Por Karol Ospina
Era una noche fría y oscura cuando un grupo de amigos decidió aventurarse en las ruinas de Armero. Ignorando las advertencias y los relatos escalofriantes que rodeaban aquel lugar marcado por la tragedia.
Se adentraron en la oscuridad con la curiosidad como su guía, el inicio de su viaje fue tranquilo, con el resplandor de la luna iluminando las ruinas, que alguna vez fueron un próspero pueblo.
Al adentrarse en las ruinas que quedaron como testimonio de aquel suceso, se encontraron con la primera imagen que los dejó sin aliento, la estatua de Juan Pablo II, el Papa que había pisado el suelo tolimense y que había hecho una pausa en Armero durante su visita. La estatua representaba al Papa arrodillado frente a la cruz que erigió en el lugar donde antes se alzaba el templo de Armero.
Era un símbolo de paz, de respeto por las víctimas y sus seres queridos, en su quietud nocturna, parecía observar con ojos sombríos a los visitantes que se aventuraban en la noche. La energía pesada y opresiva del lugar se intensificó a medida que avanzaban hacia la piedra que desencadenó la destrucción de Armero.
El aire estaba cargado de un silencio inquietante, cuando llegaron a la tumba de Omaira Sanchez, una niña que se convirtió en un símbolo de la tragedia, quien quedó atrapada en los escombros de su casa durante más de tres días. Allí, entre las sombras y los susurros del viento, notaron la presencia de muñecas tenebrosas y objetos que parecían susurrar historias de dolor y sufrimiento; la conexión con lo sobrenatural se volvía más palpable con cada paso que daban en la penumbra.
Los relatos personales del amigo que los acompañaba, cuya familia había sido víctima de la tragedia, añadieron un aura de tragedia a la noche, las historias de aquellos que perecieron en Armero se entrelazaban con los susurros de la brisa, creando un ambiente cargado de melancolía y misterio.
Cuando decidieron regresar a su lugar de hospedaje, una oscura curiosidad se apoderó del grupo. ¿Qué pasaría si se aventuraban en las ruinas de Armero de noche? las risas nerviosas y las miradas de incertidumbre se mezclaron mientras avanzaban por los callejones solitarios.
La oscuridad se volvió más densa a medida que se adentraban en el laberinto de las calles y escombros. Los árboles parecían susurrar advertencias mientras las sombras cobraban vida propia, moviéndose de forma inquietante en las paredes de las casas destruidas.
Fue entonces cuando se percataron de que algo estaba mal. La tumba de Omaira, que durante el día era un punto de referencia claro, había desaparecido en la noche, como si se hubiera escondido de sus miradas curiosas. El grupo se encontró perdido en un laberinto de ruinas, con la certeza de que algo los observaba desde las sombras.
La angustia y el miedo se apoderaron de sus corazones cuando también perdieron la ruta de salida, el tiempo parecía distorsionarse en la oscuridad, prolongando su agitación y desesperación mientras buscaban desesperadamente una salida que se negaba a revelarse.
Los susurros de las sombras se convirtieron en murmullos inquietantes, y las risas nerviosas se desvanecieron en el silencio opresivo de la noche. Cada callejón parecía llevarlos más adentro del laberinto, alejandolos cada vez más de la seguridad y la luz.
Cuando todo parecía perdido y el pánico se apropiaba de ellos, un eco distante de una melodía antigua rompió el silencio; la música resonaba entre las ruinas, guiandolos hacia una salida que se había ocultado en la oscuridad.
Finalmente, exhaustos y con el corazón palpitando de miedo, encontraron el camino de regreso. La luz de Armero- Guayabal brillaba a lo lejos, pero el recuerdo de la noche en Armero y los susurros de las sombras seguirian atormentandolos en sus sueños, recordándoles que en las ruinas de Armero, el pasado y el presente se mezclan en una danza macabra de misterio y terror.
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Artículo producto de ejercicios académicos. No es oficial de la Universidad y las afirmaciones u opiniones emitidas a través de ellos no representan necesariamente a la Institución.