Por: Jose Escobar Romero – jescobarr3@ucentral.edu.co
En una sala de redacción, un periodista recibe una llamada: un menor de edad ha sido víctima de violencia en un barrio periférico. La noticia estremece, los jefes piden inmediatez, pero el reportero se detiene y se cuestiona ¿Cómo narrar sin despojar de dignidad a quien ya ha sido vulnerado? Esa escena, común en las salas de redacción de Colombia, refleja la tensión permanente entre informar con rapidez y hacerlo con responsabilidad, pues en cada palabra está la posibilidad de abrir una herida o de sembrar conciencia.
El periodismo conoce de sobra la presión del “ya mismo”, pero cuando el protagonista es un menor de edad, el ejercicio debe cambiar de velocidad, pues la premisa debe ser: “Informar no es exponer”, tal como nos lo recuerda un documento de la Fundación Gabo sobre cobertura ética de la infancia, que nos invita a contar lo que pasó sin caer en el morbo, lo que exige a los profesionales en comunicación, armarse de paciencia y empatía, teniendo siempre presente la pregunta de si ¿lo que se hace aporta a la verdad o sólo alimenta la curiosidad?

En ciudades como Bogotá, Cali o Medellín, donde la violencia juvenil suele ocupar titulares, algunos medios han optado por narrar con distancia visual, y para ello no muestran rostros, evitan dar direcciones exactas y, en cambio, ponen el foco en las causas estructurales, contribuyendo a una forma de narrar que dignifica y en la que la noticia deja de ser espectáculo para convertirse en un espejo de la realidad social.
La Constitución como escudo
Colombia tiene reglas claras gracias a la Constitución, que en su artículo 44 protege los derechos de la infancia por encima de cualquier otro interés, y a la Ley 1098 de 2006 (Código de Infancia y Adolescencia) que prohíbe la difusión de datos que identifiquen a menores víctimas, entendiendo que la norma, lejos de censurar, ofrece al periodismo una brújula moral y jurídica en pro del bienestar mayor de los menores.
Por su parte, la Defensoría del Pueblo insiste en que la intimidad de los menores no puede ponerse en riesgo “en nombre de la primicia”. Casos como el de niños víctimas de desplazamiento forzado en el Catatumbo recordaron que incluso una fotografía puede poner vidas en peligro, razones por las que conocer y aplicar la ley es, en realidad, parte del mismo compromiso de contar sin dañar.
La prisa es enemiga de esta reflexión, pues cuando se trata particularmente de hechos que involucran menores de edad, es importante tener presente que “Entre más urgente la noticia, mayor debe ser la pausa ética”, y así lo advierten editores de medios regionales, quienes reconocen que un titular rápido puede convertirse en un daño irreversible, de manera tal que los periodistas, enfrentado la crudeza de la violencia, deben resistir la tentación del impacto inmediato y optar siempre por la mirada reflexiva.
Preguntas clave antes de publicar
Los equipos editoriales que han cubierto desapariciones de menores, atentados contra su dignidad o desapariciones, saben que detenerse a preguntar “¿qué efecto tendrá esto en la familia?” es una práctica tan importante como contrastar las fuentes, pues la ética no se improvisa, sino que se construye cada vez que el periodista decide proteger antes que impresionar.
En ocasiones, algunos de esos niños, niñas o adolescentes quieren hablar, y cuando lo hacen, debe ser bajo protección, dado que una entrevista a un menor no puede ser tratada como cualquier otra: este ejercicio requiere consentimiento de sus cuidadores y un lenguaje adaptado a su edad, por eso los noticieros, cada vez es más frecuente usar animaciones o voces en off para preservar la identidad de los entrevistados más jóvenes.
Los expertos coinciden en que todo menor debe entender qué se hará con sus palabras, pero también en que “Ellos tienen derecho a decir no”, tal como lo afirma un lineamiento del ICBF, a partir de lo que, incluir el testimonio de un menor debe enriquecer la historia, pero nunca debe convertirse en recurso emotivo para subir audiencia, y por eso la invitación es a escuchar con respeto, incluso en silencio, entendiendo que ésta también es una forma de narrar.
Impacto emocional en periodistas y audiencias
Cubrir hechos de violencia contra niños, niñas y adolescentes deja cicatrices invisibles en quienes deben reportar sobre estos hechos, por esto, en algunos medios y agremiaciones se han implementado programas de acompañamiento psicológico para reporteros judiciales, sobre quienes no es raro que la crudeza de los casos afecte su estabilidad emocional, pues es una realidad que el dolor contado no deja intacto a quien lo transmite.
Proteger al reportero es también una manera de proteger la calidad de la información que recibe el público y en respuesta a esto, las salas de redacción responsables organizan espacios de conversación tras coberturas intensas, en las que el desahogo colectivo, sumado a la asesoría profesional, ayudan a que los periodistas puedan seguir contando sin quebrarse.
Las palabras crean realidades, y por esto es importante tener presentes las formas en las que denominamos a los involucrados; por ejemplo, llamar a un adolescente “delincuente”, sin proporcionar un contexto claro, puede condenar el futuro de este individuo que apenas inicia su construcción de vida.
En este sentido, la justicia juvenil colombiana, por ley, privilegia la resocialización, y el periodismo debe reflejarlo narrando a los menores con lenguaje humano y contribuyendo a que la sociedad los vea como lo que son, como sujetos de derechos sin etiquetas reduccionistas.
