Unos brazos, unas manos que cantan. En su brazo derecho se teje una enredadera de hojas que se proyectan tatuadas y después son copiadas en el telón de fondo del concierto que Mariza acaba de ofrecer amorosamente en el Teatro Julio Mario Santo Domingo, de Bogotá, en el marco del Festival de fado.
Por: Javier Correa Correa
Una voz seductora, delicada, fuerte, amable, limpia, melodiosa. Trovadora.
Es tal vez la intérprete de fado más importante del momento, esa música urbana portuguesa cuyo nombre, derivado del latín fatum, significa destino. Para Mariza, el destino es el amor, y por eso en cada una de sus canciones, que interpreta desde cuando era niña en las calles de Lisboa, le canta al amor: a la familia, al hijo, a los amigos, al público, a ella misma. Debe ser por eso que canta con tanta decisión, siguiendo los pasos de Amalia Rodrigues, a quien siempre rinde homenaje en sus presentaciones.
Mariza nació en Mozambique, antigua colonia portuguesa ubicada al suroriente de África, que alcanzó su independencia en 1975, dos años después de que ella naciera, hija de una mozambiqueña y un portugués. Las luchas fratricidas –como todas las guerras, apoyadas por fuerzas extranjeras–, desplazaron a miles de personas, entre ellas a las integrantes de la familia de la niña de apenas un lustro de edad.
Al llegar a Lisboa –cuenta la misma Mariza en portuñol–, su padre abrió un bar en el barrio Alfama, donde había nacido el fado, en medio de calles empedradas y estrechas, en una colina desde la que se divisa el Atlántico. A ese bar la gente podía ir no solo a escuchar la música sino también a cantarla, y eso puso a Mariza en contacto con ese género en el que la melodía y las letras se fusionan a través de las voces.
Bueno, esa es una obviedad, pues así son todas las canciones. Pero Mariza encontró que por ahí era la cosa y se dedicó a cantar fado, hasta cuando alguien la desilusionó y decidió buscar otros ritmos. Pero, por fortuna para el fado y para nosotros, al fado regresó.
Así que el pasado 19 de noviembre estuvo por segunda vez en Bogotá, cantando y danzando con los brazos, con los pies que no dudan en dar salticos sobre el escenario, con la misma voz portentosa.
Ella no aleja el micrófono de su boca para disimular que toma aire, como haría otra cantante. Por el contrario, lo deja a apenas centímetros de sus labios africanos y permite que el público escuche cuando el aire entra a sus pulmones para salir convertido en canciones.
Ovación. Obrigado.