando llegue a Estados Unidos, aunque ellos saben que odio ser un peón en su juego político propagandístico.
Lo único que sé, es que cuando vuelva, y me esperen en la Casa Blanca, me bajaré del auto que me lleva del aeropuerto, al corazón de Washington D.C, y me iré a comer una hamburguesa.
¡TAC! Un sonido tan inconfundible como ese solo puede significar que Spassky me comió mi alfil con su reina, después de haberme comido el suyo.
El no lo esperaba, soy más un jugador de la apertura India de Rey, y que le jugara con la apertura de un Gambito de Dama declinado, fue toda una sorpresa, y más porque ese es su terreno, pero no lo ha demostrado. Él no lo sabe, pero está perdido.
¿Qué crees que estará pensando? Solo mira como se levantó de su silla. Mira como empieza a caminar, a caminar por este otro tablero llamado cuarto, ahogado por las bajas temperaturas de una capital cuyo nombre me suena más a una grosería eslava, que a un territorio.
Torre blanca de A1 a C1. Spassky solo me mira de soslayo y mis caninos saludan coquetamente al ambiente. Le clavé un puñal en su debilidad, el peón de C7, que solo está defendido por la reina, o en otras palabras, mal defendido.
No sé si llevo 2 o 3 semanas en Islandia, solo sé que fue un 11 de julio, el día en que comenzó la primera partida, y ya sé lo que estarás pensando, que regalé mi alfil de manera infantil y lo cierto, es que sí fue así, pero el ajedrez no se limita al tablero, y tenía que desbalancear la presión del juego a favor mío.
Tenía que hacerle creer que estaba asustado, al fin y al cabo, hay demasiadas partidas por jugar.
Creo que me escucho muy confiado, pero es difícil no ser arrogante cuando eres un prodigio, cuando te conviertes en campeón juvenil de tu país con solo 13 años.
Solo me bastó con jugar ajedrez unos cuantos años, para que las piezas me empezaran a hablar y a revelarme sus secretos más íntimos, casi como cuando se confiesa alguien antes de morir.
La tensión sube, a nuestro querido amigo Spassky se le ve agitado. Veo también los ojos de preocupación del juez, que grita con sus párpados sin gracia, que la hegemonía rusa de 24 años, se está derrumbando, no solo porque llevo con este 3 juegos seguidos ganando, sino por la manera en la que lo estoy haciendo.
Caballo negro de G8 a H7.
Spassky trata de activar sus piezas desesperadamente, solo sé que si trata de interrumpir mi juego atravesando su caballo por mi columna abierta, en donde mi torre apunta fuertemente, sacrifico mi torre, sacrifico mi pieza sin problema alguno.
Mis piezas están en armonía y un sacrificio de calidad es pertinente para hacer el ataque lo más acertado posible.
¿Será que algún día harán una película sobre mí? Es que hace poco ví una que es una locura. “El Padrino”, que fue estrenada unos meses antes de venir a acá. Recuerdo vívidamente la fecha de su estreno, 15 de marzo de 1972.
Soy más de películas de vaqueros, aunque de por sí, casi no veo, porque siempre tengo que entrenar, y una hora que no entreno, es una hora que aprovechan los rusos para ser mejores y pensar eso no me hace bien para estar tranquilo, aunque de hecho, nunca lo he estado.
Lo chistoso es que se me ha tratado como a una estrella de Hollywood, fue solo ir al aeropuerto para venir a Reikiavik, y ya me esperaba una gran multitud de personas, y eso sin contar las innumerables veces que este match, ha aparecido en portadas de revistas y periódicos.
Me quieren solo porque me necesitan para aumentar su ego de potencia, no me gusta eso, y en cuanto pueda me iré a París para dejar de ser un títere de ellos. He aprendido a mirar a los soviéticos de otra forma, no simpatizo con ellos, pero sé que tampoco son como los pintan.
Dama blanca de E4 a F4. Boris Spassky abandona la partida. Eso no se me hace raro, pero lo que sí me saca de contexto es que me aplauda. ¿Por qué? Nunca había visto esto antes ¿Será que es parte de su juego mental?
Ya no importa, en realidad tengo que irme, dentro de dos días tengo que volver a jugar, y falta tela por cortar, aunque yo ya sé, que él está perdido. Pero tal vez yo también, en el juego de caballeros.
Fuente de información Sacada del “Match del Siglo” entre Fisher y Spassky por “La Vanguardia”.
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