En casos de jóvenes vinculados al conflicto armado, por ejemplo, varios medios han optado por referirse a ellos como “adolescentes reclutados” en lugar de “niños guerrilleros” y la diferencia no es menor, pues en un caso se subraya la condición de víctima, mientras que en el otro se normaliza su participación en la guerra.
Del hecho aislado al problema social
Una noticia no puede limitarse al instante, y menos aún si un menor resulta afectado, ante lo que la pregunta no debe ser solo ¿qué ocurrió?, sino que cobra mayor relevancia ¿por qué ocurrió? Y así el ejercicio profesional del periodismo contextualiza y muestra que detrás del hecho hay causas tales como pobreza, abandono estatal, narcotráfico o guerra, haciendo que la tragedia deje de ser un suceso aislado para convertirse en un síntoma de la realidad nacional.
En 2023, un informe de Medicina Legal reveló que, durante ese año, al menos 50 niños sufrieron algún tipo de violencia cada día en Colombia, y aunque las cifras no son alentadoras, incluirlas en los reportes de prensa es un llamado colectivo que permite entender que no hablamos de “un caso”, sino que hablamos de una herida estructural que atraviesa al país entero.
En historias con menores, las fuentes son vitales, pero también vulnerables, y entre estas encontramos a cuidadores, maestros, vecinos o líderes comunitarios, quienes suelen temer represalias ante cualquier declaración, por lo que el periodista debe aprender a protegerlos, cambiar nombres, omitir direcciones y, a veces, incluso disfrazar la voz, ya que la confianza se gana cuando el periodista demuestra que cuida tanto como informa.
Para citar un ejemplo de las formas en las que se pueden preservar estas fuentes, recordemos el caso de los niños wayúu afectados por la desnutrición en La Guajira, un hecho para el que algunos reportajes eligieron mostrar entornos tales como el desierto, los alimentos ausentes, las comunidades enteras, sin mostrar las vulnerabilidades de los menores o de sus familias, y al hacerlo, pusieron el foco en la raíz del problema y no en el sufrimiento individual, haciendo la diferencia entre mirar con morbo y visibilizar con respeto.
Periodismo de soluciones, más allá de la tragedia
Una noticia que muestra salidas es más poderosa que una que sólo describe las heridas de la guerra, del desplazamiento o de la pobreza, escenarios en los que los programas del ICBF, mediante líneas de atención como la 141, o las redes comunitarias de protección, son recursos que el periodismo puede visibilizar y enseñar las formas para acceder, de manera tal que los interlocutores no se quedan con la sensación de impotencia, sino con la convicción de que existen caminos de acción.
En Medellín, iniciativas como “Tejiendo Hogares” han creado redes de cuidado en barrios populares, y así como esta y otras tantas iniciativas del mismo espíritu, pueden ser incluidas en los relatos periodísticos para que los ciudadanos reconozcan estas posibilidades sin maquillar el dolor, pero si acompañando con un horizonte de esperanza, validando que aunque la tragedia existe, también existe la capacidad de respuesta social.
A lo anterior se suma que la noticia no termina con la publicación y que el seguimiento a los hechos convierte el periodismo en memoria, de tal manera que volver a un caso meses después de ocurrido, para preguntar por avances judiciales o por la situación de los afectados es una manera de exigir rendición de cuentas y de evitar que, sin seguimiento, los menores queden en el olvido, o peor aún, que los hechos tengas réplicas futuras.
En Colombia, la cobertura continua de casos de reclutamiento forzado infantil ha mantenido el tema en la agenda pública, evitando que se diluya en el mar de la actualidad y gracias a ello, se han impulsado investigaciones judiciales y políticas públicas que buscan frenar este flagelo que han padecido tantas generaciones.
Periodismo como consuelo y puente
El periodismo sensible es bálsamo en medio del dolor, es denuncia que no revictimiza y es memoria que abre caminos de justicia, buscando que en donde la infancia ha sido tantas veces golpeada, el ejercicio responsable de la comunicación se convierta en un acto de resistencia y de esperanza.
Es por esto que estudiar Comunicación Social y Periodismo permite a estos profesionales formarse en un sentido ético, responsable y sensible frente a las realidades de los niños, niñas y adolescente, para poder narrar su realidades de la manera más adecuada y cuidadosa posible, pues cuando los hechos noticiosos involucran a menores de edad, esa preparación académica y profesional se vuelve crucial, pues garantiza que la información se construya con rigor, respeto por los derechos fundamentales y un profundo sentido humano.
Un comunicador social formado comprende que no se trata solo de “contar lo que pasó”, sino de hacerlo con criterio, evitando la revictimización y protegiendo la dignidad de los protagonistas. En contextos como el colombiano, donde los casos de vulneración a la infancia generan alto impacto social, esta formación académica dota al periodista de herramientas para equilibrar el deber de informar con la obligación de no causar daño, convirtiendo su oficio en un ejercicio de responsabilidad social.
Cabe recordar que la pluma puede ser arma o abrazo y que cada titular, cada foto o cada palabra escrita sobre un menor deben ser producto de una elección ética, de hacer periodismo humanizado, en última instancia, de ejercer con la convicción de que detrás de la noticia hay una vida que merece respeto, y esa certeza, en un país como el nuestro, es más urgente que nunca.
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