Por: Jose Escobar Romero – jescobarr3@ucentral.edu.co
En tiempos de cambio acelerado, violencia y olvido, el papel del comunicador social adquiere una relevancia crítica en la defensa de la memoria histórica y la riqueza cultural de los territorios y lejos de limitarse a la producción de contenidos, los profesionales en comunicación se convierten en agentes que registran, interpretan y proyectan las voces colectivas de las comunidades, especialmente de aquellas que han sido históricamente silenciadas.
En Colombia y América Latina, regiones profundamente marcadas por el conflicto armado, los desplazamientos forzados y la desigualdad social, los comunicadores sociales y los periodistas han sido clave para documentar las luchas de las comunidades, preservar sus expresiones culturales y mantener viva su identidad, por medio de relatos, crónicas, productos audiovisuales, archivos sonoros y plataformas digitales, con los que se resignifica el pasado como un acto de resistencia.

Es por esto que la comunicación ha dejado de ser un simple ejercicio técnico y se constituye hoy como una herramienta pedagógica, política y ética, que se manifiesta en un ejercicio que conecta diversas generaciones desde la articulación de saberes y que permite a los pueblos narrarse a sí mismos desde sus propias cosmovisiones.
Uno de los principales aportes del comunicador en la construcción de memoria es su capacidad para visibilizar lo invisible. Comunidades indígenas, afrodescendientes, campesinas y víctimas del conflicto encuentran en los medios alternativos y comunitarios un espacio para contar sus propias historias. Esta labor no solo contribuye a preservar los hechos, sino también a generar procesos de sanción colectiva.
Por ejemplo, iniciativas como Vokaribe Radio en Barranquilla o Fedemedios a nivel nacional, han logrado narrar el conflicto desde las voces locales, alejándose de los relatos hegemónicos. Estas experiencias muestran cómo los comunicadores territoriales pueden desempeñar un rol activo en la reconstrucción de la memoria desde el periodismo comunitario y la educomunicación.
Asimismo, las crónicas de periodistas como Jineth Bedoya Lima, víctima y testigo del conflicto, se han convertido en testimonio y denuncia. Su trabajo periodístico no solo informa, sino que mantiene viva la historia de mujeres víctimas de violencia, promoviendo un ejercicio de memoria con enfoque de género.
Preservar la cultura
La cultura es memoria viva, y los comunicadores sociales son guardianes de su relato mediante la documentación de expresiones tales como: danzas, festividades, saberes ancestrales, gastronomías y tradiciones orales, sin que esto se limite a una labor estética, sino que trasciende a una acción política frente a los procesos de apropiación cultural impulsados por la globalización.
En territorios como el Pacífico colombiano, por ejemplo, comunicadores como los del Colectivo de Comunicaciones Matamba y Guasá han contribuido a preservar las tradiciones afro mediante documentales, radionovelas y narrativas digitales, así como las investigaciones de doctores como Jorge Iván Jaramillo o Claudia Gordillo, quienes con su trabajo se convierten en un referente valioso para las generaciones futuras.
Estos profesionales no solo registran, sino que también co-crean junto a las comunidades, promoviendo procesos participativos que fortalecen el arraigo identitario y en muchas ocasiones, incluso, forman a nuevos comunicadores en los territorios, generando procesos sostenibles de preservación cultural.
La memoria desde un enfoque pedagógico
Desde el enfoque curricular, formar comunicadores sociales implica dotarlos de una visión crítica, ética y territorial, por lo que las universidades deben ir más allá del enfoque instrumental y formar profesionales conscientes de su papel en la transformación social y en la defensa de la memoria colectiva.
Programas académicos como los de la Universidad Central de Bogotá, la Universidad del Cauca o la Universidad del Valle, han integrado en sus líneas de formación e investigación temas como comunicación y género, comunicación para la paz, memoria histórica, comunicación popular e interculturalidad, entre otras líneas curriculares que fomentan un perfil profesional con compromiso social.
En este sentido, los proyectos de grado, las prácticas comunitarias y los laboratorios de medios universitarios deben orientarse también a recuperar relatos locales, sistematizar experiencias de resistencia y aportar a procesos de reparación simbólica.
De igual forma, a lo largo del país, existen múltiples experiencias donde el comunicador social ha jugado un papel central en la preservación cultural. El Archivo Oral de Memoria de los Montes de María (AOMM), por ejemplo, es una iniciativa que desde el año 2004 ha documentado más de mil testimonios de campesinos, líderes sociales y víctimas del conflicto en esta región del Caribe colombiano.
