La calma

Escondido entre sus amplias y majestuosas montañas se encuentra el Eje Cafetero. Impetuoso, lleno de secretos, virtudes y gente “berraca” como se autodenominan. Esta tierra que no descansa, que ha provisto a su país del mejor de sus productos y divide sus hermosos y exuberantes paisajes en tres departamentos, también tiene tragedias por recordar…

Irene Páez define en una sola palabra lo que vivió el lunes 25 de enero de 1999: pánico. Con el acento paisa bien arrastrado y los recuerdos intactos, 17 años después se acomoda para hacerle frente a uno de sus momentos más dolorosos, de esos que parece que se estacionaran e hicieran frente de batalla en los ojos que si dan alargue a la situación, se desbordarán en lágrimas. Omite detalles que sabe que la harán volver a aquel día que hubiera sido como cualquier otro, pero sin previo aviso, la tierra decidió estremecerse.

Fue un día cálido, como cualquier otro en la capital del Quindío, la más cínica tranquilidad se extendía por toda la ciudad. El centro, a reventar por su comercio y zonas de vivienda se invadía de paz y tan solo unos murmullos que se daban por la multitud, que pedía a gritos la hora de almuerzo, lograban interrumpirla.

La tormenta

El reloj de repente se detuvo. Avisaba que era la 1:19 pm y que por 25 segundos consecutivos el suelo no dejaría de temblar ni por un instante. Casas destruidas, barrios enteros que desaparecieron debajo de los inmensos escombros, una nube de polvo que enceguecía y un centenar de familias que suplicaban a un ser supremo por misericordia y piedad.

Irene, como buena paisa fue criada y educada por una familia numerosa, bastantes hermanos, tres hijos e infinidad de sobrinos. Aun a pesar de esto, su mamá es y sigue siendo hoy a sus 86 años, su cómplice y su gran debilidad. Para ella, es el ser que le dio la vida, el más importante. Para mí, el milagro viviente llamado bisabuela. Durante la sacudida, la numerosa familia se encontraba almorzando en el mismo recinto, sin embargo, la abuela faltaba, producía un vacío terrible y una desesperación que se traducía en pasos apresurados de un lado al otro.

Edificios irreconocibles, escombros y cuerpos eran ahora parte del paisaje artificial que 6,4 grados en la escala de Richter creó. El resultado final: lo que fue el hogar por muchos años se desvanece ante los ojos de Irene, sin dejar dicho ni siquiera un simple gracias, despojando de cada una de sus pertenencias por tres días a la familia entera, desde la abuela en adelante, tomando gaseosa y agua en un andén sin una sola pared encima.

Con un recuento que supera los 2000 muertos y los centenares de heridos, Armenia quedó situada en la ruina. Sus barrios de historia y tradición desaparecieron, el centro de la ciudad se derrumbó, policía, bomberos y demás se privaron de cumplir su labor de ayuda a la gente porque el gigantesco terremoto también se los llevó a su paso. Horas después una réplica fuerte volvió a cobrar más víctimas que buscaban entre toda la basura y el desorden, a tantos seres queridos a los que hoy cada 25 de enero lloran.

La numerosa familia le sirvió de refugio a Irene, a su esposo, sus hijos y a Steven, el sobrino al que en medio de la tragedia se le olvidó que tenía una pierna fracturada y corrió, con yeso en pierna o pierna en yeso hasta encontrar a su abuelita en medio de dos de los muros de su frágil casa. La osadía de perderlo todo no se lo desea a nadie, es volver a construir una casa, un hogar sin medios ni recursos, como si las condiciones geológicas pidieran a gritos que remodelaras tu vida pero no te dieran nada para hacerlo, e incluso te lo quitaran todo.

«Y es que ¡eh, Ave María!, cada vez que lo recuerdo me dan ganas de irme pa’ la droguería a buscar las pasticas pa’ los nervios». Con esta frase nos deja saber que su humor nunca se ha ido, más bien a lo largo de los años ha ido incrementando y que durante todo ese fatídico año perdió impulso.

1999 para cada colombiano puede significar algo distante a la realidad del otro cuando lo oye. Sin embargo, para los que sienten a su país o tan solo se mantienen informados, este no solo fue el último año de una década y de todo un siglo, fue también el paso a acontecimientos que marcaron y marcarán a una Colombia que hoy trata de ser diferente con sus múltiples esfuerzos por llegar a la paz y la reconciliación.

El cambio

Para los paisas ese año trae marcado en mayúsculas y con un tono especial la palabra tragedia. Hoy, cuando tantos años han pasado, la bonita Armenia todavía sigue en un proceso de recuperación. Aun así quedan restos de su vida pasada, edificios que nunca fueron demolidos y lugares que nunca fueron reconstruidos hacen parte de la hoy orgullosa capital que muestra en esos pequeños detalles que salió adelante.

Tratados fallidos de paz, secuestros y más secuestros, oportunidades para conciliar y el asesinato de un periodista que cambió la forma de hacernos ver el mundo mediante la caja mágica, son algunos de los hechos que le dolieron al país en el innombrable año. Pastrana, ELN, FARC, Jaime Garzón, entre otros fueron el tema de discusión de cada uno de los 365 días que pasaron y que hoy traen consigo memorias que la nación desea que no se olviden, por el simple hecho de que no se repitan.

Actualmente Armenia vive uno de sus mejores momentos arquitectónicos, la reconstrucción trajo consigo innovaciones y la gobernación puso un esfuerzo de magnitudes enormes para entregar predios y obras que aunque no son suficientes, han traído de nuevo lo bonito de la ciudad capital del Quindío.

Irene vive feliz, sabiendo que hay cosas por dejar atrás, muertos por llorar y recordar, situaciones que hay que dejar pasar como aquel enero en el que sintió que todo se venía abajo, tanto literal como metafóricamente y que el pasado trae consigo pruebas para el futuro. Hoy se sienta en un sillón viejo a contarme un poco de su alarmante pero feliz historia, sin un solo rasguño, sin uno de los suyos muerto en lo que por un momento pareció un campo de guerra pero con miles de recuerdos y vivencias que yacen en los ya hoy extintos escombros de lo que alguna vez fue su casa.

Sin embargo, no todos contaron con la misma suerte; familias enteras murieron, dejando así desamparadas a cientos de personas que hoy dividen su mundo en un antes y un después de la dolorosa fecha, cultivos completos se perdieron, el campo sufrió la ausencia de su olor característico a café y la “verraquera” se vio forzada a ceder ante el dolor.

El Eje, ubicado entre la división de varias placas tectónicas está acostumbrado a vivir este tipo de alarmantes sucesos pero no a sucumbir ante ellos. Según varias fuentes expertas, en Armenia y en sus aledaños se podría llegar a vivir de nuevo la tragedia con un porcentaje alto de probabilidad de que lo mismo ocurra. Decirle eso a quienes hoy residen allí no va a obtener reacciones de angustia como muchos podrían llegar a pensar. Irene y otros tantos, levantaron su bandera en este territorio y como en aquel momento se dijo, hoy lo repiten con la misma dignidad y orgullo por su pueblo: “De Armenia no nos vamos ni por el putas”.

Por Nicole Castaño

Publicado por Concéntrika Medios

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