Aparte del fútbol, en Colombia lo que más mueve y congrega a la gente son los concursos de belleza. Existen de todos los tamaños, y acompañan todo tipo de festividad pero, paradójicamente, lo que menos abunda son los colores, las razas y las etnias. ¿Es necesario pasear en bañador para reivindicar derechos? ¿Es imprescindible llevar traje de noche para hacer escuchar voces?
Por Catalina Buitrago y María José Bejarano
Las mujeres afrodescendientes han tenido que afrontar desafíos más grandes que otros grupos. No solo se ven obligadas a luchar por la reivindicación de sus derechos como mujeres que viven en una sociedad patriarcal, sino también, por defender su raza y su etnia, que son opacadas por estándares de belleza prefabricados ligados a la discriminación y al racismo.
En el 2005 nace Miss afrodescendiente, un certamen de belleza liderado por Belky Arizala, una modelo y empresaria colombiana, que se ha consolidado como una de las mujeres negras más influyentes del entretenimiento del país, haciéndole frente y denunciando sin miedo el racismo y la misoginia de esta industria de la mano de su fundación El Alma No Tiene Color. Dicho certamen surge para abrir espacios que resalten la belleza constitutiva de las mujeres afro, que por mucho tiempo ha sido marginada.
“Hace 20 años yo tenía este sueño de ser señorita Colombia y me dijeron no, tú no puedes. Una negra nunca va a ser señorita Colombia. Y tomé la decisión de denunciar. Sin quererlo me vuelvo un personaje público que se atreve hacer las cosas sin miedo. Con este proyecto lo que quiero es que a las nuevas generaciones no pasen eso, que no se repitiera” afirma contundentemente la modelo.
La quinta versión de Miss Afrodescendiente, se llevó a cabo el 21 de julio del 2018, generando fuertes debates y discusiones en redes sociales y en los medios tradicionales, pues la ganadora de este evento fue una mujer blanca. Muchas comunidades negras expresaron su descontento, manifestando que les parecía una falta de respeto corromper la filosofía de ese espacio, apropiándose de la palabra afrodescendiente, para luego dejarlos de lado. Una de las principales detractoras de las nuevas políticas de este concurso es Jennifer Urrutia, una activista de Amafrocol (Asociación De Mujeres Afrocolombianas) y editora del portal web A-fro, quien comenta con tristeza que “para mí no era un certamen de belleza, sino una forma de protesta, era una forma de incluir a la mujer negra, con sus rasgos, con su cabello,… Meternos a todos en un mismo embudo no es la solución, decir que todos somos iguales no va a acabar el racismo”.
A pesar de la misión social de este concurso, es necesario preguntarse si este tipo de espacios son los apropiados para reivindicar la valía y los derechos de la mujer afro, ¿cuantificar y comparar su belleza realmente ayuda a aminorar la violencia y la discriminación a la que esta comunidad se ve enfrentada?.
“La mujer no debe ser medida por su belleza, los certámenes son algo a eliminar. Pero las mujeres negras, siempre excluidas del canon de belleza, tenemos derecho a conquistar los espacios que las blancas tienen solo por serlo”, comenta Ayomide Zuri, redactora de Afroféminas, una comunidad en línea que busca visibilizar por medio de la literatura, el arte y el periodismo a la mujer de raza negra. Quizá la importancia de Miss Afrodescendiente no radica en el concurso, ni en elegir a la raizal más bonita, sino en la voz de protesta que significó este certamen para muchas mujeres, el hecho de por fin tener un espacio propio, libre de los estándares que rodean a este tipo de competencias, “era un espacio nuestro en un mundo donde escasean” dice Ayomide Zuri.
Más de 200 millones de afrodescendientes viven en América, y Colombia se constituye como el tercer territorio con más población negra, según datos de la ONU en el 2015. Esta población se caracteriza por su diversidad, su riqueza cultural y étnica; sin embargo, para nadie es un secreto que también su historia ha estado marcada por la discriminación, la desigualdad, la esclavitud y la migración. Es por esto que la palabra afrodescendiente encierra más que un color de piel. Así lo asegura Angélica Castillo Balanta, una reconocida empresaria y representante de la comunidad negra, quien afirma que “el término afro no tiene que estar necesariamente conectado con el color de piel, pero sí con una cuestión de raíces, de cultura”.
Era necesario aclarar lo anterior, pues a raíz de dicho concurso de belleza, se generó una disputa ideológica, donde se debatía lo que realmente significa ser afro. Y a pesar de las diversas opiniones lo que sigue resaltando por encima de todo, es que los espacios de las mujeres negras siguen siendo conquistados por los blancos y mestizos. “Muchas feministas blancas nos dicen que cómo es posible que reivindiquemos o pidamos ese certamen, pero es que las mujeres negras recibimos el racismo tanto de mujeres como de hombres y eso es lo que más condiciona nuestra vida” asegura Ayomide Zuri.
“Colombia es un mestizaje, aquí nadie tiene raza pura. A mi no me dejaron ir a un reinado por ser de piel oscura, ok, yo decido que voy hacer uno donde las invite a todas”, dice Belky Arizala. Pero el problema no es que ella invite a todo el mundo a su reinado, lo que genera el disgusto de la comunidad negra es que los espacios diseñados directamente para las mujeres negras, sean entregados en mayor medida a otras razas.
En la más reciente edición del concurso, de las 15 participantes solo 4 eran mujeres de piel oscura y su ganadora fue Ana Paula Rueda, una mujer mestiza, de cabello lacio, labios delgados y nariz respingada, quien reconoce que su acercamiento a la comunidad Afro es reciente. Rueda dice que en su familia hay raíces afro, “mi bisabuelo era un hombre de piel oscura, era un hombre afro, además he tenido la oportunidad desde hace más de año y medio, gracias a un ejercicio académico, de acercarme más a la comunidad afro y a mi origen”.
Ahora bien, no hay que olvidar que los organizadores del certamen dicen que tiene un sentido social, e impulsa a sus concursantes a desarrollar proyectos que ayuden a sus comunidades, al final todas ellas se llevan una beca de estudios. No obstante, para entrar a este reinado, cada candidata tiene que pagar su membresía, que no es precisamente económica. Jennifer Urrutia comenta que “cuando empezó el certamen, Belky tocó muchas puertas para que participaran con sus marcas, y la respuesta de la mayoría era que ellos no apoyaban causas negras. Esto hizo que de inmediato ella cambiara el eje. Entonces para mí esta nueva filosofía involucra más un tema monetario”.
La realidad imperante es que las mujeres negras buscan este tipo de espacios, no tanto para reivindicar su belleza, sino para normalizarla. Con la algarabía, los destellos y toda la parafernalia de estos eventos, es fácil olvidar la crudeza de estos espacios, donde todo el tiempo las mujeres están siendo comparadas y juzgadas por sus características físicas. Lo anterior deja una pregunta ¿Son realmente necesarios estos espacios para conservar el acervo cultural del que tanto hablan?.