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Quijotadas: Como un paraíso de locos

Es un libro rarísimo. Y eso que el autor, Fernando Arrabal Terán, trata de explicarlo en cada uno de los capítulos no numerados, con el uso de corchetes en los que en ocasiones introduce también paréntesis y guiones con más incisos llenos de sarcasmos, en diálogos con quienes leemos Como un paraíso de locos, escrito en 2007 pero que apenas ahora llegó a mis ojos de la mano de un nuevo amigo.

Por Javier Correa Correa

Fotografía de: EuropaPress

Veamos un ejemplo: “[Si todos los libros fueran así de claros daría gusto leerlos]”.

Otro: “[Observe, amado lector, con qué facilidad introduzco este nuevo personaje (importante y muy compasivo) del libro]”.

La historia es así, si es que entendí algo: un hombre mayor, autista dichoso (así lo define Arrabal), es recibido en un palacete donde viven la Señora, una mujer mayor que él (la dueña de la mansión); Lilibeth, su hija adolescente (“Esta joven vive del deliciosamente bajo follaje tenebroso de sus neuronas”), y un general retirado que podría ser cómplice del asesinato de quien era el dueño del lugar hasta que un misterio ocurrió.

Ellas y el general (en uso de buen retiro, dicen los que añoran los uniformes y las insignias y las armas) acosan al joven que, como el mismo Arrabal, ganó el premio mayor en el concurso nacional de superdotados. El joven es virgen (tal vez no es mártir) y vaya uno a saber si el autor lo es. No creo.

Lo que sí se sabe es que, además de novelista, Arrabal es poeta, ensayista, pintor, dramaturgo y cineasta. Ha sido merecedor de prestigiosos premios en todos esos campos. Pero advierte que [… a pesar de que todavía no soy como los demás, qué gusto me da escribir]”.

Escribe, entonces, literatura, como en este caso. Que es autobiográfica, lo cual ha sido siempre válido. Habla del abandono de sus padres, aunque en la vida real el papá fue un militar digno que se enfrentó a Francisco Franco cuando este traicionó el querer de la gente y armó la Guerra Civil Española, con el apoyo de Hitler y de Mussolini.

El papá homónimo de Fernando Arrabal fue encarcelado y desaparecido, y así sigue, como tanta gente. El niño de la novela se encierra en sí mismo y establece una peripatética relación con los otros dos personajes a quienes introduce así en el relato: “años después de mi nacimiento me di cuenta (cuando Cero e Infinito aparecieron) de que pensaba. Exactamente cuando, por vez primera, vi que ellos dos se reían junto a mí. Y yo me reía con ellos a carcajadas. Los tres nos reímos de buena gana. Así sucedió el primer día en que pensé”.

Siguió pensando y haciendo minuciosas y dificilísimas (al menos para mí, no para él) operaciones matemáticas que dibuja geométricamente de manera que parecen de lo más sencillas.

Se da garra, como dicen ahora hasta los aprendices de escritores, que me permito presentar con el sustantivo que los define: currinches. Una pequeña digresión, Arrabal me lo permite, pues en el diálogo que entabla con quienes leemos el libro se da licencias cuantas veces quiere, al punto de rebelarse como lo haría un niño chiquito: “[Voy a tanta velocidad que ya he escrito ciento siete capítulos sin parar, de un tirón, sin importarme lo que pueda pensar mi editor]”.

Y nos invita a seguir el diálogo: “Espero y deseo recibir en mi contact, a partir de hoy, el parecer de usted, amado lector, que tan determinante sería para mí”.

No digo amén (así sea en latín, que utiliza de forma permanente en el libro), aunque Arrabal nos advierte que el personaje (o él mismo) está escrito en primera persona, y vaticina (de Vaticano, supongo) que “Voy a ser el primer santo ateo”.

Fernando Arrabal

Fotografía de: Arrabal.org

Escritor español, nació en Melilla, en 1932. Ha dirigido siete largometrajes y publicado doce novelas, libros de ajedrez y de poesía (con ilustraciones de Dalí, Magritte, Amat, Picasso, entre otros), dos volúmenes de obras de teatro, varios ensayos y su famosa Carta al General Franco.

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