Aunque hoy en día la cultura de la cancelación busca aislar a un sujeto u obra por una mala conducta, todavía sigue esa idea de la censura a las ideas contrarias a un régimen o en este caso a una supuesta mayoría de personas.
Por Gabriela Velasco Piñeros
La cultura de la cancelación no es un fenómeno nuevo que se inventaron los progresistas, sus orígenes se dieron en la Alemania nazi cuando los negocios de los judíos fueron boicoteados para borrarlos del mapa o la censura que se le hacía a cualquiera que no estuviera de acuerdo con el gobierno. Aunque hoy en día la cultura de la cancelación busca aislar a un sujeto u obra por una mala conducta, todavía sigue esa idea de la censura a las ideas contrarias a un régimen o en este caso a una supuesta mayoría de personas. Los seguidores de la cultura de la cancelación buscan enmendar siglos y siglos de represiones a minorías o personas vulnerables mediante la justicia social. En el fondo sabemos que, aunque la justicia social es la más dulce, no es la más eficaz porque algunas veces el castigo es desproporcionado, perder un trabajo o una cuenta que monetizaba y porque el juicio de una persona del común está sesgado por las emociones.
Durante los últimos años, uno de los objetivos de la cultura de la cancelación han sido las producciones artísticas, tales como la literatura o el cine. Ya les he hablado hasta el cansancio del plan de Puffin Books de hacerle una corrección sensible a los libros de Roald Dahl para que se ajusten a los valores de los nuevos lectores, es decir, de unos supuestos padres que quieren tapar los defectos del mundo con un dedo. Y como ya sabemos, esto limitaría la libertad de expresión, además de que ya no podríamos conocer la visión de mundo del autor. Pero hay algo peor: se distorsionaría la historia y tendríamos que cancelar la cultura hasta tal punto que pierda su esencia para que no ofenda a nadie. Imagínense, el carnaval de negros y blancos dejaría de celebrarse porque su historia remite a una segregación racial y a la esclavitud.
Las obras de Dahl no han sido ni la primera ni la única víctima. En 1966, durante la beatlemanía, John Lennon estaba siendo entrevistado por su amiga y periodista Maureen Cleave. Mientras ellos caminaban por la mansión de Lennon hablaron de varios temas, entre ellos, la disminución de la influencia de la iglesia anglicana en los jóvenes de aquellos años. John declaró: “We’re more popular than Jesus now; I don’t know which will go first – rock ‘n’ roll or Christianity”. Estas palabras, al cruzar el océano, se transformaron en el Famoso “We are bigger than Jesús” en Estados Unidos y los ultra fanáticos del sur del país pusieron en marcha una especie de inquisición en contra de ellos. Los locutores de radio incitaron a los jóvenes a reunirse y a quemar sus vinilos de la banda. El KKK también hizo lo suyo y amenazó con que colocarían una bomba en un concierto. Durante un concierto en Memphis, alguien hizo estallar un pedacito de pólvora pero fue lo suficientemente estruendoso para que los miembros de la banda pensaran que les habían disparado. Para el final de la gira, a pesar de que las cosas ya se habían calmado, la asistencia al último concierto en el Candlestick Park de San Francisco fue baja, había asientos vacíos, algo nunca visto, ni siquiera en los días del Cavern Club. Después de todo esto, y teniendo en cuenta otras cosas similares, los Beatles decidieron que no volverían a hacer giras. Si bien debo admitir que gracias a su retiro al estudio tenemos joyas como “A Day In The Life”, culturalmente perdimos la oportunidad de seguir siendo testigos de la evolución de la banda como un acto en vivo y nunca tuvimos la posibilidad de escuchar las canciones del Abbey Road o El Maggical Mystery Tour en vivo con los cuatro juntos (y yo que amo con mi vida “The Fool On The Hill”).
Ahora volvamos a nuestra época y hablemos de un caso que ha sido afectado bajo el nombre de cancelación. En 2020, la plataforma HBO+ retiró de su catálogo la película Lo que el viento se llevó argumentando que esta era racista y que glorificaba la esclavitud, según las personas que estaban en contra del filme. Tal vez ni habían visto la película o no sabían que durante el siglo XIX en Estados Unidos todavía existía la esclavitud y por supuesto que una película ambientada en la guerra civil debe tener una fuerte presencia de personas negras esclavizadas aún. Es sentido común. Estoy segura de que los wokes, como les llaman despectivamente a los progresistas en inglés, no saben que la actriz que interpretó a Mammy en la película fue la primera mujer afroamericana en ganar un Óscar, en una época cuando los negros no podían usar los mismos baños que los blancos. Sin embargo, la polémica no acabó ahí, la mayoría de las personas reclamaron que no era justo que una película como esta que ha trascendido décadas fuera eliminada por razones tan absurdas. Días después, y de hecho siempre fue su intención, HBO volvió a subir la película con una advertencia al inicio sobre posibles descripciones racistas en la obra y, por esta vez, todos quedaron felices.
La corrección sensible de las obras es un concepto absurdo. Si una obra no es apta para menores de edad, debería tener una advertencia que lo diga, como la categorización de las edades en los videojuegos, los libros de Dahl fueron escritos para niños y nadie puede cambiar que ese era el público objetivo del autor, pero por desgracia ni su familia respeta las decisiones artísticas que él tomó en su momento. Ahora bien, si una obra es cancelada al ser acusada de sexista o racista es por una total ignorancia del contexto histórico en el cual se grabó. Si bien siempre ha estado mal discriminar a las personas por cualquier razón, debemos tener en cuenta que según la época esto estaba permitido o la gente no era consciente del error que cometía. Con esto quiero decir, cito las palabras de muchos creadores de contenido, no podemos juzgar el pasado con la moralidad del presente o, peor aún, borrar la historia con la intención de remediar heridas sociales. Como colombianos sabemos más que nadie que olvidar la historia es condenarnos a repetirla.
Debo admitir que estoy de acuerdo con que las plataformas de streaming hayan decidido colocar avisos al comienzo de las películas sobre la presencia de discursos de odio que antes estaban normalizados, aunque yo como una adulta universitaria no me parezca que sea necesario, pero, si un niño, un adolescente o una persona con escasos estudios sobre ciencias sociales les parece útil y les ayuda a expandir su manera de ver el mundo, es una excelente solución. Si bien no soporto a las personas que hacen parte de la cultura de la cancelación porque todos cometemos errores y tenemos derecho a aprender de ellos y a pedir perdón (a menos de que sean delitos), siempre estaré de acuerdo con soluciones que nos permitan llegar a un punto medio donde no se cancele la cultura pero que tampoco vuelvan los demonios del pasado.