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El carbón de la vida

Realizado por: Yudy Vargas R.

Cuatro generaciones reconocidas por un sujeto que poca vista le deja su camino de vida, retrata su historia a palabras cortas y sólo pide lo vean, porque sus cicatrices físicas hacen parte de su identidad, Julio Vargas, un habitante de cuatro mil en el municipio de Viracachá, en Boyacá, quien a palabra regaló muchas tierras pero jamás su estufa de carbón.

 

La estufa de carbón le ha dado qué contar a Julio. Detrás de un aprecio y refugio incondicional a un objeto “fugaz” o irreconocible para muchos, si bien vió a mi papá crecer y a mis abuelos casarse, soy yo quien cuenta la historia 120 años después, un hombre que de verlo no pensaría que supiera mucho de mi identidad y que esta hiciera también parte de la suya.

Juegos de calle y la luz del día que dictaba labores para los habitantes del municipio, cuatro niños que sorbían los cunchos de las botellas de cerveza que sus padres dejaban al lado de un tronco, la tierra grata de vacaciones que acogió a 5 familias en épocas difíciles, una de ellas, mis bisabuelos, los Vargas Rojas, familia numerosa y respetada por su labor en las tierras.

 

Julio era uno de los primos de mis abuelos, uno de los pequeños que a las 3am acogido por su madre en la cocina veía cómo el humo llenaba de vida un plato de comida, humo que un día desvanecía su familia, la calidad del aire que tenían cocinando con carbón o leña fue el indicio de un niño de 12 años sin familia.

El carbón de la vida

En medio de las muertes por carbono, en simultaneo mi abuelo Alejandro fue a invitar a Julio a la boda con Clarita, así la recuerda el,en diminutivo -Una niña de ojos grandes y con los dientes más lindos que en ese tiempo se podían ver, la boda en la iglesia y la fiesta fue en la casa de Luis otro de los primos que hoy día participa también del relato de esta crónica.

 

Si bien el día fue un gran festejo ya que dos de las grandes familias se unieron, a pocas horas una temporada de escasez venía al pueblo, dos semanas después más de 8 familias estaban sin sustento de sus propias tierras, las enfermedades comenzaron a sobresalir en niños y adultos, la decisión que ninguno quería tomar era migrar.

 

Pasar de tenerlo todo y al siguiente quedar sin nada, se puede pensar como una exageración para lo que hoy en día para usted quien lee es quedar sin nada, fue el sentimiento de miedo el que se apropió en muchos habitantes, muchos se fueron a pueblos cercanos, pero otros como la gran mayoría de mi familia decidió establecerse en Bogotá.

 

Mientras la familia crecía de forma un poco más lenta en la ciudad, Julio y Luis se encargaron de darle vida a toda una montaña, territorio compartido entre familias que hoy día gozan de su fertilidad y sanación, nadie volvió a la tierra hasta que una pandemia revolcó memorias y vida.

Fue para el año de 2020 que varios de mis tíos decidieron volver al pueblo a reconocer y reconstruir la casa que desde hace 100 años no veían, allí conocí a Julio y a Luis, nos mostraron cómo estaban cultivando en las tierras y el nombre de cada sección era el de muchos de los que hoy en vida ya no están.

 

Resaltan que han ido de bien a mejor -La alcaldía nos prestan las máquinas y a personas muy educadas que vienen a poner fresca la tierra. Julio relata que por más ayuda jamás ha desamparado su estufa, y que si en algún momento con todo lo que ha hecho se va por el humo es porque así lo quiso su mamá.

Un territorio donde llegó el conflicto, el mal clima por más de dos años, con mínimos recursos alimenticios, y ante todo el amor por la tierra que los vió crecer, hoy día es un retrato en muchos de sus habitantes, Julio es uno de ellos. Julio es mi familia y regeneró un lugar que hoy disfruto.

 

La memoria ahora queda en manos de la tecnología, y de la voz de pocos habitantes, como la de Julio que vive por y para la tierra, y claro con su estufa de carbón.

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