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Quijotadas. ¿La lucha armada para qué?

Por Javier Correa Correa

jcorreac@ucentral.edu.co

Plebiscito por la paz 2016

En su lúcida vejez, mi madre nos preguntaba a los hijos “¿Qué es lo que quieren las FARC?”. Ella falleció en noviembre de 2015. Un año después, en noviembre de 2016, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia –FARC– firmaron con el Estado un acuerdo de paz que pondría fin a décadas de lucha armada.

La vaina es que hubo quienes se opusieron al proceso e impulsaron el NO en el segundo plebiscito por la paz. Uno de los promotores fue Popeye, el jefe militar del narcoterrorista Pablo Escobar. Y un político derechista amenazó con que volverían trizas la paz. Y a fe que él y sus cómplices lo han logrado. Es más, quien sucedió al presidente Juan Manuel Santos en el Palacio de Nariño dijo orondo que él no había firmado acuerdo alguno y por lo tanto nada lo obligaba a cumplir.

Los “enemigos ocultos de la paz” como los llamara hace años Otto Morales Benítez, esta vez no fueron tan ocultos. Otros sí y desde la clandestinidad empezaron a asesinar a los firmantes del acuerdo y a armar falsos positivos judiciales.

Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz –Indepaz–, en el año 2024 han sido asesinados diez exguerrilleros, que se suman a los más de 400 que acallaron las balas al servicio de la guerra.

La guerra es terrible, siempre y en cualquier parte, pero es hasta más seguro andar con un fusil al hombro y con muchos otros actores armados protegiéndose entre sí, que exponerse a las balas asesinas en las ciudades populosas o en las carreteras desoladas.  

Por sentir que el Estado no les había cumplido, muchos regresaron al monte. Y la guerra ha seguido, sin norte alguno.

Plebiscito Frente Nacional 1957

Primer plebiscito

Fruto del primer plebiscito, en diciembre de 1957, el Frente Nacional logró frenar la escalada de horror en el periodo conocido como La Violencia, con mayúsculas, durante el cual más de 300 mil personas murieron y las que sobrevivieron fueron obligadas a desplazarse a los cinturones de miseria en las ciudades. 

Pero el Frente Nacional legitimó la exclusión política y económica. Desde hace ya varias décadas, y con el ejemplo de Cuba que bajo el liderazgo de Fidel Castro derrotó a la dictadura de Batista, la lucha armada fue una opción para varias generaciones de personas que en Colombia encontraron cerradas las posibilidades de supervivencia y las opciones de participación política.

Fueron tantos los grupos guerrilleros que algunos apenas son recordados, como el MOEC y el ADO, y se tiene presentes a los que durante décadas trataron de hacer la revolución pero, como en la guerra dizque todo vale y el camino justifica los medios –o los miedos–, la lucha armada se desdibujó y el pueblo quedó en la mitad del fuego.

Hoy hablé con una sobreviviente de la violencia en Yacopí, Cundinamarca, quien hace años debió desplazarse a Bogotá, sin saber de dónde provenían las amenazas: “eso había guerrilla, paramilitares y hasta Ejército, y me tocó abandonar la tierrita”. Aquí sigue en Bogotá, y aunque gracias a que el acuerdo de paz de 2016 le permitiría regresar, ya se afincó en la ciudad. No en la finca, permítaseme el obvio juego de palabras.

Como ella, miles y miles huyen de las balas, como las que ahora son disparadas especialmente en el departamento del Cauca, donde se asentaron las disidencias de las FARC, nadie sabe para qué existen. Ni ellas mismas.

Antes, las FARC, el ELN, el M-19, el EPL pretendían hacer la revolución. Pero, hoy, las disidencias se han limitado a expandir su poder militar, a como dé lugar. Han reclutado a menores de edad, asesinado a líderes sociales y a firmantes de los acuerdos de paz, desplazado a no se sabe cuántas familias, amenazado a integrantes de la fuerza pública así no estén en combate, atacado a la población civil en varios municipios históricamente indígenas, y esta semana adelantan un “paro armado” dizque para defenderse de los “nuevos paramilitares”. En un texto tenebroso, le advierten a la comunidad del norte del Cauca y el sur del Valle del Cauca que “se prohíbe toda clase de movilidad” y dan un “ultimato a los Lideres Sociales, Lideres Indígenas de Miranda, Corinto, Florida y Pradera por rechazar nuestras acciones militares por ello son objetivo militar al no permitir que nuestras unidades accionen en los territorios libremente” (era difícil usar el SIC en cada error gramatical y ortográfico, pero hago la aclaración de que copié textualmente todo el párrafo).

Firman el comunicado público como “pueblo y dignidad, Manuel Marulanda vive ¡La lucha sigue!”.

Ni pueblo ni dignidad.

Lo que no saben –si acaso saben algo– es que la guerra les sirve a los extremos, que se nutren del despojo de tierras y se enriquecen con el negociazo de las armas, y pone en la mitad al pueblo que aseguran defender. Idiotas útiles, se afianzan como instrumentos del horror que afecta, precisamente, al pueblo. La revolución que dicen buscar, no lo es. Porque la revolución se hace desde el mismo camino. Y no al final de la guerra, que nunca van a ganar. Porque nadie gana ninguna guerra: todos perdemos.

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