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Un gato en Gaza

Por: Luis Alexander Montero Moncada. Experto en Medio Oriente y Estudios Estratégicos

Soy Assfar y nací en Gaza. No soy un gato de abolengo, tengo muchos orígenes. Mis ancestros han tenido todas las formas y colores posibles, pero todos hemos vivido acá. No somos recién llegados. 

Tengo mucho en común con las personas que viven en Gaza, Palestina. Al igual que yo, nadie es de abolengo pero siempre han vivido acá. Eso lograba que la vida fuera interesante, pues me cruzaba con personas diferentes e iguales a la vez. Diferentes, porque eran altos, bajos, gordos, flacos, blancos, morenos o rubios; pero tambien eran iguales y se les veía la misma tristeza. 

Mi papá humano se llamaba Ahmad y a él no le gustaba el bloqueo. Yo no lo comprendo, porque justamente por eso muchas personas venían a casa con comida, ropa, medicinas y otras veces con juguetes para los otros hijos de mi papá humano, mis hermanos Omar, Nazim y Leila. Todos hablaban, incluso los que antes no se hablaban entre sí. El bloqueo siempre daba temas para conversar. 

Mi vida era sencilla. Despertaba temprano y con mi nariz y mis bigotes supervisaba hasta el último detalle de las cosas que mis hermanos llevaban al colegio. Sus cuadernos, sus lápices, la bolsa donde mamá les ponía fruta y, obviamente, su ropa. Ellos son pequeños y algo tontos. Olvidaban con frecuencia sus tareas o algún objeto, por lo que mamá siempre les reñía, Por eso, yo verificaba que ellos no olvidaran nada. 

Pasaba el día tratando dormir mientras esperaba que mis hermanos regresaran. Trataba… y con frecuencia no lo lograba, pues había un zumbido que se oía sin cesar. En ocasiones se escuchaba más fuerte, otras veces más lejos, pero siempre estaba ahí. Me fastidiaba y no me dejaba dormir. Una vez logré ver que el zumbido provenía de un aparato que volaba cerca de la casa. Era pequeño y plateado. Daba miedo, tanto que mamá apresuró a esconderse, igual que yo. Cuando llegó papá, supe que le decían dron, que venía de Israel y que era malvado. Yo no dudo de las palabras de papá sobre el dron y su maldad. Se debe ser muy malo para no dejar dormir a propósito. 

Personas en medio del conflicto de Gaza

Khan Yunis, Gaza, 2025,10, France Press

A veces tampoco podía dormir por la sed. El agua era un poco escasa. Muchas veces teníamos que usar el agua de la lluvia porque los depósitos permanecían vacíos y la poca agua que se encontraba causaba malestar para todos. Nunca entendí la causa del problema, aunque mi papá siempre hablaba de nuevo de Israel y decía que habían dañado la planta de tratamiento del agua hace unos años. Yo intentaba acomodarme a beber agua lluvia, pero mis hermanos son más débiles que yo y ellos se enfermaban más.

En cambio, de la comida, no me podía quejar. En mi casa no había discriminación y todos comíamos lo mismo. Mi papá Ahmad me dio una vez comida artificial especial para los gatos, pero luego le escuché que ya no podría traerla de nuevo por el bloqueo israelí. Eso me hizo muy feliz, porque no era nada apetitosa. Prefería la comida que me daba mamá, la cual se armaba con lo que ella, papá y mis hermanos me compartían. En Gaza todos éramos iguales. 

Para mí, eso era una muestra de que éramos familia.

Juguetes tampoco faltaban. Mi favorito era una tapa de color rojo que alguna vez perteneció a un refresco. Era muy divertida. La movía con mis manos, la lanzaba al aire y nunca sabía de qué lado iba a caer. 

Pero lo mejor era cuando estaba con mis hermanos. Escalaba por unos escombros que había al lado de la casa, me metía por lo que parecía una pared derrumbada y mis hermanos no podían seguirme. Subía por lo que había sido una escalera, me escondía en un tejado a medio caer, el cual era el mejor sitio para volver a saltar dentro de mi casa y caer justo donde mis hermanos no me esperaban. Ellos se alegraban cuando los sorprendía y Leila, la más pequeña, reía a carcajadas. 

Mamá una vez les dijo que debíamos tener cuidado porque los escombros podrían derrumbarse por completo y de nuevo habló de Israel. Según mamá, Israel había bombardeado la casa del lado. Aún no entiendo el temor de mamá y su negativa a que mis hermanos visitaran ese sitio que, por el contrario, a mí me gustaba mucho, ya que tenía muchos sitios donde esconderme. 