Otra experiencia significativa es la de ConCiencia Afro, un medio digital liderado por jóvenes comunicadores afrocolombianos que promueven contenidos educativos y culturales desde una perspectiva antirracista, una apuesta que fortalece la representación mediática de estas comunidades, a menudo estigmatizadas por los medios tradicionales.
También es destacable el trabajo de comunicadores indígenas vinculados a la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), quienes han desarrollado estrategias narrativas multilingües para preservar lenguas, rituales y cosmovisiones propias.
Comunicar sin revictimizar
Uno de los mayores desafíos éticos del comunicador social es narrar el dolor sin reproducir la revictimización y en este sentido, se requieren enfoques de comunicación responsable que dignifiquen a las personas y que generen contextos de reconocimiento y no de morbo.
Esto implica una postura crítica frente al uso de imágenes, testimonios y representaciones simbólicas, ante las que el comunicador debe ser consciente del poder de sus acciones y de su capacidad para afectar la percepción pública de los hechos y de los actores involucrados.
Por ello, es necesario recurrir a metodologías como el periodismo constructivo, el periodismo de paz y la comunicación para el cambio social, que privilegian el diálogo, la reparación y la construcción de narrativas transformadoras.
Estas estrategias permiten llegar a nuevas audiencias, especialmente jóvenes, a través de lenguajes y dispositivos que conectan con sus formas de consumo cultural, frente a los cuales, el comunicador social actual debe dominar los lenguajes análogos y digitales para diseñar productos que sean accesibles, pedagógicos y sostenibles.
Es por esto que la formación del comunicador no debe centrarse solo en habilidades técnicas, sino en una perspectiva crítica de la historia, la cultura y la política para entender su rol como constructor de ciudadanía, educador popular y defensor de los derechos humanos, lo que supone integrar en el currículo universitario contenidos relacionados con estudios culturales, historia de los medios, ética de la información, narrativas decoloniales y enfoque diferencial. Una visión integral que permita leer los territorios con sensibilidad y responsabilidad.
Además, debe fomentarse el trabajo interdisciplinario con áreas como la antropología, la sociología, la historia y la educación, para abordar la comunicación desde una mirada holística que responda a las complejidades del contexto.
Comunicar para no olvidar
El comunicador social es, ante todo, un mediador de sentidos, en contextos marcados por la violencia, el desarraigo y el olvido, en donde su labor adquiere un valor incalculable para preservar la memoria histórica y la riqueza cultural de los pueblos no es una opción, sino una necesidad urgente para construir sociedades más justas, plurales y conscientes.
Su trabajo permite que las comunidades no sean definidas por el trauma, sino por su capacidad de resistencia, dignidad y creatividad, pues al narrar lo que otros callan, al visibilizar lo que el poder oculta, el comunicador contribuye a la construcción de un relato colectivo que dignifica y transforma.
Es así como, en los contextos de memoria, cultura y territorio, el ejercicio comunicativo no puede quedar en manos de la improvisación, y aunque todas las personas comunican, solo una formación profesional rigurosa en Comunicación Social y Periodismo permite abordar con profundidad, responsabilidad y perspectiva crítica los retos que implica narrar el pasado, preservar lo cultural y defender lo colectivo.
Estudiar esta carrera implica comprender los fundamentos éticos del oficio, dominar las herramientas narrativas y tecnológicas, y desarrollar competencias para investigar, interpretar y producir contenidos que respeten la dignidad de las comunidades, y en este sentido, la formación universitaria dota a los futuros comunicadores de criterios claros frente al uso de fuentes, la verificación de datos, el enfoque diferencial, el análisis del discurso y la construcción de narrativas incluyentes.
Además, la formación profesional en comunicación integra saberes de las ciencias sociales, la filosofía, la estética, la teoría política y la pedagogía, lo que permite una lectura compleja del entorno y una capacidad de intervención reflexiva, desde la cual, el comunicador social no solo informa: educa, transforma, cuida y construye tejido social.
Por todo esto, la profesionalización en Comunicación Social y Periodismo no solo es deseable, sino necesaria para aportar al país desde el campo simbólico, la memoria colectiva y la defensa cultural de los territorios, sobre todo, en un mundo saturado de información, en donde es urgente contar con comunicadores formados, críticos y comprometidos con el derecho a la palabra, la diversidad y la verdad.
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