Un impulso la ayudó a decidir, pero sus secuelas permanecen…

 

Por: Alejandra Amado

En aquel noviembre del 2015 para Amanda Vásquez apenas iniciaba su tortuoso camino; recuerda bien la fecha porque así quisiera olvidarla su memoria no lo permitiría. Lo que para muchas mujeres era sinónimo de felicidad, en ella generaba una gran angustia y rechazo.

Aquel viernes, con mayor precisión el primero del mes de noviembre apenas “si” podía cerrar los ojos, sintió que su cuerpo era más ajeno que nunca porque ahora también le pertenecía a alguien más; consintió con sus manos tibias su vientre, mientras pensaba el camino a elegir, acostada en su cama; Amanda, a diferencia de otras madrugadas, se sentía acompañada, extraña, diferente, su humor había cambiado y se debía en sí a algo tan especial como difícil de asumir en su posición. Se imaginaba en todos los panoramas posibles, pero en todos estos se sentía perdida, por última opción consideraba el aborto y al investigar las terribles consecuencias que hablaban de posibles infecciones, complicaciones inmediatas, mal estado de salud e incluso la propia muerte, prefería dejar a un lado esta alternativa.

Sin embargo y en su contra, pesaban las repetitivas palabras de su familia en las que siempre con gran insistencia recalcaban cada propósito que tenían con ella, para su desdicha la familia Vásquez tenía ese tinte conservador que más bien parecía medieval, donde la concepción de familia solo podía ser posible si había un matrimonio de por medio. A sus 19 años, Amanda recordaba las enseñanzas de sus abuelos, sobre todo “El viejo Lucio”, que era proveniente de una familia también conservadora, donde no se le permitía trabajar a la mujer y el hombre debía ser la cabeza del hogar cumpliendo así con el mismo, pero bajo sus leyes, de esa misma forma funcionaba su familia; esa en la que también se encontraba la esposa de Lucio, Ana, la abuela de Amanda, que siempre sumisa y sin refutar acataba cada una de las órdenes de su esposo.

Ese había sido el ejemplo de familia que pesaba en la cabeza de Amanda y aunque ella había crecido con algo más de libertad para tomar sus propias decisiones, debido a que para su fortuna la criaron sus abuelos en compañía de su madre Emilia, siempre creció viendo no solo ese aire de superioridad de Lucio sobre Ana, sino también los constantes desplantes que Lucio hacía a Emilia, su madre, por el hecho de haber sido una mamá soltera; es por esto que siempre les había prometido que llegado el momento sería “una señorita de casa”, así tal cual, como el ímpetu machista en el cual se regía su familia, esa que ya tenía su vida planeada o al menos gran parte de ella.  

Todo hubiera marchado según dichos planes, excepto algo imprevisto, jamás imaginó que de algo considerado pasajero como una relación que quería fuera diferente a la que siempre había visualizado de sus abuelos; surgiría algo tan eterno como una letra plasmada en un libro…

En su mente repetía que haría lo necesario para no defraudar a su familia. Fue entonces lo que dio inicio a su solapado camino. “No recuerdo ni como llegué, físicamente mi cuerpo estaba ahí, pero mis pensamientos estaban en la reacción de mi familia sobre mi embarazo”, rememora Amanda mientras esperaba en aquella sala fría, con largos pasillos y gente deambulando de un lado para otro; ella escuchó que repetían su nombre un par de veces. “Así que, sin estar segura, decidí, ingresé a esa habitación, para mí oscura, ni siquiera pensaba en mí, ni siquiera pensando en aquel ser que ahora dependía de mí”, de este modo lo recuerda. Y sin dar mayor detalle de su aborto, en su memoria inmortalizó la fecha de aquel suceso que marcaría su vida para siempre.

Evoca no haber sentido sus piernas, en aquel momento, sus manos temblaban y el corazón le latía más fuerte que de costumbre, todo en su cuerpo era incierto, solo había algo, tan solo una forma que se percibía con más precisión y estaba dentro de su vientre, así que lo acarició por última vez con sus dos manos a manera de despedida. A penas había aprovechado su gestación cinco semanas, pero sentía un lazo tan profundo que rebasaba cualquier expectativa y su impulso solo le permitió despedirse por unos minutos.

En Colombia desde el año 2006 se estipulo en el congreso que la “Intervención Voluntaria Del Embarazo” (IVE) se puede practicar dentro de los parámetros legales, pero en escenarios específicos: 1) Cuando la gestación afecta la salud física o mental de la madre, 2) En efecto si se evidencia que el feto presenta algún tipo de malformación y 3) Cuando la gestación es causa de un incesto o violación. Fuera de estos tres acontecimientos, el aborto no es concebido como legal en el marco de la justicia colombiana; y al parecer a Amanda no la favorecía ninguno de estos tres panoramas o al menos así lo sintió en su momento, sin embargo, su plan gestado por un impulso ya estaba siendo ejecutado.

“En aquel salón oscuro, lo hice, saqué una parte de mí de una manera dolorosa, pude haberlo hecho de una manera más fácil, pastillas o tal vez una inyección, pero sentía que, si mi bebé iba a sufrir, yo debería sufrir peor, de otra manera no hubiera sido justo.” Fue lo más desgarrador que escuche decir a Amanda sobre aquel momento.

Tal vez si un grupo Feminista” que defiende el aborto, hubiese escuchado su historia, avalaría su posición desde la perspectiva del derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo para su propia realización; pero, por otro lado, si otro de los grupos “Feministas” que defiende la vida y reniega del aborto hubiese sido quien conociera su historia, tendría que aportar bajo su perspectiva, el poco beneficio al hacerlo y tener que pasar por una situación, en la cual la única lastimada es la mujer. Todos estos comentarios son apreciaciones perspicaces desde miradas subjetivas que para Amanda no tenían más valor que los prejuicios morales de su familia.

“El Departamento Administrativo Nacional De Estadística” (DANE) arrojó un reciente reporte indicando que en Colombia 1 de cada 5 madres es adolescente, y en este marco Amanda Vázquez también hace parte del 8% de los embarazos adolescentes que termina en aborto.

Innato permanece este recuerdo en la mente de Amanda y ahora, prudente para referirse al tema, trata de reponerse de aquellas heridas que son invisibles a los ojos, pero no al alma, y aclara con voz firme, mirada fija, y seriedad, que no pretende generar lastima en nadie, solo afirma que “aquellos que se creen justicieros y moralistas de la sociedad, no deberían juzgar situaciones como está, la gente creé que es fácil tomar este tipo de decisiones o que las mujeres que optamos por este camino, no tenemos sentimientos o no nos importa; lo que ignoran es que jamás volvemos a ser las mismas y que en el fondo una parte nuestra se muere con la vida que acabamos”, concluye.

Han pasado casi dos años y desde entonces Amanda a veces imagina cómo hubiera sido su bebé, trata de adivinar cuál hubiese sido su sexo y de construir momentos que nunca llegaron, tan efímeros como el tiempo en su mente. Luego, vuelve a la realidad, esa que ella misma construyó y aunque no siente que sea un orgullo su elección, tiene claro que aquellas secuelas quedarán inherentes en su vida.

Publicado por Concéntrika Medios

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