Por: Karol Preciado Sierra
“Yo prefiero que sólo sean dos hijas y no, que sean tres hijos y sin mamá”. Isabel, como muchas otras mujeres sufrió un aborto espontáneo, aunque su sentir es único. Para ella, es una pérdida que no alcanzó a tener un cuerpo físico, pero es un duelo que se lleva dentro durante mucho tiempo. Han pasado 13 años y cada recuerdo le duele como si fuera ayer.
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Una noche de terror
“El médico dijo que él asumía la responsabilidad”. Esas fueron las palabras que le salvaron la vida a Isabel. “O era asumir la responsabilidad o era que me muriera porque el sangrado era demasiado fuerte”. Su embarazo era de alto riesgo, pero cuando llegaron a la clínica, narra Gabriel, su esposo, “no había nada que hacer (…) ya no había nada que hacer”.
“Me bajaron del taxi, me pusieron en una camilla (…) mientras llegó el médico, el feto se salió, hubo el aborto espontáneo”. Contra todo pronóstico se inició de forma inmediata un legrado. Es un procedimiento que se realiza para raspar tejido del interior del útero, según MedlinePlus. “Incluso a mí me hicieron el legrado fue por limpiar más no porque hubiera…”
“Me aplicaron la anestesia y no me obró…”. El embrión lo había expulsado en la camilla, pero era necesario detener la hemorragia que le podía costar la vida. Los síntomas le empezaron dos días antes con dolores bajitos, contradicciones y un sangrado leve.
“Era… raspar en… carne viva.” Los ojos de Isabel se llorosean, las lágrimas son difíciles de controlar, los recuerdos invaden su mente, la piel se le eriza, respira lento para poder continuar. Su esposo, su compañero de vida, quien siempre estuvo a su lado, la toma de la mano.
“Solo… gritaba… y gritaba…” Se hace un silencio profundo. Se puede sentir la tristeza en el ambiente y el dolor tan profundo de Isabel. “Me decían ‘no se puede mover, no se puede mover porque puede lesionarse’. Era la tensión, el dolor tan terrible”. Un dolor físico y psicológico.
“Nunca me dormí. Nunca. Yo les decía que me dolía mucho y gritaba (…) Para mí fue una eternidad, no sé cuánto tiempo haya pasado”. Gabriel tiene recuerdos borrosos en medio de la angustia, el desespero y los miles de pensamientos que martillaban su mente. “Yo no me acuerdo qué me decían o qué hacía yo… lo único cierto, es que yo me acuerdo hasta cuando la entraron”.
El deseo de mamá
Isabel no había soñado con hijos hasta que se casó. Su anhelo eran dos y sus deseos, fueron órdenes. Dos hermosas niñas llegaron a alegrar el hogar. “Yo fui a mandarme tomar exámenes, (…) y eso no lo hace la mayoría. Yo sí lo hice y me siento orgullosa, porque desde un comienzo fui responsable”.
El mareo y el malestar general comenzaron. ¿Qué podía significar? Las posibilidades de un embarazo eran mínimas. Después de sus hijas, Isabel estaba planificando con el dispositivo intrauterino (DIU). Sin embargo, tiene útero bicorne, “una malformación que provoca que el útero tenga forma de corazón”, con la duplicidad del útero y el cuello uterino, según NACE®.
“En uno (un cuello uterino) estaba el dispositivo y el otro estaba libre”. Eso significaba un 50% de oportunidad. “Me ordenaron una prueba (de embarazo) en sangre”. Desde ahí los días se hicieron eternos, parecía que el reloj se movía más lento que de costumbre. Lo que más recuerda son los exámenes incómodos e invasivos, que no se detuvieron hasta el final. “Era un martirio”.
“Mi malestar era porque estaba embarazada y yo no lo tomé de la mejor manera (…) ¡No!, porque a las dos las planeamos”. Isabel, con 32 primaveras bien vividas, ya había decidido que solo quería dos hijos, así que el futuro con sus dos pequeñas de 1 y 6 años se congeló.
“Yo me puse a llorar y le dije a mi esposo, él me consoló”. “Si Dios lo quisó así, tenemos que ser fuertes (…) tenemos que seguir adelante” fueron las palabras de consuelo de él, en medio del llanto devastador de Isabel durante meses. Él fue solidario, le daba ánimo y sufría con ella.
“No hubo tiempo de reaccionar” menciona Isabel. “Dijeron que había que tener cuidado, si era para salvarse, se salvaba, sino en cualquier momento se podía venir” narra Gabriel, con la mirada clavada en la mesa. Evocar esos momentos duele. Las sensaciones recorren sus cuerpos.
“Yo pegué un grito del dolor y ya cuando me bajaron (…) empecé a sangrar harto, era abundante”. “Sentía malestar pero no había dicho nada, hasta que nos fuimos a dormir y ya no me pude acostar, me siguieron las contracciones”. Dejó a sus niñas durmiendo. “Ya llegando a la clínica, había un hueco y el taxista iba tan rápido, (…) tan asustado, que cogió ese hueco.”
Un proceso difícil
“Ese frío (…) se me encaló en los huesos, estando tan reciente y tan sensible a la situación. No era el frío del ambiente, sino el frío físico que sentí, que… me traspasó ¿Por qué? Porque habían señoras con sus bebés (…) recién nacidos y yo iba con mis manos vacías”. Un mes después del procedimiento tan doloroso, ir al control médico fue un tormento psicológico. Un vacío infinito.
“Este duelo es bastante particular, porque no hay algo físico para llorar”, según la psicóloga María Clara Ruiz en la sección Blogs ‘Actualidad’ de El Espectador. Por lo tanto, “no debemos pensar que si el aborto se ha dado durante los primeros meses de gestación no se va a sufrir”, según el portal Psicología y Mente, como fue el caso de este embrión con 8 semanas.
“Esas situaciones son un poco más llevaderas (…) en pareja” expresa Isabel. Esta afirmación desde su experiencia hace parte de las recomendaciones psicológicas, ya que, además, de “enfrentar la tristeza, rabia e impotencia (…) puede ser difícil para la dinámica de pareja, por lo que es importante trabajar en este tema, desde el área emocional”, afirma Cromos.
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