A pesar de que intentaba acomodarme, no toda mi vida era agradable. Ese zumbido era muy molesto e intenso. Y no solo el zumbido, recuerdo que cuando era un cachorro y vivíamos en otra casa en Khan Yunis, hubo mucho alboroto. Sonaban estruendos. Escuchaba con frecuencia un rugido como si fuera un león, pero venía de aparatos grises que volaban y lanzaban al suelo objetos más pequeños que explotaban al caer. Era imposible no contarlas. Según papá, esos objetos se llaman bombas. 

Mis oídos sufrían mucho por el ruido tan fuerte que causaban esos aparatos y sus bombas. Casi dejo el corazón en el piso cuando una de esas explosiones ocurrió en el patio de nuestra casa. Allí fue cuando papá decidió que nos mudaríamos a Rafah.

Si no fuera porque esos aparatos voladores y ruidosos aún estaban muy cerca, la mudanza hubiera sido emocionante. Mi papá no utilizó su automóvil –lo cual me hizo feliz, nunca me gustó subirme en él–, porque una de las explosiones lo averió totalmente. Por ello –y aunque Omar, Nazim y Leila protestaron todo el viaje por tener que caminar– la mudanza fue en una carreta empujada por papá, con el viento refrescando mis bigotes mientras miraba todo desde mi lugar en el interior de una canasta. 

Khan Yunis, Gaza, 2025,10, France Press

Algo muy triste recuerdo de esa mudanza. Pasábamos con la carreta por una calle de las afueras de Rafah junto a muchas personas, cuando sonó un ruido seco. La gente corría asustada en todas direcciones y mi familia se refugió al pie de un muro mientras sonaban de nuevo otras tres detonaciones secas. Desde mi canasta podía ver el caos. Fue ahí cuando vi a una mujer y su hijo tendidos en el suelo y más adelante un gato gris. Todos bañados en sangre. Según mi papá, el causante era alguien llamado francotirador y de nuevo mencionaba a Israel. 

Pasamos por varios lugares antes de llegar a nuestra casa actual. Observaba con atención a grupos de personas reunidas, muchos niños con sus abuelos, y muchas carpas. Llegué a pensar que nuestros padres habían decidido vivir al aire libre, lo cual hubiera sido maravilloso. Pero estaba equivocado. Papá decía que no había espacio en ese lugar que llamaba campo de refugiados. Luego de un tiempo llegamos a nuestra casa en Rafah. 

Desde hace varios días hay un nuevo alboroto. Los mismos objetos volando y lanzando artefactos más pequeños que explotan. De día y de noche había un ruido que parecía interminable. Ya no eran solo los drones. Eran objetos más grandes y más ruidosos similares a los de Khan Yunis. Mis hermanos estaban junto a mí, pero mis juegos ya no les divertían. No reían. Solo lloraban. Yo intentaba consolarlos, pero para mí tambien era difícil. No había comida, solo revuelo y llanto.

Hoy intentaba hacer reír a Leila pero de un momento a otro perdí la visión. Todo era oscuro, un fuerte estallido retumbaba en mis oídos gatunos. Lentamente mis ojos amarillos parecieron recuperarse y logré ver con dificultad un trozo del suéter de Omar como a veinte pasos míos.

Hoy fue el día final. Todo pasó muy rápido. 

No veía a mis hermanos, ni a papá ni a mamá cuando todo empezó a aclararse. Intenté ir corriendo hacia donde estaba el trozo del suéter, sabía que Omar estaba cerca y debía estar muy asustado, seguramente llorando, pero no pude. Intenté inútilmente tan solo levantarme, pero me di cuenta de que ya no tenía piernas. Solo tenía un charco de sangre en lugar de patas y garras. 

Mi respiración se agita. Mis ojos se vuelven débiles. Mis pensamientos están con mis hermanos. Ellos deben estar sufriendo. Maúllo para que ellos me oigan y no se sientan solos. Inshallah me hayan oído. Me entristece no poder ir donde ellos. Gruño de impotencia. Mi respiración se va, ya no siento mi cuerpo, mis ojos miran al piso. 

Solo pienso en ronronear de nuevo, acariciar sus piernas, jugar a las escondidas con mis hermanos y hacer reír a Leila. 

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