Por María Fernanda Castellanos Mateus
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Me levanté asustada, con la sensación de que alguien me observaba. Mire alrededor, y Violeta estaba recostada junto a mi como todas las noches; sin embargo, la puerta estaba entreabierta, y juraba que la había cerrado antes de dormir. Un escalofrío recorrió mi espalda. Pensé que debía haber sido un sueño, así que me calmé y volví a la cama. Me acurruqué bajo las sábanas y cerré los ojos, intentando dormir de nuevo.
A la mañana siguiente, me desperté con la sensación de que algo no estaba bien. Me levanté y comencé mi rutina diaria, pero no podía evitar la sensación de que alguien me estaba vigilando. Mientras me vestía, noté que mi habitación estaba un poco desordenada. Nada fuera de lo común, pero algo me hizo sentir incómoda. Al bajar a la cocina, encontré un ramo de rosas amarillas en la mesa. Me encantaban las rosas, pero no recordaba haber comprado ninguna.
Miré alrededor sintiéndome nerviosa, pero la cocina estaba vacía y silenciosa. Sin embargo, sentí una sensación de que alguien me estaba observando. Vi una sombra moverse en mi campo de visión, pero cuando me giré, no había nadie. Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba hacia la ventana. La cortina estaba abierta, y el viento hacía que las ramas de los árboles se movieran de manera inquietante. Vi una figura parada en la calle, mirando hacia mi casa Llevaba un blazer morado oscuro y un sombrero que le cubría el rostro y una sonrisa tipo “Jack Nicholson” en el Resplandor. Su presencia parecía amenazante. Me alejé de la ventana y me dirigí hacia el pasillo. La sensación de ser observada crecía por momentos. Vi una puerta entreabierta que siempre estaba cerrada. La de mi estudio. Me acerqué lentamente y empujé la puerta.
Dentro, encontré un papel en mi escritorio con una nota: “Estoy más cerca de lo que crees.” No sabía qué hacer, estaba nerviosa, no podía pensar bien me temblaban las manos, en ese preciso instante llegó Violeta y pude reaccionar, empecé a buscar mi teléfono, pero no lo encontraba, no sabía dónde lo había dejado la noche anterior. De repente empezó a sonar el teléfono de la cocina, sobresaltándome y corrí a contestar, mi corazón latiendo a toda velocidad. Contesté el teléfono con manos temblorosas.
- ¿Hola? –dije, intentando mantener la calma.
- ¿Dónde estabas? –preguntó Brandon, su voz llena de preocupación–. Te he estado llamando todo el día.
- Estaba…. en mi habitación –tartamudeé–. ¿Qué pasa?
- Recibí un mensaje extraño –dijo Brandon–. Alguien me dijo que estás en peligro.”
Mi corazón se detuvo.
- ¿Qué mensaje? –pregunté, intentando mantener la voz calmada.
- No lo sé –respondió él–. Voy para allá. ¿Estás bien?
- Sí –mentí.
Aunque sabía que no estaba bien. Colgué el teléfono y me giré hacia Violeta. “Brandon viene en camino”, dije. Violeta ladró y se fue. Pero cuando miré hacia la puerta, vi al hombre del blazer morado. Y grité. Y entonces, todo se volvió negro.
Cuando desperté, estaba en una cama de hospital. Un médico se acercó a mí.
“Bienvenida de nuevo”, dijo. “¿Cómo te sientes?” Miré alrededor, confundida.
“¿Dónde estoy?” pregunté. Estás en el manicomio: el lugar donde la realidad se pierde, respondió el médico. Has estado aquí durante varios meses. Sufriste un colapso nervioso,
Y has estado sufriendo de alucinaciones. Miré hacia abajo, y vi que mi diario estaba debajo de mi almohada. Lo abrí y leí, “Brandon es el asesino… No es real. Es mi imaginación. eso supuse. ¿Y si todo hubiera sido una ilusión? entonces, escuché una voz detrás de mí. – — “¿Cómo te sientes ahora?” preguntó. Me giré. Era Brandon. El médico. con esa sonrisa escalofriante.
Llevaba su blazer morado y su corbata amarilla.
Artículo producto de ejercicios académicos. No es oficial de la Universidad y las afirmaciones u opiniones emitidas a través de ellos no representan necesariamente a la Institución.
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