Por Juan Pablo Deusa Tarazona

Para Johana todo empezó a sus siete años como un pequeño problema, o más bien, de su padre. A pesar de que lo entendía, no empezó a dimensionar la magnitud, ni lo complejo de la situación, sino hasta unos meses más tarde.

 

Como ella lo recuerda, su padre era una persona buena, no había espacio en su corazón para pensar otra cosa diferente, pero dicho problema empezó a hacerse cada vez más grande y ella sabía que su padre tenía que irse.

 

Johana no recuerda con claridad la fecha en la que su padre decidió entregarse a la policía. Fue en un lapso de tiempo entre diciembre y enero. Lo que recuerda claramente, fue estar viviendo con total emoción la película de King kong y de golpe escuchar la voz de su madre diciendo: Su papá se tiene que ir.

 

Algunas horas más temprano Johana le entrega a su padre un parche de piratas, que él hace algún tiempo le había regalado para aliviar sus problemas de la vista, se lo entrega como promesa de que volverá a verlo muy pronto, con la esperanza de que su amor siempre lo acompañará.

 

Los días posteriores a su partida fueron aún más duros, una pequeña niña se preguntaba si aquello que estaba viviendo era un abandono, o si tal vez, su padre, nunca la volvería a cobijar.

 

Con algo de suerte, y ya ubicado en las instalaciones penitenciarias de Tunja, el señor lograba llamar a sus hijas hasta tres veces a la semana, algunas veces diez minutos, otras 30, cada minuto era tan valioso como melancólico. Johana tenía claro que a pesar de que él se había ido seguía siendo su papá.

 

La primera vez que la señora Margarita, su madre, pudo visitar a su esposo, le dio a entender a Johana que él estaba en la cárcel y acto seguido se dio cuenta del gran esfuerzo que ella hacía para salir adelante con dos hijas, un arriendo que no perdonaba y un sueldo estirado hasta el cansancio. 

 

En la memoria de Johana permanece el recuerdo del esfuerzo que hizo Margarita por protegerlas y a su vez por cuidar de su esposo estando en la prisión. Un recuerdo muy vívido sobre su aspecto físico, pero sobre todo, con las injusticias que viven quienes esperan a sus seres queridos dentro de una penitenciaría.

 

Un 23 de diciembre del 2008 Johana visita al fin a su padre.

El recuerdo lo lleva impreso en su memoria y no se le escapan detalles. Recuerda el incómodo momento en que requisaron a su madre para poder entrar a las instalaciones, recuerda niños jugando por todas partes y la alegría de poder compartir con su papá.

 

También recuerda, con mucho cariño, unas manillas que su padre les entregó, cada una con su nombre, cada una hecha a mano, cada una con una con un significado especial. Para Johana el esfuerzo que hacía para conseguir el dinero dentro de la prisión y poder atender de la mejor manera a sus hijas significaba la muestra de amor más importante. 

El recuerdo lo lleva impreso en su memoria y no se le escapan detalles. Recuerda el incómodo momento en que requisaron a su madre para poder entrar a las instalaciones, recuerda niños jugando por todas partes y la alegría de poder compartir con su papá.

Mientras tanto, ella comprendió que las cosas que pasaban en ese lugar eran terribles, los presos vivían en condiciones deplorables y ahora, de adulta, puede entender las diversas situaciones, en parte traumáticas y en parte agobiantes que atravesó su padre y cómo ese tiempo que estuvo allí lo transformó de alguna manera.

 

Un día, en medio de la jornada escolar, su madre va a buscarla junto con su pequeña hermana, Mariana. Algo extraño sucedía. 

 

Al padre de Johana le habían dado casa por cárcel después de 21 meses de dictada la condena, de largas noches encerrado, aguantando todo tipo de cosas innombrables o mejor dicho, la cárcel en sí misma.

 

Pero cuando volvió, ella no pudo evitar notar su cambio, su actitud era diferente. Lo explica con tranquilidad luego de asimilar que aquel hombre había perdido su libertad y su tranquilidad por casi dos años y le causa mucha impotencia darse cuenta del poco apoyo psicológico que recibió.

 

Con gran frecuencia entendemos la cárcel como un lugar natural en nuestra sociedad. Un espacio de represión. El castigo como figura imponente y válida, pero pocas veces entendemos la violencia con la que emergen estas instituciones, la crueldad y la hostilidad que reproducen y el dolor que provoca en muchas familias.

 

Para Johana, su hermana Mariana y su madre Margarita; vivir esta situación les enseñó que el ser humano que tienen al lado, merecía la redención de sus errores. El perdón y el amor son el sentido más grande que podemos darle a la vida y de eso se trata la condición humana. 

 

Nota final: Los nombres de las personas que aparecen en esta historia fueron cambiados por discreción y protección de sus identidades.

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